Aunque el PSOE se escinde entre 1920 y 1921 para dar nacimiento al más radical PCE, todavía Pablo Iglesias da muestras de su extremismo durante el VI Congreso del PSOE, en Gijón, en 1921: “Queremos la muerte de la Iglesia… para ello educamos a los hombres, y así les quitamos la conciencia”. En octubre de ese mismo año de 1921, el PSOE se aprovecha demagógicamente del desastre de Annual, con Indalecio Prieto culpando a Alfonso XIII e implicándole en la exigencia de responsabilidades. El PSOE, siempre aprovechando las circunstancias del momento si le eran favorables, colaboró con la dictadura de Primo de Rivera entrando en diversos organismos oficiales del régimen, con Largo Caballero a la cabeza como consejero de Estado. La colaboración durará hasta 1929, cuando el PSOE se ve dueño de la clase obrera al desplazar a su gran rival, la CNT anarquista, y entonces darán un giro de 180 grados pidiendo en un manifiesto “un estado republicano de libertad y democracia”. Ya con el gobierno de Berenguer y en pleno proceso de conspiraciones contra la monarquía, hubo una importantísima reunión de representantes republicanos y socialistas el 11 de julio de 1930, con Julián Besteiro por el PSOE y como primera figura del socialismo desde la muerte de Pablo Iglesias en 1925. Esta conjunción republicano-socialista se mantuvo, sin pacto escrito, durante toda la preparación de la República e intervino y formó parte activa en el Pacto de San Sebastián del 17 de agosto, con Besteiro, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos y Ángel Galarza por los socialistas, donde se creó un órgano de coordinación y planificación para dar un golpe de Estado contra la monarquía, con la ayuda de militares. Poco más tarde, el 23 de noviembre, se formó un Gobierno Provisional de la República, con Niceto Alcalá Zamora de presidente, que es exacto al que se proclamó el 14 de abril de 1931. Por fin se produce el Golpe de Estado de Jaca y Cuatro Vientos, del 12 al 15 de diciembre de 1930, que fue un fracaso estrepitoso, siendo detenidos Fernando de los Ríos y Largo Caballero el 19 de diciembre.
En las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que acabaron con la monarquía y trajeron la República de manera increíble, las cifras oficiales son éstas: 22.150 concejales monárquicos; 5.775 republicanos. El triunfo monárquico global resultaba aplastante a pesar de las argucias del concejal socialista de Madrid, Andrés Saborit, que dirigió el censo de la capital eliminando a muchísimos votantes monárquicos y agregando listas enteras de difuntos que votarían socialista desde la tumba. Pero como en las grandes ciudades se habían impuesto los republicanos, tanto los monárquicos como el Rey atribuyeron valor determinante a ello, facilitando el cambio de régimen, con la connivencia de los militares. Indalecio Prieto, una vez llegada la República y siendo Ministro de Hacienda, intentó demostrar sus acusaciones de latrocinio contra el Rey Alfonso XIII, que había expuesto en el libro “Con el rey o contra el rey” (1930), en donde decía que “…hemos de acabar con el régimen monárquico y con esta dinastía en España”. Pero aunque Prieto se interesó personalmente por encontrar pruebas, no se encontró ninguna y la Comisión Dictaminadora del Caudal Privado determinó “la ausencia de pruebas inculpatorias contra el Rey”. En las Cortes Constituyentes de la II República, la única diputada del PSOE en la sesión parlamentaria del 1 de octubre de 1931, Margarita Nelken, votó en contra del sufragio femenino. Otros 32 diputados del PSOE no apoyaron que la mujer pudiera votar. Indalecio Prieto no participó en ninguna de las dos decisivas votaciones para que se reconociera el voto a la mujer. Y presumen de ser los grandes defensores de la mujer. El PSOE, de ideología marxista, veía a la República como un periodo de transición hacia una dictadura socialista. En mayo del 31, en apenas un mes de existencia del nuevo régimen, más de cien iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza fueron incendiadas por turbas de exaltados. Las izquierdas, con el socialista Fernando de los Ríos como Ministro de Justicia, identificaron a aquellos delincuentes con “el pueblo”, impidiendo cualquier freno a los desmanes que marcarían el trágico final de la II República. No contentos con ello, expulsaron a los jesuitas ycrearon unaConstitución hostil a las creencias y sentimientos mayoritarios del pueblo, y poco democrática. Pero Largo Caballero seguía proclamando la revolución socialista en 1932: “Si no nos permiten conquistar el poder con arreglo a la Constitución… tendremos que conquistarlo de otra manera”. Mañana tercera entrega.