¿Puede desaparecer un avión comercial?

Publicado el 18 marzo 2014 por Jmbigas @jmbigas
Este mundo moderno, infinitamente globalizado e infestado de tecnología, hasta en el bolsillo o alrededor de la muñeca de los ciudadanos, nunca dejará de sorprendernos. No nos sorprende que un guásap (permitidme el neologismo) que envía un chaval a dos amigos del pueblo de al lado, para quedar a tomar unas cervezas, acabe registrado en un remoto ordenador de Virginia, donde un autómata, o incluso un operador humano, lo destripa para verificar si tras las cervezas no habrá un intento de subvertir el orden mundial. O, para el caso, que la llamada de María (un suponer) a su cuñada para comentar lo achuchada que está la vida y los problemas de los hijos adolescentes, sea escuchada por un operador, muy probablemente paquistaní, en algún lugar de las afueras de Londres.

(Fuente: The Wall Street Journal)

Y, sin embargo, casi ni nos sorprende que un avión comercial, un avión Boeing 777 (de unos 70 metros de longitud, y un coste en el entorno de los 250 millones de dólares), pueda desvanecerse y desaparecer sin que nadie parezca capaz de rastrearlo, con 239 personas a bordo. El vuelo MH370, de Malaysian Airlines, en ruta desde Kuala Lumpur a Pekín (o Beijing), literalmente desapareció el 8 de Marzo de los radares comerciales una hora después de despegar. Lógicamente, la primera hipótesis fue que se hubiera precipitado al mar, por algún problema técnico no identificado, al este de la península malaya. Pero esa hipótesis fue rápidamente descartada. Las primeras investigaciones demostraron que varios de los pasajeros estaban volando de forma irregular, con pasaportes falsificados o robados. ¡Y nosotros que pensábamos que antes de montar en un avión nos revisaban hasta el color de los calcetines!. Luego resultó que el comportamiento anterior del copiloto era bastante dudoso, ya que existen fotografías (en las redes sociales) de chicas preciosas y rubias visitando a los pilotos en la cabina, en pleno vuelo, lo que está absolutamente prohibido. Tímidamente, empezaron a surgir nuevos datos. Hubo que reconocer que, a partir de cierto punto, el avión quedaba huérfano de seguimiento por parte de los sistemas de radar de la aviación comercial, hasta que entrara de nuevo bajo el control de otros sistemas en su ruta. Y también surgieron los datos procedentes de algún radar militar que parecían indicar que el vuelo había cambiado súbitamente de ruta, alejándose del corredor por el que se suponía debía volar hacia su destino. Aparecieron a continuación datos de algún satélite, que parecían indicar que habían tenido contacto posterior con el avión que, según estas informaciones, habría seguido volando, por lo menos, varias horas después de su desaparición de la ruta planificada. Pero los datos que devolvió el avión al ping del satélite serían incompletos, o sus sistemas no estarían actualizados a la última versión. De modo que resultaba imposible determinar la posición exacta del vuelo en ese momento de contacto, y sólo sería posible determinar que podría ocupar una posición dentro de dos grandes arcos, muy alejados, al Norte o al Sur, de la ruta inicial. Por supuesto, se han barajado toda clase de hipótesis. Lo único que parece seguro es que alguien a bordo (¿los pilotos?¿algún presunto secuestrador?) habría silenciado el avión, desconectando los sistemas que emiten información que pueden interpretar los radares y satélites, permitiendo así el seguimiento del vuelo. Pero aún así, un bulto volante del tamaño de un Boeing 777 no se puede desvanecer, y debería ser detectado por la infinidad de sistemas militares distribuidos por el mundo, teóricamente para lanzar las alertas tempranas sobre posibles ataques aéreos de los presuntos enemigos. Para esquivarlos, un avión debería volar por debajo de los 100 metros de altura sobre el terreno, y eso no es viable con un avión de este tipo y tamaño. Si el avión siguió volando cinco, seis o siete horas, como ya parece afirmarse estos días, parece inconcebible que, en algún momento, no acabara escoltado por un par de cazas de alguno