Llevaba una temporada en Israel cuando decidí ir a pasar un tiempo en Belén. La ciudad me gustó tanto que quise conocer más lugares de Palestina, y el siguiente fue Jericó.
Tantas veces había leído cosas sobre ella en nuestras clases de religión del colegio, en las misas de domingo de mi niñez, que si está cerca del río Jordán, que si las murallas de Jericó que se desplomaron al toque de unas misteriosas trompetas, que si fue el lugar donde los israelitas retornaron de la esclavitud en Egipto, que si es una de las ciudades más antiguas del mundo.
Pues bien, Jericó es antigua, mucho, no tiene murallas y, aunque actualmente se encuentra gestionada por la Autoridad Nacional Palestina, se trata de un enclave completamente rodeado por territorios palestinos denominados Zona C, es decir, bajo control absoluto del ejército israelí. Y también es cierto que se encuentra a 23 kilómetros de distancia de la sagrada Jerusalén, o eso reza la cerámica que me dio la bienvenida nada más saltar del «service» (furgoneta que funciona como minibus o taxi comunitario).
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