¿Puede la evolución resolver la cuestión de la naturaleza humana?

Por Daniel_galarza

Reseña de El legado de Darwin, de John Dupré


¿Qué es la evolución? ¿Qué nos dice sobre la naturaleza de la vida? ¿Y sobre la naturaleza humana? En pocas palabras, ¿para qué sirve esta teoría científica? Charles Darwin inició el camino para responder a estas preguntas hace más de 150 años, y la evolución misma de los debates e investigaciones dentro de la biología evolutiva a lo largo de todo este tiempo nos indican dos cosas bastante importantes: primero, que entender la evolución significa entender una parte esencial de la naturaleza de la realidad misma; y segundo, que si bien resulta de suma importancia, y contrario a lo que muchos divulgadores nos suelen decir, esta parte no alcanza, por sí misma, para explicarnos de manera completa la naturaleza de la vida, y menos aún, la naturaleza humana. Estas son las dos tesis principales que maneja el filósofo de la biología, John Dupré, en su pequeño libro El legado de Darwin (2006).
Dupré, famoso biofilósofo inglés, fue director deESRC Centre for Genomics in Society, hoy conocido como Egenis, Centre for the Study of Life Sciences; también conocido por formar parte de la corriente semanticista de la Escuela de Stanford de filosofía de la ciencia (junto a otros grandes nombres en el campo, como Ian Hacking, Patrick Suppes, Peter Galison y Nancy Cartwright), Dupré es especialmente conocido por ser bastante crítico con la visión de la evolución de muchos biólogos y biofilósofos contemporáneos. Este librito, con 181 páginas de contenido, muestra de forma introductoria sus críticas que, considero yo, son cada vez más necesarias de tener en cuenta entre más importancia se le de a la divulgación científica rigurosa dentro de nuestra sociedad.
Los primeros dos capítulos son en realidad una introducción a todo lo que viene después en el libro. Dupré pasa revista desde los estudios hechos por (y antes de) Darwin. Dupré se adhiere al  escepticismo científico y al empirismo, pues sostiene, algunas veces en la ciencia se llegan a acumular suficientes evidencias para respaldar las afirmaciones, haciendo imposible cualquier refutación razonable. Ciertas tesis evolucionistas generales han alcanzado este nivel de credibilidad. Hoy, por ejemplo, no existe controversia alguna dentro de la biología sobre la importancia de la teoría de selección natural. No obstante, es igualmente un hecho que existen grandes desacuerdos, dentro de la comunidad científica, sobre el grado en que la selección natural puede explicar de forma completa y autónoma el proceso evolutivo. También es cierto que existen grandes debates dentro de la teoría de selección natural misma, como la ya clásica controversia sobre qué es lo que selecciona la selección natural. ¿Selecciona genes, individuos, grupos? Aunque reconoce que hoy día, la teoría genocentrista de Richard Dawkins suele ser aceptada casi de manera estándar en biología (contrario a la selección en varios niveles, que suele ser más aceptada entre los filósofos de la biología), lo cierto es que Dawkins no ha sanjado el debate (y como nos dirá incluso más adelante, no parece ser el mejor camino a seguir). Las controversias se centran en la teoría de la selección natural, más no en el hecho de la selección natural.

