Pseudocríticas al iusnaturalismo

Por Daniel Vicente Carrillo



1. El bien y el mal, si es que alguien se jacta de conocerlos con claridad, no son atributos universales que nos guíen en la práctica, pues juzgamos cada acción por su conveniencia particular según la circunstancia y no por su adecuación a principios abstractos.
Si reconoces lo malo y lo bueno, sabes qué son el mal y el bien, ya que no puede ser casuista quien no conoce el caso típico. Además, los casos particulares remiten siempre a leyes generales anteriores o sientan precedente, por lo que nunca son hechos aislados de los que no quepa sacar consecuencias. Así, es malo incumplir una promesa, aunque a mí me favorezca en un determinado momento, porque con ello incentivo la mentira y la traición futuras. Luego, puesto que nadie es tan fuerte como para poder permitirse vivir siempre al margen de los pactos, nadie debe mentir para obtener un provecho ilegítimo y todos deben desear la igualdad de trato en igualdad de circunstancias. Por el mismo motivo, es malo perjudicar dolosamente a quien no me ha perjudicado (es decir, el crimen es malo), y es malo beneficiar indefinidamente a quien no me ha beneficiado (aunque esto sea más dudoso, ya que no todas las sociedades esclavistas fueron ineficientes, si bien resultan moralmente rechazables).

2. Grandes autores no logran ponerse de acuerdo en si es más acorde con la naturaleza humana la propiedad privada o la comunitaria; si el gobierno de todos, el de unos pocos o el de uno solo, y otras muchas materias de este estilo, no carentes de relevancia.

Esta discusión tiene tanto sentido como la que se plantee si para el hombre es más natural comer con tenedor o con palillos. No son éstas cuestiones que se infieran eo ipso de la mera humanidad, sino de índole cultural o histórica. Es absurdo pretender que una misma solución política valga siempre y en todas partes, ya sea en sociedades nómadas, agrarias o industriales; ya en ciudades grandes como en aldeas diminutas; ya en épocas de escasez y tumultos como en tiempo de abundancia y tranquilidad. Se puede ser relativista en lo político y racionalista en lo moral, porque -aunque harto convergentes en las repúblicas bien ordenadas- se trata de dos ámbitos distintos por definición.
Es cierto, con todo, que hay algunos iusnaturalistas que, junto a la apología de la justicia, quisieron hacer una apología de su siglo o de su clase social. Por ello incurrieron en el grave error de no distinguir entre ser un buen ciudadano y ser un buen hombre. Ahora bien, habrá ciudadanos utilísimos a su comunidad y que, no obstante, sean personas avaras, necias y desequilibradas, despreciables en suma; y habrá, por otro lado, hombres amables y santos que no tengan apenas comercio con el mundo y sus negocios. Es en base a esto que el derecho natural debe determinar lo bueno por su misma noción y juzgar lo útil en relación a sus fines, pero no puede establecer lo útil en sí, que no existe, ni acomodar lo bueno al gusto del momento.

3. El derecho es siempre artificial, resultado de interacciones sociales y preconcepciones de todo tipo, no parte de la naturaleza. Por tanto, no deben conferírsele propiedades objetivas como las de las cosas que observamos y con las que interactuamos, o las de las leyes del universo.

Muy ineptos tendríamos que ser para no constatarlo. No es lo artificial lo que se opone a lo natural, sino lo antinatural. Las infinitas prótesis a las que el hombre recurre para suplir su naturaleza defectuosa son prueba suficiente de ello. Así, aunque todo ordenamiento legislativo sea un artificio, al ser obra del hombre y producto mediato de su inteligencia, no todo ordenamiento es antinatural. Sería antinatural un Estado en el que, como en el relato de Cirano, los padres debieran obedecer a los hijos, o donde los animales y las plantas gozasen de igualdad jurídica respecto a nuestra especie. Pero no iba a ser menos resultado de la previsión y el ingenio que el Estado en que se mantuvieran disposiciones contrarias.
Si lo natural en el hombre fuera un instinto, esto es, una pulsión irreflexiva común a la especie, los hombres seríamos naturalmente justos y la ley o la educación resultarían prescindibles en este extremo. Pero no es eso lo que se pretende cuando se afirma que hay un derecho natural humano. Más bien se identifica éste con nuestra facultad de razonar, que -cuando tenemos a bien ejercerla- nos ayuda a descubrir los fundamentos de la moral, los motivos de nuestras preferencias a la hora de actuar y la congruencia de dichos motivos entre sí.
4. No hay principios morales en los que los hombres de cualquier índole y condición deban coincidir, aun cuando sean honestos y se apliquen a ello con todas las fuerzas de su entendimiento. Una formación distinta y un mayor o menor número de prejuicios propios de cada cultura impiden que la humanidad alcance nociones comunes si no es por la coacción.
Dichas nociones existen, y son tales como "las promesas deben cumplirse", "el bien debe retribuirse", "el mal debe castigarse", "el castigo debe ser proporcional" o, la más general de ellas, "el hombre busca la felicidad". El legislador decidirá desde luego incluir o no esos principios en su ordenamiento, sin necesidad de presuponer a un dios que se los silbe al oído. Pero no cae bajo su decisión el determinar qué es justo y qué deja de serlo, pues quien sostenga principios opuestos a los formulados sólo puede amparar el salvajismo y la tiranía.

5. Las teorías iusnaturalistas cometen la falacia naturalista, ya que pretenden deducir de premisas descriptivas naturalistas (juicios de ser) una conclusión imperativa (juicios de debe ser), lo cual constituye un error lógico-gramatical.

Esta falacia es falaz. De la naturaleza del ser se sigue lo más conveniente para él, y de la naturaleza de lo moral su mayor o menor correspondencia con ciertos actos.
6. Quien tiene la fuerza tiene el derecho.
El hombre rige con violencia sobre los animales, porque es de distinta condición que ellos, los cuales, a su vez, si no están impedidos o domesticados, atacan o inquietan al hombre. A contrario sensu, donde hay afinidad de principios y comunión de intereses la violencia no sólo es superflua, sino además incompatible con la armonía. Todos tienden a defenderse organizadamente de los más fuertes o a obligarlos a ponerse al servicio del bien común. Si alguien usurpa un derecho o prerrogativa, se afana en cubrirlo con el manto de la legitimidad aparente, lo que no sucedería si todos entendiesen que tal derecho debía seguirse de su mayor poder para arrebatarlo y mantenerlo. Incluso un soberano absoluto se cuidará de guardar la coherencia en sus decisiones para que su autoridad misma no sea cuestionada o se disperse en mandatos contradictorios. Es decir, ésta será absoluta respecto a los poderes temporales que le están sometidos, pero no respecto a la lógica.