Caminar conmigo misma por senderos o bifurcaciones de la memoria trae desconocidas vivencias que necesitan la ayuda de la conversación íntima con la familia, en especial con mi madrecita Pilar, quien se ríe de mis ocurrencias y cuyas risas son toda una proeza. De mi padre, el «carnívoro», adquirí el placer por esos alimentos. Él criaba ganado, por lo que pude conocer los cortes. También recuerdo su preparación favorita del «vuelta y vuelta» y los hilillos de sangre que pintaban el fondo del plato con las papas, camotes con ensalada de rocoto, cebollín y cebolla roja. Aprendí a preparar las carnes y a degustarlas, pero el mundo marino sigue siendo mi favorito.
Tuve la grata sorpresa el día de mi «cumplesiglo» al tener una cena en casa que me hizo viajar al Perú por los olores de cuatro platos diseñados para mi inolvidable día festivo. Era una de esas sorpresas que te da la vida. No hacía falta bailar ni beber para sentir las ondas místicas en sincronía con cada tiempo servido al compás ritualista de mis acompañantes Neybis, María y Aarom.
Era difícil hilvanar palabras. Conmovida, viajaba entre fragancias y sonreía ante el recuerdo de mis tremenduras infantiles en el laboratorio de la cocina, mientras mi madre, celosa de su templo con sus ayudantes, me sentaba en un banquito hecho por ella, gracias a las enseñanzas de mi abuelo Constantino, quien era el único carpintero del pueblo.
La vida frugal y frágil al degustar un alimento se diluía en el goce desde el primer plato hasta el cuarto. Escucho en mi mente la explosiva risa de mi padre escandaloso, que aún me acompaña en sueños. Repite: «Negra, disfruta este momento. La perfección es un invento macabro».
Es cierto, en esta efímera vida, el sentido del gusto sigue extraviado, por lo que no notamos que esto es lo más cercano al disfrute del sexo con amor, en una inhalación profunda de conjunción espiritual y corporal… Es tan absurdo que ni siquiera nos detenemos en el lento proceso de la masticación y roce de la bóveda palatina. Marginamos ese gusto excepcional de la pasión erótica al tratar de alargar las sensaciones que provoca el alimento sacro con un cronos que arde al dejar fuera el control mientras paladeamos cada bocado.
Deambular en silencio hacia adentro y hacia fuera siempre me deleita. Disfruto al hacer hablar o escuchar los colores y contemplar la maravillosa creación del ser humano. Es casi imposible cerrarse a los regalos de Pachamama, aunque las mentes obtusas la niegan y ningunean, causando la clausura de necesidades espirituales y de potencialidades que son secuestradas por el «mundo líquido» a la velocidad vacía, condicionadas por experimentos pavlovianos o la caja negra de Skinner.
Disfruto el recuerdo de mi primera infancia, con los sabores de las cucharadas de un chupe de camarones o la quinua. Me preguntaba entonces por qué me perseguía la luna y estaba asombrada por el nacimiento de las estrellas, la Vía Láctea, mi planeta Saturno, la nieve, el rocío, los gestos humanos, el caminar desde los primeros pasos, los besos y roces con todo, sin saber nada. Sentía mi respiración y estrechaba vínculos con las rocas, las montañas, el vuelo del cóndor y la agonía de un caballo… Despedidas kunan punchaw.
Decía Piaget que en la etapa sensoriomotriz «el mundo se conoce al ser chupado», porque el infante reconoce su entorno al llevarse los objetos a la boca. Así continúa el viaje infinito al «país de nunca jamás», al ser una en sí misma, descubrirse y amar sin dar explicaciones.
El océano Pacífico fue la etapa celeste del amor filial maravilloso a orillas de la arena. Cavábamos para poner caracoles, algas y arañitas, como una especie de mar. Las comidas, crujientes por el aire arenoso, eran tallarín al pesto, ceviches ahogados en papas a la huancaína con punticos de pimienta de arena, que teñían la leche de tigre convertida en un amarillo pastel y la chicha morada nos ponía a sacar las lenguas moradas. El pollo a la cacerola con ensaladas de cebollas rojas con rocoto ardiente me iniciaron en el picante más ardoroso.
Me honro en vida y me canto a mí misma, en amable compañía mientras celebro mi nuevo año, con una exquisita creación palatable de los emprendedores Manuel y Brayan. Es una diversidad artística puesta en escena con platos pintados al son tempo, con cuatro potajes hechos en casa al color y calor del proceso degustativo y servidos al momento.
Es inevitable el acercamiento al proceso del tercer tiempo: indago sobre la carne de corte sirloin.
Al ritmo del jazz, aparece Nómar con un abrazo y un gran ramo de rosas rojas.
En la cocina, mi madre Pilar y las abues Fortunata y Celedonnia abren más sentires.
Mundos marinos y terrestres, cortes sirloin extraídos de la parte superior del lomo, terneza húmeda y magra con una delgada grasa que se conoce con los nombres de churrasco y solomo. Sin nervaduras, se conjugan al paladar en contraste con el risotto. La tintura del café tiñe el recuerdo como un guiño de ojo de mi padre…
Aquí en Costa Rica, voy siendo conformada mientras revivo estos momentos en pleno silencio al escribir estas líneas.
Me conecto directo a mi memoria palatable. Manuel nos comenta:
Primer tiempo, en honor a la cumpleañera, recordando su tierra en una reestructuración de un ceviche peruano en salsa de ají amarillo. Segundo tiempo: el encuentro de dos culturas: tartar de atún sobre una mini arepita. Tercer tiempo: rissoto de hongos acompañado de un sirloin con salsa demi–glace de café. Cuarto tiempo: camarones salteados sobre un parmetier de papas y tomates secos, acompañados de elotitos salteados y tomate seco.
Rosa Anca