Psicosoma | Las mujeres no necesitamos demostrar nada

Publicado el 13 marzo 2024 por Jmartoranoster

El mundo no te regala nada, créeme. Si quieres una vida róbala.

Lou Andreas-Salomé

A Any Lisa Miranda

It’s time to let go las corrientes, liberar las amarras y las metamorfosis continuas. Es tiempo de ser más vitales. Las mujeres renacemos con mayor resiliencia tras la estación de un arduo invierno, verano u otoño. En primavera, sentimos un deseo pasional de «danzar con lobos», conectadas con la fuerza telúrica de Pachamama. Experimentamos plenitud como sumaq warmi, arariwa.

En continua sororidad, las mujeres nos apoyamos en nuestras caídas y abrazamos nuestros sueños. Durante demasiado tiempo, hemos lidiado con la inmadurez emocional de los hombres que se niegan a reconocer nuestra humanidad en igualdad de condiciones. No se atreven a perder sus privilegios por ser hombres. Si tan solo pudieran desarrollar empatía y experimentar la vida como mujeres durante siete días, podríamos hablar de sus deseos de que seamos «mujeres perfectas».

Comprendemos a los hombres, los amamos, pero no los necesitamos. La vida erótica, el ágape y la amistad nos impulsan a formar equipos en áreas diversas como la política, el arte, la cultura y la salud mental. Desde la psicología escritural y catártica —mi área de accionar—, nos expresamos libremente con palabras. Hay mucho por hacer, y el sufrimiento y la desaparición de la naturaleza nos duelen profundamente.

Presiento que un día, al despertar, los colores se habrán ido con las mujeres y los niños. Morimos un poco cada día con los incendios y los rumores malsanos. ¿Qué haremos entonces frente a la avalancha violenta?

La alegría y el buen decir se agotan. No es posible continuar soportando las agresiones de los medios de comunicación. En este «mundo al revés», donde la malicia filtra las interacciones sociales, las mujeres resilientes nos mantenemos firmes con nuestros elementos creadores.

Conozco parejas de recién casados que desean tener a su primer hijo, pero que sea un varón. Las mujeres desarrollan ansiedad y angustia al respecto. La teoría psicoanalítica plantea la idea de la «castración femenina», un vacío que se completa al tener un marido que la represente y, luego, un hijo. Esta teoría patriarcal aún persiste, pero ha sido confrontada por teorías feministas, psicológicas y antropológicas.

El mundo femenino está experimentando cambios y ya no somos simplemente las angelicales amas de casa. No somos las creaciones febriles de personajes como Emma Bovary, Anna Karenina, Ligeia o los mitos de Casandra, Medusa o Pandora. Quizás seamos más como la reina de Saba, mujeres sabias y poderosas, o como la madre Teresa de Calcuta o lady Diana. Cada una de nosotras se está reconstruyendo, y los hombres tiemblan ante la presencia de mujeres sabias. Les aterroriza que estas mitologías resurjan de sus cenizas.

Hemos dejado atrás las ataduras a las cosas, al pasado, a los amores y a la familia. Incluso a las mascotas las dejamos ir. Estamos en tránsito, «haciendo tiempo» con puntadas sanadoras.

La introspección posibilita monólogos dialógicos con las mujeres que nos habitan y de este modo nos recreamos. Recuerdo las palabras de Freud: «¿Qué quiere la mujer?». Para él, fuimos un continente oscuro de esencia misteriosa.

En realidad, se invisibiliza a las mujeres y se las considera histéricas en las sociedades patriarcales. A las mujeres confrontadoras e inteligentes se las encerraba con diagnósticos en las sociedades conservadoras del siglo XIX. Incluso hoy en día, persiste la aplicación del síndrome de Casandra a aquellas que denuncian abusos. Se las tacha de mentirosas, manipuladoras, confusas, maliciosas o paranoicas. Recuerdo a una estudiante en análisis, su angustia y ansiedad con ataques de TOC al ser abusada por un «honorable» médico. Decía: «¿Quién me va a creer? Yo tomo calmantes».

Las agresiones verbales, sexuales y psíquicas contra las mujeres han evolucionado y muchas de nosotras internalizamos el desprecio, sintiéndonos «poca cosa». Creemos que al guardar silencio evitamos conflictos, pero las manipulaciones nos llevan al matadero. Hombres simuladores nos orientan, nos moldean según sus deseos y nos confunden hasta hacernos sentir culpables. En fin, no es raro que las mujeres pasemos la vida pidiendo disculpas y procurando agradarlos. ¿Cuándo alzaremos nuestras voces sin miedo?

Freud no creía en sus pacientes y pensaba que tenían fantasías histéricas y deseos edípicos reprimidos. En su época, la histeria no se expresaba en palabras; el cuerpo resentía la opresión. El ojo clínico —con Freud y Charcot a la cabeza— catalogó a las mujeres de enfermas, plasmando determinismos hegemónicos.

Nada es casual la lucha de las mujeres por la libertad. Somos carnadas en las cacerías de brujas, cabras locas. La misoginia y el femicidio están en aumento, y, después de la pandemia, la epidemia cruenta ataca nuestras mentes.

Recuerdo a un amigo periodista que me espetó: «La esposa de César no solo debe ser honesta, sino parecerlo». Después de un foro sobre Los monólogos de la vagina, compartíamos con un público masivo en la casa de un periodista. Según él, yo «defendía» a mi esposo porque tenía “un cargo político de peso”.

Rosa Anca