de los países de la zona, que le conminara coercitivamente a aterrizar y rendirse. La biografía de todos los tripulantes y de todo el pasaje se está analizando bajo el microscopio. Se trata de determinar si alguno de ellos tuvo alguna vez alguna veleidad vagamente revolucionaria o terrorista; si alguno de ellos es socio de un club de aeromodelismo; si alguno de ellos compró recientemente un simulador aéreo para el PC doméstico; si alguno de ellos le preguntó alguna vez a la azafata de un vuelo anterior, para conocer la altura de vuelo. En fin, tratando de identificar al enemigo (presunto, siempre). No me puedo creer que el avión finalmente se estrellara en algún lugar de la amplísima zona que se está escudriñando actualmente (que ya abarca desde el Asia Central hasta Australia), y el choque no fuera registrado por alguno de los infinitos satélites espía que sobrevuelan permanentemente nuestro santo planeta. Y también me cuesta creer que acabara aterrizando en algún lugar (remoto tendría que ser), sin que nadie fuera del avión lo detectara. Salvo que, por supuesto, alguno de los muchos países que, al menos aparentemente, están colaborando en la búsqueda del avión desaparecido, tenga información y no la comunique por algunos oscuros intereses. O sea directamente cómplice de la desaparición. Analizando el perfil de todos los pasajeros, se está intentando cotejar si la desaparición de alguno o algunos de ellos pudiera tener una importancia estratégica para alguno de los actores universales (Gobiernos, organizaciones terroristas, empresas competidoras,...). No sería la primera vez que, para disimular el asesinato de alguien concreto, molesto o incómodo por algún motivo para alguien, algunos no tuvieran escrúpulos en asesinar a otras doscientas personas para enmascarar el hecho. Lo que estamos viendo con la desaparición del vuelo MH370 no tiene precedentes conocidos, y no sabemos intuir ningún patrón que coincida con otros hechos anteriores que hayan sucedido en las últimas décadas. La destrucción de un avión, con presuntos intereses revolucionarios, la hipótesis de un atentado terrorista, no encaja con lo que sabemos, ya que su efectividad depende de la publicidad del hecho. El impacto de este tipo de actos está directamente ligado a las imágenes de los restos humeantes del avión, y a las lágrimas por las víctimas. La hipótesis de un arranque suicida de los pilotos parece bastante descabellado. A pesar de sus presuntas frivolidades, se trata de pilotos muy expertos, que debemos pensar que eran conscientes de sus responsabilidades para con la compañía y los pasajeros (y sus propios compañeros de la tripulación). Un grave desengaño que pudiera conducir a instintos suicidas, nos llevaría más bien a una cápsula de cianuro acompañada de un trago de whisky de malta, en tierra y en soledad. Los secuestros de avión a los que hemos asistido en los últimos tiempos, han tenido patrones muy diferentes de esta desaparición. Se ha tratado de desviaciones de rumbo, con toma de rehenes. Aterrizaje en algún aeropuerto neutral y negociación para conseguir dinero u otras contrapartidas. Habitualmente, con éxito casi nulo. Lo que sí parece probado es que desde el interior del avión se realizaron manipulaciones bastante expertas, a fin de silenciar al máximo el vuelo. En los últimos días también se ha insinuado que el MH370 podría haber utilizado la sombra de otro avión similar (en ruta de Singapur a Barcelona), a fin de disimular sus movimientos. Los expertos (siempre solamente presuntos), de los que el Wall Street Journal es su principal altavoz, han empezado a difundir toda clase de versiones y posibilidades. Una de las más extendidas tiene que ver con la absoluta reticencia de todos los países (en particular los de la zona en cuestión) a compartir sus datos militares, procedentes de las sofisticadísimas tecnologías electrónicas de que disponen, y que, por cierto, han supuesto flujos de miles de millones de dólares en dirección, principalmente, de grandes compañías estadounidenses expertas en Defensa. Y el origen de esas reticencias estaría en que