Un país puede ser conocido por muchos motivos. Por ejemplo, en el caso de la República de Irlanda, es conocida su forma de atraer inversión extranjera a través de una generosa política fiscal. Un sistema que permite que grandes multinacionales como Google, a través de ingeniería fiscal, terminen pagando menos impuestos de los que deberían en los países en los que operan. Estas prácticas son conocidas incluso en la sede de las instituciones europeas, pero la UE no ha dado el paso de calificar oficialmente a Irlanda como un paraíso fiscal.
Pero si por algo es conocido Irlanda, más que por sus controvertidas prácticas financieras, es por su cultura y folclore. Irlanda es el país que más veces ha ganado el certamen de Eurovisión, al menos hasta 2020: siete. Y su éxito en la música va más allá, con bandas tan famosas como U2, The Cranberries o Enya. También los escritores irlandeses son célebres, incluyendo a los ya clásicos Oscar Wilde o James Joyce. Por no hablar de sus pubs, extendidos por todo el mundo. No en vano Irlanda ocupa el sexto lugar del mundo en consumo de cerveza por habitante en 2020 y produce una de las más icónicas, la Guinness. La cultura es abundante en Irlanda, y se ha convertido en toda una herramienta diplomática con la que los irlandeses moldean la imagen de su país en el exterior.
La importancia del poder blando
La reputación de un país no es producto solamente de aspectos políticos o económicos: la cultura, las tradiciones o los estereotipos ayudan a proyectar una imagen a nivel internacional, dando a ciertos países mucha más influencia de lo que su poderío militar o económico podría sugerir. Es el caso de la República de Irlanda, un país pequeño en las dinámicas de poder internacionales, pero culturalmente muy influyente.
El concepto de poder blando, o soft power, fue acuñado en los años noventa por Joseph Nye, un geopolitólogo estadounidense. Según Nye, el poder blando sirve para que un país ejerza influencia sobre otros sin recurrir a la fuerza, a la coherción o al dinero, tejiendo alianzas, generando interés y exportando valores sociopolíticos a través de la cultura o el deporte. Estados Unidos, por ejemplo, exporta su visión al resto del mundo y expande estereotipos sobre el “sueño americano” a través del cine de Hollywood o las grandes tecnológicas de Sillicon Valley.
El poder blando también puede ser idiomático, como ocurre con institutos culturales como el Instituto Cervantes, dedicado a la exportación de la cultura y lengua castellanas. El inglés, además, cuenta con la ventaja de ser el idioma internacional para los negocios y el más extendido en la literatura y el cine, lo que beneficia a países como Estados Unidos, Reino Unido, Canadá Nueva Zelanda o Australia.
Así, el poder blando permite que países pequeños, que no tienen gran poder militar o económico, usen su fuerza cultural o sus peculiaridades sociales para hacerse un lugar en el mundo. Irlanda es especialista en esa estrategia: lleva desde 2015 entre los veinte países con mayor poder blando, según la lista de la consultora política Portland, que la elabora basándose en el concepto de Joseph Nye y teniendo en cuenta aspectos como educación, cultura, empresas o digitalización.
Para ampliar: “La diplomacia del sushi: el poder blando japonés”, Teresa Romero en El Orden Mundial, 2019
El poder blando irlandés
Irlanda descubrió el potencial que había en exportar su identidad cultural en 1994, y ocurrió de forma inesperada. Como sede del certamen de Eurovisión por segundo año consecutivo, ese año quisieron hacer algo distinto para la gala. Y, aunque ese año ganaron el festival, de lo que hablaba todo el mundo era de Riverdance, la compañía de danza irlandesa que actuó en el receso del concurso. El espectáculo mostró la danza irlandesa al mundo, y la melodía se convirtió en el himno no oficial del “tigre celta”, el nombre que recibió Irlanda durante aquellos años de bonanza económica previos a la crisis financiera.