El legado de Darwin y el destierro de lo sobrenatural


La visión de Dupré sobre la teoría de la evolución recuerda bastante a cómo Imre Lakatos aseguraba que se estructuraban las teorías científicas generales (o programas de investigación): La teoría de la evolución posee un núcleo de tesis firmes bien corroboradas, sin embargo, en sus "extremos" existen aún líneas de investigación por concluir, las cuales nos indicaran cuál es el futuro de ciertas hipótesis, algunas más o menos aceptadas dentro de la biología evolutiva. La refutación o confirmación de estas fronteras no afectarían el núcleo duro de la teoría evolutiva.
Dupré también nos señala los problemas de hablar sobre la teoría de la evolución, como si se tratara de una sola o de una idea completamente unificada que, por lo tanto, debe ser aceptada o descartada en su totalidad. En realidad, la evolución engloba un complejo conjunto de creencias con diferentes grados de certeza. En la historia de la filosofía de la ciencia, esta confusión causó que la evolución fuera vista por muchos epistemólogos de manera análoga a como se mira la teoría de la relatividad y la física cuántica, buscando hacer investigaciones en filosofía de la biología utilizando el enfoque de la filosofía de la física, enfoque que cambio luego décadas de trabajo en el que se demostró que la evolución es una empresa intelectual de características muy distintivas.
Con las aclaraciones de estos puntos, Dupré pasa a decirnos cuál fue el legado de Darwin, es decir, cuál fue su verdadera contribución. Y esta no es otra que la selección natural. Con la selección natural, Darwin demuestra que la evolución es un fenómeno natural posible, desterrando a las explicaciones sobrenaturalistas del campo. Resulta evidente que postular un mecanismo naturalista coherente en el que se prescinde de la intervención divina, y que brinda explicación al origen de la biodiversidad en la Tierra (donde nosotros estamos incluidos) es a todas luces un duro golpe a la idea de un Dios creador. Es así que el legado de Darwin consistió en ocasionar el declive total del teísmo y demostrar el triunfo del naturalismo para producir conocimientos y líneas de investigación científicas. Los argumentos a priori en favor de la existencia de Dios, como el argumento cosmológico, carecen de toda seriedad desde los tiempos en que David Hume demostró cuán vacíos resultan éstos, mientras que los argumentos a posteriori, como el argumento del diseño de la teología natural, terminan refutados por el hecho de que la evolución puede ser explicada y entendida en términos naturales, no sobrenaturales. Con esto, Dupré también despacha al creacionismo del diseño inteligente.
Pero hay otro problema importante: la supuesta conciliación entre evolución y religión, asegurada incluso por intelectuales de la talla del paleontólogo Stephen Jay Gould y el filósofo Michael Ruse. Ruse ha dedicado buena parte de su obra a justificar que el darwinismo no es contrario al cristianismo. Dupré señala que, en efecto, la obra de Darwin no está centrada en negar el parto virginal o la resurrección de los muertos como Jesús, ya que ese no es el tema tratado por Darwin (aunque tampoco hay lugar para milagros en la obra del naturalista inglés). Sin embargo, este tipo de argumentación pasa por alto el verdadero punto crucial: que el darwinismo socava la única razón  remotamente plausible para creer en la existencia de Dios. Por esto es que a Dupré le parece obvio el desprecio de muchos sectores religiosos hacia la teoría de la evolución, y resulta ser una consecuencia lógica de este punto. Por su parte, Gould llegó a asegurar que la religión se ocupa de la moralidad o de cómo deberían ser las cosas, mientras que la ciencia (como la biología evolutiva) se ocupa de cuestiones fácticas o de cómo son las cosas. Gould entonces concluye que los magisterios de la religión y la ciencia no se superponen. Dupré vuelve a señalar el punto principal, que el darwinismo socava la única posibilidad del cristianismo de ser verdad. Y si esto así, y Gould está en lo cierto sobre los distintos magisterios, entonces, la ciencia como único magisterio sobre cómo son las cosas sería la única autorizada en decir que no tenemos razones para creer en la existencia de ningún dios, y por tanto, el magisterio de la religión sería gravemente defectuoso. Si existen preceptos y normas dentro de las tradiciones religiosas que pueden considerarse como moralmente valiosas, o se las consideraría así solo por el miedo a ser recriminado (ya que no habría fundamento teológico auténtico), o son valiosas por sí mismas sin recurrir a su origen supuestamente sobrenatural, y por tanto, la intromisión de la religión es superflua en este asunto. El segundo defecto de la propuesta de Gould está en esa separación entre ciencia y ética que hace tan tajando, y en la unión necesaria de la segunda con la religión, algo que es empíricamente demostrable como falso.
De modo que Dupré nos obliga a concluir junto con él que:
El punto principal, sobre el que tal vez sería innecesario trabajar si no fuera tan polémico y si algunos de sus aspectos importantes no hubieran sido rebatidos y negados por algunas personas inesperadas, es que la teoría de la evolución ha representado una contribución importante, incluso decisiva, en el proceso de invalidación de las interpretaciones precientíficas sobrenaturalistas metafísicas, reemplazándolas por la metafísica naturalista asumida por la mayoría de los filósofos contemporáneos.

