Ya he explicado alguna vez que este blog tiene espíritu de work in progress, que empezó como terapia para no aburrirme mientras esperaba que me largaran de un trabajo y que tiene más de ensayo que de tesis. Por eso no existe una línea univoca. Me digo y me desdigo y como en toda investigación que se precie, me pierdo y me encuentro a lo largo de sus entradas, que no dejan de ser un reflejo de mis movimientos vitales.Y me resulta asombroso como, en los últimos meses, los mensajes que necesito acuden siguiendo un orden como de calculado plan de estudios.
Ayer mismo, tres canales distintos, uno de ellos mientras dormía, me trajeron respuesta a algo con lo que me devanaba no hace mucho. Ya planteaba hace algunas entradas, la dicotomía entre fluir vs. voluntad sin llegar a una solución satisfactoria. Estoy bastante en acuerdo con esa filosofía, de maneras zen, que apuesta por eludir resistencias y permitir el curso de la vida (contra de esa actitud tan prepotente y tan humana de alterar el cauce de los ríos que suele terminar con pueblos o campings anegados por la riada). De otra parte me resulta muy difícil renunciar al deseo de transformar el mundo dado que la naturaleza nos da capacidad para ello. Sin embargo, la vía del conflicto que tanto he practicado y tanto me ha desgatado ya no me parece camino.
Creo que una manera, quizás LA MANERA, de resolver esta aparente contradicción reside en otro concepto por el que tengo, además, una enorme simpatía: la provocación. La provocación como modo de relación con los otros, con la vida y con el cosmos, así, a lo bestia... Es algo parecido a las artes marciales que aprovechan la fuerza del oponente en beneficio propio. Detectar cuál es la energía, su signo y su impulso naturales, atraerla, dirigiéndola a favor de nuestros destino.
Siempre me muestro cauto a la hora de criticar costumbres, aparentemente bárbaras, cuando perduran en el tiempo (ya sean tamborradas, procesiones, danzas regionales o ritos tribales). Si han pervivido a la criba que supone cualquier proceso evolutivo es porque funcionan, al menos, en algún nivel. No disfruto, ni defiendo la tauromaquia (y me resulta irritante tener que aclararlo antes de tratar el asunto) pero entiendo que más allá del desagradable espectáculo del sufrimiento, las corridas entregan una valiosa lección sobre este tema y que es su razón última de ser. La lidia no esconde sino un ejercicio de provocación sobre energías que escapan a nuestro control. Poco podría hacer el humano para manejar al morlaco por las bravas, salvo recibir un oportuno revolcón y alguna cornada, de propina. Sin embrago, con la diestra utilización del capote consigue provocar, dirigir y canalizar las fuerzas de la naturaleza (de la vida, a la postre) a su antojo. No parece una lección baladí.