Riverdance todavía recibe peticiones para actuar en eventos privados y públicos, y es uno de los espectáculos más vistos en el mundo. No obstante, más allá de los beneficios económicos que este éxito haya traído a la compañía, lo importante es que la danza irlandesa se ha vuelto internacional, y se enseña en lugares tan lejanos de Irlanda como Canadá, Australia o Japón. Además, el hecho de que Riverdance cuente entre su equipo a bailarines sin herencia irlandesa es un ejemplo del potencial del poder blando en un mundo globalizado. La danza irlandesa, profundamente arraigada en las tradiciones locales y la herencia celta, forma parte ahora de la imagen de Irlanda fuera de sus fronteras.
Otra de las bazas más potentes del poder blando irlandés se encuentra en la literatura. Irlanda es la cuna de escritores clásicos como James Joyce, autor de Ulises; Oscar Wilde y su El retrato de Dorian Grey; o Bram Stoker, célebre por su novela Drácula. También de Edna O’Brien, autora de la trilogía de Las chicas del campo; Frank McCourt, autor de Las cenizas de Ángela; o el premio Nobel Samuel Beckett, autor de Esperando a Godot. Más recientemente, Sally Rooney se ha convertido en un fenómeno internacional y uno de sus libros ya ha sido llevado a la pequeña pantalla. El Gobierno irlandés ha entendido el potencial de este patrimonio, y tiene un programa dedicado a exportar su literatura al mundo: Literature Ireland, que concede premios, organiza eventos literarios en Irlanda y representa de forma oficial a los escritores irlandeses alrededor del mundo en festivales literarios.
Papel igualmente importante cumplen los festivales de música que se celebran en Irlanda. El festival Feakle, por ejemplo, atrae a turistas de todo el mundo. Feakle comenzó como una plataforma para la música tradicional irlandesa pero en la actualidad incluye también danza irlandesa, poesía y hasta cursos para aprender a tocar instrumentos musicales irlandeses. Este tipo de eventos suponen una experiencia de inmersión cultural para los millones de turistas que atraen cada año. Muchos de ellos, además, extienden su estancia y aprovechan para hacer turismo alrededor de la isla. Y durante esos días no hay lugar mejor para conocer la cultura irlandesa que en un pub.
Los pubs constituyen el centro de la vida social irlandesa desde al menos el siglo X. No se trataba solamente de un lugar de ocio: si era necesario, en un pub también se celebraba un funeral o se hacía la compra. No en vano, se los llamaba public houses (‘casas públicas’), de donde proviene la palabra “pub”: su papel en la vida diaria era fundamental, puesto que eran el centro de reunión social para la mayoría de cuestiones importantes y rutinarias. Hoy, compañías como The Irish Pub Company se encargan de exportar esa experiencia única al resto del mundo, ayudando a que la relación entre el pub y la identidad irlandesa sea cada vez más estrecha.
Se estima que hay más de 7.000 pubs irlandeses alrededor del mundo, y todos comparten unas características básicas: parecen más el salón de un hogar que un bar, y el ambiente y la música son relajados. La decoración es siempre tradicional. Los dueños suelen ser personas dedicadas al bienestar de sus clientes: pueden servirte cerveza, darte indicaciones turísticas o hablar del tiempo. Eso sí, con una pinta en la mano, porque no hay pub irlandés sin alcohol. Y el alcohol, en especial la cerveza Guiness y el whiskey Jameson, se ha convertido en otra herramienta de poder blando que los irlandeses exportan con orgullo al resto del mundo. Ambas marcas son tan famosas que ofrecen tours guiados por sus fábricas para contar su historia, proceso de fabricación y, por supuesto, ofrecer catas a los visitantes.