Evolución y naturaleza humana


Los siguientes seis capítulos (el resto del libro) se encuentra dedicado a un tema tan importante para la filosofía y la ciencia, del que se desprenden tantas otras cuestiones: ¿cómo podemos conocer la naturaleza humana? Los divulgadores de la biología evolutiva suelen asegurar que la evolución brinda respuestas clave para entendernos a nosotros mismos y nuestro lugar en el mundo. Sin embargo, Dupré no está convencido de esto, señalando que la evolución, si bien es una de las ideas más bellas y asombrosas en toda la historia de la ciencia, por sí misma no alcanza para sanjar las cuestiones sobre la naturaleza humana ni tampoco sobre la naturaleza de la vida en general.
Un primer paso para la solución a este problema  es reconocer que el ser humano es diferente de otras especies animales, pero tal diferencia no coloca en un punto especial en el árbol de la vida, sino que solo lo distingue de otras especies. Hay que señalar también que tal diferencia es solo de grado y no de esencia. Con el paso de los siglos se han propuesto distintas características que harían al ser humano diferente de otros animales, tales como la cultura, la política, la consciencia o las emociones. Todas estas características alguna vez consideradas humanas han sido reconocidas en otras especies animales desarrolladas en menor grado o de forma diferente. Pero si hay algo que nos diferencia, señala Dupré, es el lenguaje. El lenguaje (que no es lo mismo que comunicación) se ha desarrollado solo entre nuestra especie hasta donde sabemos. Fue el lenguaje el que nos permitió dar orden en la cultura señalando las enormes posibilidades de la división del trabajo, o de la división de roles y estatutos que son posibles en las sociedades humanas.
El lenguaje es un rasgo de gran pobreza filogenética (es decir, la carencia de diversidad filogenética de un linaje). Este tipo de rasgos son identificables en otras especies también. Rasgos como el cuello largo de una jirafa, el enorme tamaño de la ballena azul, la capacidad de las portia de elaborar mapas mentales para cazar otras arañas, la capacidad exclusiva de los castores de digerir la madera o la espectacular cola del pavorreal, son ejemplos de esta carencia de diversidad. Así el lenguaje es un ejemplo de la poca diversidad filogenética, igual que la cola del pavorreal, sí, pero también es un ejemplo de cómo un rasgo tan poco común o tan irrelevante para otras especies, en términos evolutivos, resultó ser seleccionado naturalmente convirtiéndose en una asombrosa ventaja para supervivencia de la especie.
Este tipo de explicaciones asombrosas sobre el papel de la evolución en el desarrollo de la especie humana como lo que es hoy en día, ha hecho reflexionar a muchos que el proceso de evolución seguramente arrojará luz sobre la comprensión de la conducta humana. Los mayores intentos contemporáneos que se han hecho, o por lo menos los más famosos, son los de la sociobiología y la psicología evolucionista, derivada esta última de la primera. John Dupré, crítico conocido de la psicología evolucionista, arremete contra esta protociencia (aunque Dupré se enlista entre los que la tachan de pseudociencia) estando entre sus principales tesis que campos de investigación como ese son ejemplos de reduccionismo, el cual nunca servirá para establecer un panorama completo de explicación científica.
Dupré señala lo que él llama la falacia genocéntrica en la psicología evolucionista: los psicólogos evolutivos pretenden demostrar que las raíces causales de la conducta humana en el cerebro deben ser inevitablemente entendidas como un mecanismo adaptado a las condiciones de la vida en la Edad de piedra, y por lo tanto, deben interpretarse como un reflejo de los procesos evolutivos de la Edad de piedra. Se supone que este razonamiento se basa en la suposición de que el cerebro, como es evidente, es una estructura adaptable, es decir que ha sido "equipada" por la evolución para cumplir las necesidades del organismo. Pero es también una estructura fisiológica, y como tal, está construida según las instrucciones de los genes, los cuales debieron ser seleccionados para producir esta estructura adaptable. La selección de los genes necesarios para producir una estructura tan compleja, continúa explicando Dupré, insumiría un período de tiempo muy prolongado, sustancialmente más extenso que el tiempo durante el cual han existido los seres humanos. El período más largo durante el cual los humanos modernos evolucionaron a partir de sus antecesores prehumanos y, en particular, desarrollaron su cerebro característicamente grande identificarse como el pleistoceno o período tardío de la Edad de piedra. Es en este período cuando el cerebro humano se adaptó en tanto estructura, por tanto, la especulación y la investigación sobre las condiciones que nuestros antepasados encontraron durante ese período debería brindar luz para identificar las tendencias en la conducta humana en nuestros tiempos.
Este biofilósofo señala que una premisa importante en este tipo de argumentación es la idea de que los rasgos adaptativos de los organismos solo pueden ser permanentemente incorporados dentro de un linaje si están codificados en los genes. Llama a ésta un dogma predominante en el pensamiento evolutivo, bastante popular tanto en el gran público como entre ciertas corrientes de teóricos profesionales, sobre todo gracias a la obra de Richard Dawkins. Pero Dupré señala que esta es una idea profundamente errónea y tal vez el mayor obstáculo para el avance del pensamiento biológico sobre la evolución y otros temas de importancia. La argumentación que lleva Dupré es algo técnica y compleja, por lo que espero que el adelantar la conclusión (más que controvertida) sirva para interesar al lector y buscar directo a la fuente original.
Regresando a la psicología evolucionista, una de las estrategias argumentativas más usadas por estos teóricos para justificar la proposición de que la conducta humana contemporánea se origina en las condiciones reinantes de la Edad de piedra, es la de comparar nuestra conducta con la otras especies animales. Es muy usual, por ejemplo, comparar ciertas conductas de agresión y competencia que llegamos a tener, con la que otras especies tienen en relación al territorio, la elección de pareja, la comida, etc. La irrelevancia de estas comparativas le parece a Dupré muy obvias a partir de la sencilla observación de que las especies comparadas deben ser elegidas con gran cuidado; después de todo, muchas otras especies no exhiben esas conductas. Pero Dupré se anticipa a sus críticos y postula una posible interpretación que harían los psicólogos evolucionistas:  tal vez las comparaciones demuestran que la conducta en cuestión pertenece al rango de características que pueden evolucionar por medio de la selección natural, y que si encontramos algunos casos de esa conducta en cuestión entre los humanos tendremos buenas razones para suponer que se ha desarrollado una tendencia importante.
Para este tipo de afirmaciones, Dupré señala un punto estándar del pensamiento evolutivo: la distinción entre analogía y homología. Mientras que la homología se refiere a la situación en la que especies diferentes tienen un rasgo similar por descender de antecesores comunes que poseían una versión anterior de ese rasgo (como la estructura ósea similar entre la aleta de una ballena y el ala de un murciélago), la analogía es el reflejo de las presiones selectivas similares que generan rasgos parecidos (como el ala de un ave y el ala de un murciélago) pero dichos rasgos evolucionaron de forma independiente sin tener nada que ver con los rasgos anteriores de algún ancestro en común. Con estos términos en claro, Dupré procede a afirmar que, casi sin excepción, los paralelos que se establecen para respaldar la psicología evolucionista son, en el mejor de los casos, analógicos, y el hecho de señalar esas analogías no nos dice nada acerca de la verdadera trayectoria evolutiva de un rasgo.

