¿Pudo salvarse Diana?

Publicado el 14 julio 2012 por Monpalentina @FFroi


Froilán de Lózar

La prensa revuelve la carnaza. No hay muerte justa. Todo aquello que nos inspira algo huele a trama. Ahora mismo, sólo su guardaespaldas —si alguna vez le viene a la memoria el hecho— puede saber algo, o quizá no lo sepa y nos encontremos ante un hombre capaz de inventarse una historia con el único objeto de librarse del dolor del impacto. Los periodistas de la revista 'Time', Thomas Sancton y Scott Macleod, tampoco saben nada. Saben lo que han oído, lo que les han contado, lo que se rumorea, lo que se sospecha, lo que se supone. Ahora el rumor que en aquellos momentos corrió como un reguero de pólvora, y que estos días publican los semanarios europeos, se ha vuelto interrogante: '¿Pudo salvarse Diana?'. Hacerse ese tipo de cábalas cuando la princesa se ha marchado definitivamente, es una forma de experimentar con los sentimientos, lo mismo que manejar ciertas hipótesis: 'Qué hubiera ocurrido de haber salido diez minutos más tarde, o de haber tomado otra dirección que no fuera el fatídico túnel'.

Cuando días pasados llegaba a estas páginas mi humilde semblanza de la malograda lLady Di, insistía en un hecho sobre el que quiero ahora volver: los odiados, malditos, calculadores y, para muchos, innecesarios paparazzis.

El médico que narra a los periodistas su encuentro con la princesa en el túnel del Alma, los disculpa, asegurando que los fotógrafos continuaron haciendo fotos desde lugares alejados, que no se apiñaron, ni intervinieron; que se acercaban, disparaban sus máquinas y se alejaban. Pero un hecho preocupa sobre todos: su pasividad ante un accidente tan grave y la versión que los propios periodistas han venido ofreciendo, donde se describe la visión de muchas fotos que ya están rondando por ahí y que hablan de 'una cara entera de la bella, o hilos de sangre en la nariz, la boca y el oído izquierdo'. Su muerte estuvo llena de bombillas y de testigos que parecían aceptar sumisos el final de su estrella. El padre de Dody hablaba recientemente de una conjura, muchos escritores suscitan la intervención de una mano asesina y casi todos dudamos hoy, sin pruebas definitivas todavía, de que el destino interviniera. Un funcionario declaraba que la ambulancia que la trasladó llegó muy tarde y se fue muy despacio. 

Siempre se condiciona todo al tiempo y cada uno lo mira de una forma. Siempre se busca una razón que nos devuelva vivo al muerto, y hay culpables en la sombra o testigos que hablarán de nosotros bajo prismas distintos. Puede que tengan razón. Puede que no la tengan. Nadie sabe lo que pasó aquél día, si alguien preparó el golpe mortal, si el conductor se prestó a una muerte suicida para que otros murieran, si la ambulancia estaba llena de fantasmas que retrasaron la llegada a un centro hospitalario y, en definitiva, si la implicación puede tocar altas esferas y remover viejos resortes de película. No es la muerte de la princesa lo que me preocupa, lo que debiera preocuparnos. Todos tenemos que morir –la vida es sueño–, sino el hueco que deja, la obligación que sin necesidad se impuso de hallar una respuesta justa a todas aquellas personas que, como la niña sudanesa de Kevin Carter, agotados de andar, sin ropa, sin hogar, sin patria, mueren sin remedio a las puertas de un nuevo siglo, haciendo insignificantes nuestras cuítas. El mundo es una red: unos quedan atrapados, otros aprenden a caminar sobre ella; unos la tienden con fines altruístas y benéficos, otros aprovechan las dificultades del camino para que te doblegues y, así, sometido a sus pies, te entregues a su juego o mueras bajo el dardo envenenado de su lanza. Estoy al lado de Moliére cuando dice: 'Si por otra parte, poseyéseis cien bellas cualidades, la gente os miraría por el lado más desfavorable'. © Crónicas Fin de Siglo16 de Marzo de 1998 . Froilán de Lózar para Diario Palentino.