Aunque todos los astronautas que pisaron el suelo lunar estuvieron en contacto con el polvo de nuestro satélite, fueron los últimos astronautas quienes se vieron más afectados por el mismo, quizás porque los tripulantes de las últimas misiones fueron quienes permanecieron más tiempo y realizaron más caminatas sobre su superficie. Este polvo es tan fino que puede penetrar dentro de los trajes espaciales a través de sus junturas y una vez adentro penetrar en los poros y los pulmones de los exploradores lunares, provocando no solo malestares pasajeros, sino otros mayores como la silicosis o la intoxicación con metales pesados.
Gene Cernan, comandante de la Apolo 17, el último hombre en pisar la Luna contó que tardó dos meses, a base de duchas diarias, en poder quitarse de encima todo el polvo lunar que trajo impregnado por todas partes al regreso de su misión. Tanto él como Jack Schmitt, un geólogo que fue el único científico que pisó la Luna, permanecieron más de tres días en el Valle Taurus-Littrow, en el sector suroriental del Mar de la Serenidad en la Luna.
En diciembre de 1972, los dos aventureros realizaron tres largas caminatas con la ayuda de un vehículo lunar, recorriendo 30 kilómetros y recolectaron 110,5 kilos de rocas lunares en las 22 horas y 4 minutos que estuvieron fuera del módulo lunar. Como se ve, tiempo más que suficiente para quedar cubiertos por completo con ese oscuro polvo de la Luna.
La primera impresión de Cernan es que era “suave como la nieve, pero extrañamente abrasivo”. Más curiosa resulta la confidencia del astronauta John Young, del Apolo 16, quien no dudó en afirmar que su sabor “no es nada de malo”. Pero si en algo estuvieron todos de acuerdo, desde Neils Armstrong hasta Cernan, es en que el polvo lunar “huele a pólvora quemada”.
Cada vez que los exploradores lunares regresaban a su refugio en el módulo lunar, lo llevaban involuntariamente con ellos. Se les pegaba a las botas, piernas y guantes, y no importaba lo mucho que intentaran quitárselo de encima, cepillándose el traje a conciencia antes de entrar en la cabina; siempre había algo (más bien mucho) que se colaba al interior. Una vez dentro, ya sin los cascos ni los guantes, podían sentir el olor y el sabor de la Luna.
Este elemento provocó el primer caso de alergia extraterrestre, cuando el geólogo Jack Schmitt informó por radio a Huston con su voz congestionada que: “Luego de sacarme el casco tras la primera salida, me atacó muy rápido una reacción al polvo. Sentí como se me mojaban las fosas nasales”. Algunas horas más tarde la reacción pasó. “Pero me volvió luego de la segunda y tercera salida, aunque con menor intensidad. Creo que desarrollé algún tipo de inmunidad al polvo lunar”, declaró posteriormente.
Es curioso que el único civil entre los astronautas que descendieron a la Luna haya sido también el único que informase de esta reacción. ¿No la tuvieron o no lo admitieron? Riéndose, Schmitt dice que “los pilotos son reacios a informar de sus enfermedades, temen que los dejen en tierra”. A diferencia de los demás astronautas de las misiones Apolo, este era el único científico y por consiguiente no podía callar lo que le pasaba. Schmitt afirma que era muy sensible a “los olores a combustible quemado de Houston y al humo del cigarrillo, me volvían loco” afirma, mientras que los demás astronautas estaban acostumbrados, era su ambiente natural.
Charlie Duke (en la imagen), piloto de la Apolo 16, informó por radio desde la Luna: “Es un olor muy fuerte, tiene el sabor de la pólvora y también huele como la pólvora”. Durante la misión Apolo 17, Gene Cernan resaltó: “huele como si alguien hubiera disparado una carabina aquí adentro”. El grupo de astronautas de Apolo, sabía bien de qué se hablaba cuando se referían a la pólvora quemada, todos habían sido pilotos militares.
Sin embargo el polvo lunar y la pólvora no tienen nada en común. La pólvora sin humo moderna es una mezcla de nitrocelulosa (C6H8(NO2)2O5) y nitroglicerina (C3H5N3O9). Son moléculas inflamables orgánicas “que no se encuentran en el suelo lunar”, afirma Gary Lofgren del Laboratorio de Muestras Lunares del Centro Espacial Johnson de la NASA. Si acerca un fósforo encendido a un poco de polvo lunar no se enciende ni explota.
El polvo lunar está formado de una mitad de vidrio de dióxido de silicato creado por los impactos de micrometeoritos en la Luna. Estos impactos, que han estado ocurriendo desde hace miles de millones de años, funden el suelo en vidrio y al mismo tiempo lo fragmentan en pequeñísimos trozos. El polvo lunar es también rico en hierro, calcio y magnesio asociado en minerales como olivina y piroxina. No se parece en nada a la pólvora.
Posteriormente el polvo traído tomó contacto con éstos elementos en la cabina del módulo de comando durante el transporte hacia la Tierra, con lo que el polvo perdió algunas de sus características y cualquier reacción química olfatoria desapareció hace mucho. Sin embargo los bordes filosos de los granos de polvo limaron y rompieron inesperadamente los sellos de los contenedores permitiendo que el oxígeno y la humedad penetrara durante los tres días que duró el viaje de regreso. Esto no debiera haber ocurrido, ya que los exploradores lunares envasaron el polvo lunar en termos especiales llevados para este efecto, capaces de mantener las muestras en el vacío.
Pero ¿por qué ese olor? Nadie sabe. Curiosamente, aquí en la Tierra el polvo lunar no tiene olor. En el laboratorio de Lofgren hay decenas de kilos de polvo lunar, y los han tocado y olido sin encontrar ningún olor. ¿Acaso los tripulantes de la Apolo lo imaginaron? No parece probable; eran gente muy entrenada y todos dijeron lo mismo. Es posible que el polvo lunar reaccionara con la humedad y la atmósfera rica en oxígeno del módulo lunar, tomando contacto con dos elementos completamente inexistentes en los lugares donde bajaron. Habrá que volver a la Luna para poder dar respuesta a estos interrogantes.