Conclusión: no todo en biología tiene sentido gracias a la evolución... y eso está bien


Las controversias particulares sobre raza, género e inteligencia se encuentran claramente relacionadas con campos como la sociobiología y su derivada, la psicología evolucionista. Dupré dedica capítulos especiales a cada uno buscando clarificar los errores comunes que se cometen a la hora de entrar en estas controversias, respaldando así su conclusión final. Aunque la frase más popular de Theodosius Dobzhansky pueda esgrimirse casi como mantra por algunos biólogos ("nada en biología tiene sentido sino es a la luz de la evolución"), para Dupré es evidente que la evolución no es suficiente para explicar gran parte de la biología general y, más en específico, la biología humana. La teoría de la evolución llega a malentenderse, y muchos científicos y divulgadores, asombrados con una de las ideas más revolucionarias de la historia, tratan de extraerle más de lo que deberían al legado de Darwin, su teoría de la evolución por selección natural.
La evolución no puede proporcionarnos explicaciones detalladas de los innumerables rasgos de los organismos. Uno de los motivos importantes de esa imposibilidad es que esos rasgos son verdaderamente innumerables: no hay límites para el número de rasgos que podemos distinguir porque en la naturaleza los organismos son un todo integrado. No hay historia del cuello de la jirafa o la trompa del elefante que sea independiente de la historia de la jirafa o de la historia del elefante. A veces resulta útil usar modelos que abstraen una parte diminuta de esa totalidad, pero debemos recordar siempre que se trata solamente de modelos, y que sólo nos dicen una parte parcialmente cierta de la verdad.
Es aquí donde diagnostica el problema: el reduccionismo, que es una metodología científica de vital importancia, pero limitada, a la que no suelen respetarse dichos límites. Dos ejemplos de este problema (expuestos en distintos temas a lo largo del libro) son el intento de atomizar a los organismos en sus rasgos y el darles "superpoderes" a los genes haciendo un énfasis excesivo de lo genético. Pero el mensaje de Dupré no solo es crítico o negativo. También es un llamado para estudiar, comprender y maravillarse de modo razonable la idea de la evolición:
Darwin y sus descendientes intelectuales nos han suministrado un conocimiento esencial de la naturaleza del mundo en que vivimos y sobre nuestra metafísica básica. Aún se sigue suponiendo generalizadamente que es la clase de conocimiento que debería provenir de los filósofos o incluso de los teólogos. En este caso, de todos modos, el conocimiento ha provenido de la biología y yo, como filósofo, me contento con hacer lo posible por interpretarlo. He afirmado que los teólogos pueden ser menos complacientes, e incluso tal vez necesiten cambiar su formación, preparándose para una disciplina cuyo tema tenga mayores posibilidades de existencia.
El legado de Darwin es el de dar un paso importante y decisivo en el camino que nos aleja del animismo primitivo, en dirección a una visión naturalista del mundo que al fin logró prescindir de espíritus, fantasmas y dioses, los cuales servían en épocas pasadas para explicar los fenómenos naturales. Este es el camino que se sigue, donde aún se siembran controversias acaloradas, pero que progresan en base a la investigación, la evidencia y la argumentación racional. El legado de Darwin, de John Dupré, es sin duda una excelente introducción para comenzar a entender ese mundo tan fascinante del que formamos parte y de ese intento por comprenderlo al que llamamos ciencia.