podrían manifestar no tanto lo que saben, sino lo que ignoran. En otras palabras, pondría sobre la mesa sus propias debilidades. Porque la tecnología, por sí sola, no garantiza una determinada operatividad. Requiere, entre muchos otros factores, de operadores expertos, formados y motivados que las sepan explotar. Y, muy posiblemente, ese no sea siempre el caso. Personalmente, si yo fuera guionista de películas de acción e intriga, desarrollaría una teoría conspirativa. En el interior del vuelo MH370, en el propio avión, en el equipaje de los tripulantes o de los pasajeros, o en las bodegas del avión, habría algún elemento estratégico, que una organización de tipo mafioso estaría dispuesta a matar por poseer. Y, muy especialmente, si nadie más en el mundo supiera que disponen de ello. Podría tratarse de una cabeza nuclear, o de alguno de sus componentes. O de un virus letal, que podría sembrar el terror en el mundo entero. O de un billón de dólares (un suponer) en Bonos al Portador, que podría desestabilizar toda la economía mundial. O del antídoto de alguna de las epidemias mundiales, que se habría desarrollado pero no distribuido, a la espera de un importante aumento en su precio, tras una crisis sanitaria de nivel planetario, quizá también inducida. O alguna de las personas que viaja a bordo de ese vuelo tendría un conocimiento específico sobre alguna materia extremadamente sensible que, en manos equivocadas, podría provocar una crisis completa de todas las estructuras políticas y económicas de nuestro mundo. El avión habría podido aterrizar en alguna zona desértica del Asia Central (un decir), aprovechando el intervalo entre pasos del satélite, y habría sido inmediatamente camuflado para esconder su presencia en el siguiente paso. Los rehenes no útiles podrían haber sido directamente asesinados, o bien conservados con vida para crear una cortina de humo en forma de rescate masivo, que enmascararía el auténtico objetivo de la misión. Lo que está claro es que el avión no pudo seguir volando más allá de unas pocas horas tras su desaparición. Salvo que hubiera sido reabastecido de combustible en vuelo, lo que supondría la intervención de medios que, por lo menos así lo pensamos, están más allá de las posibilidades de algún oscuro grupo guerrillero, terrorista o mafioso. Esto requeriría la intervención turbia de algún Gobierno de aviesas intenciones, o de una organización paragubernamental, al estilo de la Spectra de los primeros James Bond. El héroe de la película sería un anónimo analista de la CIA (o de la NSA), al estilo del Jack Ryan de Tom Clancy, que, tras sus gafas, detectaría sutiles diferencias entre las fotografías sucesivas del satélite en una zona deshabitada de Afganistán (un suponer). Nadie haría caso de sus observaciones, pero su tozudez le llevaría a hablar con Obama (o quizá también con el premier chino o malayo). Volaría personalmente a la zona de sus observaciones, y tendría que enfrentarse con los esbirros de la organización mafiosa, venciéndoles al final, con el apoyo de militares de medio mundo. Conseguiría rescatar el avión y todos sus pasajeros y tripulantes (si no hubieran sido asesinados por irrelevantes, claro), así como el elemento estratégico desestabilizador. Y así, el Bien vencería al Mal, asegurando un importante éxito de taquilla. Seguro que la realidad nos acabará deparando un desenlace diferente, mucho menos brillante y taquillero. De todas formas, parece increíble que, diez días después de su desaparición, nadie sepa absolutamente nada sobre su situación actual. Parece mucho más probable que alguien sepa, pero que haya decidido, por el motivo que sea, no comunicarlo. Es inconcebible que la tecnología sea capaz de espiar la llamada telefónica de un paisano en un pueblecito perdido en la campiña, y resulte incapaz de localizar a un bulto volante de setenta metros de longitud. Todo ello si no fuera porque hay 239 personas que podrían haber muerto, pero todavía nada está confirmado. Todos sus familiares y amigos tienen que estar absolutamente desesperados. Vaya por ellos toda mi solidaridad y apoyo.

JMBA