Aunque el poder blando irlandés no se queda solo en la literatura, el folclore y el resto de lo que rodea la experiencia turística. Bandas de música como Snow Patrol, The Script, The Corrs o The Cranberries son parte ya de la identidad irlandesa y se han encargado de exportarla. Aunque quizá la que más ha contribuido es U2. Con su líder Bono a la cabeza, esta banda de rock ha participado incluso en campañas de márketing de la Oficina de Turismo de Irlanda. En 2018, las autoridades irlandesas invitaron a un representante de cada país del mundo a un concierto de U2 en Nueva York como parte de una estrategia para aumentar su influencia en Naciones Unidas. Y en el ámbito económico, Bono ayudó al Gobierno irlandés a convencer a compañías como Facebook, Google o Airbnb para que establecieran sus sedes europeas en el país, atraídas también por su laxa política fiscal.
Para ampliar: “La República de Irlanda, la cara A de la isla esmeralda”, Astrid Portero en El Orden Mundial, 2019
La importancia de la diáspora irlandesa
La población en Irlanda no superaba los cinco millones de personas en 2019. Sin embargo, fuera de sus fronteras hay alrededor de diez millones de irlandeses repartidos por el mundo, más población que la que la isla de Irlanda ha llegado a tener nunca. Concentrados especialmente en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Australia, los irlandeses o descendientes de irlandeses que viven fuera de la isla esmeralda son sus mejores embajadores. Son, además, los responsables de una vasta red de empresas creadas fuera del país con el objetivo de contribuir a la bonanza económica de Irlanda. Tanta es la conexión de la diáspora con su país de origen que los expatriados exigen el derecho a votar en las elecciones nacionales irlandesas, y se ha llegado a plantear un referéndum sobre el asunto, aunque ha sido pospuesto varias veces, la última en 2019.
Los irlandeses llevan siglos emigrando. A principios del siglo XIX, Irlanda era un territorio pobre, mayoritariamente rural, con graves problemas de desigualdad y conflictos religiosos, y bajo control del Reino Unido. Cuando la población empezó a crecer, se encontró con pocas posibilidades de adquirir terrenos propios que cultivar, y con unas oportunidades económicas escasas. El pobre desarrollo urbano e industrial de la isla forzaba a los irlandeses a probar suerte lejos de su país de origen. La situación empeoró con la Gran Hambruna, también conocida como Hambruna de la Patata, que entre 1845 y 1849 se cobró la vida de un tercio de la población y obligó a emigrar a un millón y medio de irlandeses. Y el flujo de migrantes desde Irlanda continuó durante el siglo XX a causa de una agricultura que no sostenía las necesidades locales, las políticas proteccionistas del Gobierno, que aislaban al país del resto de Europa, y el conflicto en Irlanda del Norte.
Con los años, la migración se ha convertido en un aspecto de la identidad irlandesa, y los irlandeses han seguido abandonando la isla con cada crisis política o económica, incluyendo la crisis de 2008. Ahora son esos diez millones de irlandeses en la diáspora, sumados a los alrededor de setenta millones que afirman tener raíces irlandesas, la herramienta de poder blando más útil con la que cuenta Irlanda. La diáspora irlandesa difunde la identidad, cultura y tradiciones de Irlanda, y las vuelve tangibles, accesibles y atractivas para los extranjeros. Y no hay mejor ejemplo de ello que la fiesta de San Patricio, que ha pasado de ser una celebración tradicional a todo un fenónemo global.
Hasta los años setenta, San Patricio era solo una conmemoración religiosa que celebraba la llegada del cristianismo a la isla; en consecuencia, la venta y consumo de alcohol durante ese día, el 17 de marzo, estaban estrictamente prohibidos. Hoy, por el contrario, y gracias a la influencia de la diáspora irlandesa en Estados Unidos, esta fiesta se ha convertido en una de las más importantes del mundo. Se celebra en ciudades tan lejanas de Irlanda como Boston o Chicago, dura entre cuatro y cinco días, supone un consumo de unos trece millones de pintas Guinness a nivel mundial e inyecta a la economía irlandesa más de setenta millones de euros. Es tal el éxito que en Irlanda se ha propuesto que dure un mes entero para aprovechar la llegada de turistas internacionales y aumentar el negocio. A pesar de que también perpetúa ciertos estereotipos negativos, San Patricio se ha convertido en una celebración de la identidad irlandesa en todo el mundo, y la mayor expresión del poder blando irlandés.
