La votación de mañana en el Senado de la Nación sobre la denominada ley bases es una prueba de fuego para la democracia argentina, de las más difíciles que le ha tocado atravesar en algo más de 40 años de turbulenta historia, después de la salida de la dictadura. Y no es una exageración de nuestra parte, ni mucho menos: si se ha abundado hasta acá en los nefastos efectos que tendría la ley en caso de ser aprobada, que eso finalmente se termine concretando -aun con cambios cosméticos que no alteren su esencia perniciosa- nos pondría en otra cuadro de situación, del que solo pueden esperarse mayores desgracias.
Si de analizar contextos se trata, el actual no podría ser menos propicio para que el engendro pergeñado por el círculo rojo y vehiculizado por el gobierno de Milei termine logrando sanción definitiva: las encuestas -ese elemento inasible en el que el gobierno se basa para sostener su optimismo- comienzan a dar cuenta del deterioro de la imagen del presidente y su gestión, y los resultados concretos de sus políticas -medidos incluso por las propias estadísticas oficiales- son alarmantes.
Por otro lado hay un contraste muy impactante entre la falta de apoyos visibles y explícitos a la ley, con los rechazos que ha generado, que se visibilizarán en lo que promete ser una gigantesca movilización frente al Congreso este miércoles. Hasta los propios factores del poder económico que han escrito la ley y esperan su sanción, empezaron a tomar discretamente distancia de Milei y su gobierno (en los medios y en los mercados financieros), precisamente porque no puede garantizarles resultados, ni en la marcha de la economía, ni en su plan político.
Desde ese lugar, Milei aparece apenas como el instrumento de ambos (el establishment político que paradojalmente no es acusado de casta, y el poder económico) para absorber todos los costos del mega ajuste y el loteo del país a precio vil, para conseguir gobernabilidad. El encargado de hacer el trabajo sucio que otros han de usufructuar en el futuro.
Precisamente quedará expresada una idea de lo que se entiende por sistema democrático, o cuáles son sus límites invisibles: aquel en el que una presunta élite se arroga para sí el privilegio de determinar lo que más le conviene al país, aunque una buena parte de sus habitantes demuestre que está en desacuerdo, o aunque esas mismas ideas hayan concluido en su aplicación concreta en rotundos fracasos, cada vez que se aplicaron.
Algo que parece sospechar íntimamente el propio Milei, aunque de la boca para afuera derroche optimismo ciego. De lo contrario no se entiende que tanto él como sus funcionarios repitan a cada rato como un conjuro "si sale bien", como si fueran Tu Sam advirtiendo que la prueba puede fallar.
Nota original
Rechazo total a la ley bases: si no sabés de qué se trata, venite por acá que te explico.