La insatisfacción de Víctor se tradujo en constantes ausencias y recriminaciones, a veces un poco etílicas, contra sus hijos. Le parecía que eran caprichosos, desconsiderados y que se negaban a madurar, acusaciones que les repetía cada vez que tenía oportunidad.
Flor, por su parte, no aprobaba la actitud de su esposo, por lo que siguió centrada en darles a sus hijos aquello que necesitaban. Una de sus estrategias nuevas fue inscribir a Florecita en clases de modelaje, y a Vic en clase de karate, para que se supiera defender. No tardaron en llegar las protestas, pues la una sentía que era ridículo, y el otro llegó sangrando de la nariz y con moretones. Flor no pudo más, y por vez primera fue ella la que se derrumbó.
—Por favor hijos, se los suplico, pórtense bien. Ya lo he intentado todo, y no creo que quieran que sea como fue mi madre conmigo ¿verdad? ¡Cómo hubiera soñado yo tener lo que ustedes tienen, aprovéchenlo en lugar de estar siempre inconformes!
Después de ver a su madre sufrir así, Flo se propuso mejorar en la escuela, y ayudar en casa más de lo que ya lo hacía, para compensar un poco.Vic, por su parte, sí aprovechó el karate, y a lo largo de los años propinó tales golpizas, que no lo volvieron a molestar. Notó que mientras más bravucón era, más éxito tenía con las chicas, y, curiosamente, también lo invitaban a pasar el rato los mismos tipos chidos a los que les había roto la bocota. En la adolescencia, ya casi no aparecía en su casa más que para dormir, mientras que Flo hacía malabares con la universidad, su empleo vespertino y las labores del hogar que a su madre le costaba atender.
Y esa es la historia de cómo Flo y Vic se convirtieron en los nuevos Flor y Víctor.
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