Puede que sea una historia corriente; en realidad, ¿qué puede hacer a algo especial?. Supongo, quizás abusando de mi autoasignada sabiduría, que las cosas no pueden ser menos subjetivas; en todo caso, no está en mí juzgar ahora, pues mi determinación, para esta historia, es simplemente narrar, intentando no sumergirme en tan profundas aguas.
Ella, hermosa musa designada, aparece en la escena con su vestido blanco, dispuesta a jurar ante sus creencias más grandes el amor y fidelidad a un ser, cuya vida se ha fusionado a tal punto con la suya que ahora no contempla posibilidad alguna de alejarle; él, un hombre corriente según sus amigos, se beneficia con la suerte por muchos anhelada del amor; el cuadro parece completo, la historia inicia de este modo, un voto sagrado ante una divinidad, demostrando un compromiso inigualable.
Palabras van, palabras vienen, la cortesía brindada por la inocencia del desconocimiento, incrementa el amor; seré tuyo-seré tuya, unidos con la palabra eternidad, parecen obedecer a un impulso pasional, una concepción flexible de lo eterno. Entonces, todo parece perfecto.
Un hecho es cierto, pero su versión, al ser traducida en el lenguaje humano es cambiante. Cómo podría alguien acertar sin error su futuro, aun cuando de él solo revele sus acciones personales. Nadie es capaz de contemplar inequívocamente cada paso a dar, por lo menos no con consciencia emotiva; hacerlo, es crear un guión en una obra vacía, determinada por un deseo a un fin muchas veces ya no deseado.
Son tales determinaciones, las que quizás ahora den explicación a esta historia. Un amor conceptualizado, es un amor muerto, una idea preconcebida sobre una experiencia la limita, llevando su apreciación bajo una regla comparativa, en donde se marca la distancia entre lo deseado y lo real. Él, cuyo amor fue verdadero, jamás pudo contemplar ante el juramento matrimonial, sentir pasión ahora por otra; debo confesar, aun cuando mantengo mi promesa de alejarme del mar profundo del juzgamiento, que el amor no se pierde por un acto carnal, la pasión es parte del amor, pero jamás será su esencia. Más, una percepción así del amor, no era compartida por ella.
Su concepción, en cuanto al tema, la llevó a imaginarse mantener la pasión de su vida como amantes, ser para él siempre una mujer especial, inmutable, misteriosa, divertida y hermosa; pero ¿cómo seguir siendo joven?, ¿cómo seguir sorprendiendo con lo que ya se ha mostrado?, para este efecto, se tendría que borrar la memoria de la contraparte. Ella, creyendo haber enamorado a un hombre para toda la vida, decidió seguir haciendo lo mismo que hizo para obtener su amor. Pero los hombres son cambiantes, los deseos son mutables, las metas suelen perder significado cuando se trazan en una realidad y se llevan a cabo en otra. Amar es un sentimiento, avivado muchas veces por el deseo pre-conceptualizado de un ser en particular.
Él, cuya visión social le había impuesto amar a una mujer con características particulares, se dejó llevar por la idea de una vida feliz, construida con las bases de un deseo generalizado: madre, amiga, enfermera, ama de casa, esposa, todas en una sola; así lo había dispuesto, así era ella, aunado a esa belleza propia de la juventud y un alma enamorada. Pero ¿Qué pasa cuando encuentras las mismas características en otra? Y si ella es más hermosa, más graciosa, mejor amiga, mejor madre; él jamás lo concibió, paso treinta años buscando, hasta dar con ella, con su esposa; parecía una oferta irrechazable, una milagro en la vida, una oportunidad imperdible, por eso se caso.
Ahora, la realidad es otra, la vida marital soñada no duró más que un par de años. ¿Dónde quedó la eternidad de amor?, ella se lo preguntaba a diario cuando disponía su vida para cumplir los roles designados y aceptados; él, cuando la besaba fríamente en los labios antes de salir al trabajo. Ambos, hacían lo que les correspondían, cumplían sus roles, fingían amar, pero silenciaban el vacío. No era horrible, no era invivible, solamente era un vacío, no soledad, solo vacío; una sentimiento reflejante de necesidad por algo; así lo describía él a sus amigos, así se lo planteaba ella a sus amigas, mientras las respuestas de ambos bandos, salvo por marcadas excepciones, eran “es algo de momento, ya te acostumbraras”. Costumbre.
En todo caso, el tiempo pasó, ella se acostumbró, el simplemente lo ignoró; pero, cada día se hace terrible cuando vislumbras lo que no puedes tener mientras te resignas con lo que no quieres. Arriesgarías todo lo que tienes, arriesgarías todo cuanto conoces por algo que no sabes si te hará feliz. ¿esto no fue lo que me llevo a casarme?; estas reflexiones, estaban en la mente de ambos, mientras en la misma cama, tras un mar de caricias y placer, terminaban sentados, sonriendo, mirándose.
