Me vuelco en estructurar sistemas de medición y control del mercado. Entro y salgo de danzando por estrategias de marketing. Selecciono palabras adecuadas. Requiso dudas y las encarlelo en laberintos intrincados de previones. Cuando llega el momento, y como conozco a la perfección, que arte atrae, no me complico y anuncio su aparición o dejo pistas de su participación y espero. Todo se resuelve en una secuencia lógica que mantiene mis cuentas y los cuentos que ellos cuentan, atrapando atenciones en los asistentes. Puedo comprobar como el estado anímico y empático con el mensaje aumenta todo el precio del evento. No encuentro ambivalencias, que me hagan sospechar de errores cometidos durante todo el proceso. Por todas partes encuentro caras sonrientes que agradecen todo el esfuerzo. Tengo la sensación de miles de amigos nuevos y amistades renovadas que se despiden en la puerta. Mi estado de eufória, alcanza límites nunca vistos. ¡Mañana será un gran mañana!
Y mañana tomo el teléfono y recuento, con certeza, que mi evento ha logrado que la sensación de amistad, no se pierda. ¿Pero a cuanto estoy cerrándo la rentabilización de mi inversión? porque al día siguiente, percibo que el esfuerzo abre puertas pero no las cierra completamente detrás. Siempre descubro un gesto esquivo cuando arte toma el cheque y se va. La sensación de no satisfacción plena se hace del todo consciente.
Del valor de un discurso y su alianza con el valor de las técnicas artísticas
Arte, mantiene ocultos mecanismos y herramientas válidas que hacen confluir el mensaje con acciones efímeras que hacen compartir experiencias, en el logro de solapar una imagen de empresa, con una más concreta de marca. O aún, no hemos visto la oportunidad que perdemos de preguntar a arte sobre estos conceptos para construir la marca como una promesa de experiencia, que sirva de forma completa a completar procesos dando un margen al retorno de la inversión mucho más satisfactorio.