Para ampliar: “Día de San Patricio: la secularización de fiestas religiosas”, Astrid Portero en El Orden Mundial, 2019
La imagen de Irlanda en el mundo
Más allá de la cultura, los valores diplomáticos y económicos también son poder blando. Desde la Segunda Guerra Mundial, la República de Irlanda ha hecho de la neutralidad y el pacifismo una seña de identidad. En eso sigue la premisa de Éamon de Valera, primer ministro irlandés durante la guerra, que creía que los Estados pequeños debían mantenerse al margen de los conflictos de las grandes potencias. No se trata solamente de que su posición geográfica aísle a Irlanda del resto del continente europeo, sino que su tamaño y limitadas capacidades militares hacen muy complicado que se pueda defender en caso de un conflicto. Esta debilidad ha llevado al país a participar en operaciones de paz y a retirarse de cualquier iniciativa europea que implicara una escalada militar o involucrarse en un conflicto, y hasta la fecha no se han mostrado interesados en ingresar, por ejemplo, en la OTAN.
A nivel económico, después de independizarse del Reino Unido Irlanda tardó mucho en levantar una red de ciudades e industrias que les hiciera crecer económicamente para estar a la altura de sus vecinos europeos. Pero poco queda de aquel país aislado del siglo XIX, de la Gran Hambruna y de esa sociedad mayoritariamente rural. Entre 1993 y 2001, la productividad laboral crecía en Irlanda a una media del 5% anual, un porcentaje muy superior al de la media europea, mientras que la economía irlandesa crecía cinco veces más rápido que la de sus socios de la UE. Detrás de este espectacular crecimiento económico están la incorporación de la mujer al mundo laboral y el regreso de emigrantes irlandeses, que volvían a Irlanda con mucha experiencia profesional. Al mismo tiempo, durante esos años aterrizaron en la isla industrias tecnológicas, ofreciendo mucho empleo cualificado. Todo ello mereció que Irlanda se conociera en todo el mundo como el “tigre celta”, un país pequeño pero próspero.
La bonanza duró hasta la crisis de 2008, que contrajo enormemente la economía irlandesa. Como otros en otros países europeos, el Gobierno irlandés impuso profundas medidas de austeridad, pero su recuperación ha sido motivo de orgullo en la UE, para la que Irlanda es el ejemplo de la austeridad aplicada con éxito. Aunque la economía no ha crecido tanto como se esperaba, Irlanda se ha convertido en un país atractivo para para grandes corporaciones gracias a su laxa regulación impositiva, atrayendo mucha inversión extranjera. Paralelamente, además de presentarse como un país próspero y pacífico, Irlanda ha modernizado mucho su antigua imagen de país conservador, legalizando el matrimonio entre personas del mismo sexo en 2015 y regulando el aborto desde 2018.
Desde el punto de vista diplomático, el poder blando sirve para evitar conflictos a través de la cooperación internacional y la mediación sin recurrir a la vía militar. Y como herramienta cultural, el poder blando sirve para influir sin coerción, cambiando para bien la imagen que el mundo tiene de un país, su cultura, costumbres y sociedad; basta con exportar solo lo mejor. Con su apuesta por su cultura y folclore amigables, y su imagen de país próspero, moderno y pacífico, los irlandeses son ya unos expertos en el uso del poder blando. Solo hace falta sentarse tranquilamente a leer El retrato de Dorian Grey en los cómodos sofás de un pub irlandés, pasando las páginas mientras la Guinness se asienta para disfrutar de ella en su momento óptimo, para, de repente, formar parte la identidad que Irlanda exporta.
Para ampliar:“La diplomacia cultural, el arma más poderosa de México”, Inés Lucía en El Orden Mundial, 2019
Pubs, música y San Patricio: el poder blando de Irlanda fue publicado en El Orden Mundial - EOM.