Ya fueron diez años, la costumbre les hizo aprender a sobrellevar las fallas, aquellos vacíos fueron tapados por una capa de alegrías diarias, un jazmín flotando en el agua, hermoso pero sin suelo. En todo caso, ¿qué importaba no sentirse llenos plenamente? Estaban uno al lado del otro, dispuesto a cumplir con la promesa eterna del amor; pero, ¿es más fuerte el roble que crece en tierra firme, en un clima protegido y un ambiente idóneo, o tiene más fuerza el bambú que pese a la tormenta se mantiene aferrado a la tierra?.
Entonces ella llegó; una voz dulce y melancólica, una vida alegre y tierna, un alma soñada. Características perfectas, complementariedad divina, hermosura juvenil. Es una tentación, pensaba él, pero el amor puede más, se solía decir. No hubo problema mientras lo ignoró, ella sólo se dedicaba a su labor, pero, él era lo que ella buscaba, ese cúmulo de características deseadas para el hombre a quien amar. Está casado, reflexionaba con frecuencia mientras le servía café; ama a su esposa, suspiraba cuando él se despedía anunciando su deseo de llegar a casa.
Convivieron, varios meses, en la zozobra del quizás; pero no se atrevieron, era inadecuado, imposible… ¿imposible? Se preguntaba él con desdén el día en que la escucho hablar en la oficina de su atracción hacia él con una amiga; ella, era un mar de lujuria, revelando en sus ojos la necesidad de amar; él, un niño aburrido de jugar un juego diario basado en el amor del hogar. Entonces, por qué no satisfacer ambas necesidades, un solo momento bastará para terminar con la miseria de ambos. Así planteado, sin heridos ni muerte, fue sencillo hacerlo. Así lo hicieron, dos cenas, diez besos, un encuentro.
Él flotaba de felicidad, ella no se hallaba ante tanta dicha; pero debía acabar. Fue sólo una vez. Irrepetible. Eso bastó para amarse secretamente durante largo tiempo. Amor. En su casa, al estar con su esposa, recordaba con lujuria los besos de una pasión prohibida; su esposa, moría de placer pensando que otra vez lo tenía a sus pies. Ella, sollozaba en la cocina de su apartamento, esperando en vano la llamada de quien jamás llamó.
Maridos, amantes, amigos, padres, doctores, amas de casa, todos son roles distintos; él lo comprendió, su esposa, ya no era joven y hermosa, ya no era activa y risueña, estaba llena de vivencias cuya secuencia la hicieron dura e implacable; lo amo, era la respuesta cada vez que se preguntaba por qué hacía esto o aquello. También estaba cansada, aun se sentía vacía, pero estaba acostumbrada. Él, logró llegar a pensar haber llenado ese vacío por un par de años más, pero al descubrir la realidad, al observar como estaba en el mismo punto, este hueco insaciable volvió. Costumbre.
Esposos hasta que la muerte nos separe, pensaba él con amargura, pues no le era posible ahora concebir la eternidad en aquella situación. Es un gran hombre, repetía en su angustia ella mientras se encargaba del hogar; llegó el primer hijo, no producto del amor, sino de su búsqueda en la cama. Hermoso como la madre, vigoroso como el padre, el complemento de cualquier vida, decían sus amigos cuando lo vieron en el hospital. Nuevamente felicidad, amor incondicional; duró seis años. Debo aguantar por mi hijo, eran los consuelos mentales de ambos esposos ahora, el merece un hogar feliz, completaba la oración. Costumbre y familia.
Él, tuvo sus amantes ocasionales, esperando encontrar la pasión de la primera vez; ella, se resignó a la vida de madre, olvidando el rol de amante y de amiga; los tres, vivían en un mismo techo, pero la mente de dos, las dos vidas entrelazadas por decisión, por amor, se mantenía en un mar de confusiones, vacíos, gritos ahogados. Es por mi hijo. Familia y costumbre.
Ya las campanas de celebración, 20 años juntos, un matrimonio feliz, envidiable, suertudo; una vida de satisfacciones, decía la madre. Nada me enorgullece más que mi hijo, decía el padre. El amor no se pronunció, no fue galardonado en esta nominación por 20 años juntos. Ella enfermó, él murió; ella grito cuanto lo amaba, el jamás volvió a decir nada. 70 años ella vivió y, al morir, dijo a su hijo que lo mejor que le había dado la vida era él. No el amor, no la costumbre, sólo la familia: su hijo.
Especial, ordinaria, verdad, mentira, amor, costumbre; la vida es el transcurso de tiempo en que respiramos, hacemos, omitimos, reímos o lloramos; perspectivas, todo cambia, todo varía, no se espera el futuro, se vive el presente. Se ame o no, se quiera o no, se actué o no, el tiempo sigue su curso, la vida sigue su curso, no hay un botón de stop para poder meditar, decides y ya, vives y ya, mueres y ya. Feliz, triste, a gusto o en disgusto, conforme o inconforme, sigues siendo lo que eres, ¿o piensas cambiar?