No está claro cuál es el origen de la villa de Alburquerque. No faltan estudiosos que apuntan hacia la dominación romana para señalar el germen de la localidad pacense, indicando que el nombre de la misma provendría del latino Albus quercus, o encina blanca. Los más, sin embargo, consideran que el nacimiento del municipio se dio durante el medievo, cuando el enclave formaba parte de un extenso Al-Ándalus. Abu-Al-Qurq, o país de los alcornoques, vendría a nombrar una población cuyos iniciales vecinos obedecerían a un legendario Abu Moruba, fundador de la urbe y regidor de la misma. Este personaje, huyendo de la cercana Batalyaws, o musulmana Badajoz, haría de Alburquerque un cuartel desde el cual dedicarse al pillaje y al vandalismo, aprovechando el geográfico punto estratégico sobre el que se erigía. No será hasta 1.166 cuando se mencione formalmente la existencia de la localidad. Conquistada por Fernando II de León, se confirmaría la posesión del municipio bajo un mandato musulmán, que volvería a hacerse con el gobierno de la misma en 1.184. A pesar de los intentos del monarca leonés Alfonso IX por vencer sobre la misma, sería bajo el reinado de su hijo y rey castellano Fernando III el Santo cuando el ricohombre de Castilla D. Alfonso Téllez de Meneses la reconquistase definitivamente, sumando la plaza al poder cristiano que ya sitiaba las poblaciones más relevantes ubicadas en la zona central de la que posteriormente sería Extremadura.
Arriba: el puente de Arenosas, sobre el río Albarragena, une hoy en día los términos municipales de Alburquerque y San Vicente de Alcántara a través de una estructura de 110 metros de longitud sobre ocho arcos de medio punto que serían usados antaño para la comunicación vía noreste de la villa alburquerqueña con Aliseda y Cáceres, así como de paso de rebaños desde el cordel de San Vicente de Alcántara entre las dehesas cercanas y la Cañada Real Soriana Occidental.
Abajo: vista de los dos arcos norteños y los restantes seis arcos conformantes del puente de Arenosas, aguas arriba.
Nombrado Alfonso Téllez primer señor de Alburquerque, el que fuese yerno del rey portugués Sancho II daría Fuero a la villa de señorío, comenzando lo que podría considerarse la época de mayor esplendor de la localidad. Su nieta, Teresa Meneses, casada con un hijo ilegítimo del rey Dionisio I de Portugal, idearía el levantamiento de un cinturón amurallado que protegiese la población, así como la reconstrucción de la fortaleza que capitaneaba el enclave, levantando sobre la presunta antigua alcazaba musulmana la obra sobre la que se basa el castillo que ha llegado a nuestros días. Defensas que hicieron de la villa un lugar seguro donde, paradójicamente y al contrario de lo que ocurriría en muchas otras poblaciones durante la Baja Edad Media, se multiplicaba la población, hasta el punto de levantarse barrios anexos a la muralla del lugar pero fuera de su protección. Sería también una época de empuje económico al estar dotada la villa de excelsos bosques mediterráneos que la rodeasen, abundantes fuentes y ríos que la nutriesen, así como llanuras y valles entre las serranías que escapando al Oeste de la Sierra de San Pedro dibujan los contornos sobre los que se asienta su mole, y donde ejercer la agricultura secana o el pastoreo tradicional.
Arriba y abajo: el puente de Arenosas, visto aguas abajo, muestra un ligero ángulo en el diseño de su calzada que, lejos de ser usado en época romana, correspondería a las directrices arquitectónicas habituales del medievo, barajándose así más la posibilidad de su creación durante la Baja Edad Media, sin descartarse la posible existencia antigua de un puente firmado por Roma que desapareciera, siendo necesaria la construcción del que ha llegado casi invariable desde el siglo XV a nuestros días.
Pero la mayor baza con la que contaba Alburquerque era erigirse como puerta de Castilla hacia Portugal, y puerto de conexión entre Badajoz y las localidades y enclaves más destacados del suroeste cacereño. Ubicada a pocas leguas del país vecino, los entresijos políticos desarrollados durante los últimos siglos del medievo le atañerían en diversas ocasiones, en una época donde las relaciones políticas entre los reinos cristianos peninsulares entre sí, y particularmente entre Castilla y su hermana lusa, se encontraban plenamente agitadas, enfrascados tanto en procesos de paz como en capítulos bélicos. Alburquerque sería escenario de varios de ellos pudiendo destacar, entre otros, el exilio allí vivido por Inés de Castro, protagonista de una intensa historia de amor donde las tramas políticas cobrarían tintes trágicos, compartiendo drama junto al rey portugués Alfonso IV, así como fundamentalmente con su hijo e infante Pedro, futuro Pedro I de Portugal. Un siglo después se vería la villa alburquerqueña salpicada por las intrigas vividas dentro de la castellana Corte de Enrique IV, así como durante los enredos políticos y soluciones bélicas que inaugurarían el gobierno de Isabel I de Castilla, más conocida como Isabel la Católica. Alburquerque, cuya fortaleza había sido entregada al santiaguista D. Álvaro de Luna por el monarca Juan II, se convertiría, tras ser confiscados los bienes del Maestre antes de su juicio y decapitación, en ducado del favorito del rey "impotente", D. Beltrán de la Cueva. El primer Duque de Alburquerque se mantendría fiel a Enrique IV durante las revueltas nobiliarias que ocuparon su reinado, sin que por el contrario se posicionase en contra de la nueva monarca cuando ésta, ya en el trono, declaró la guerra a la que se consideraba hija del duque, Juana de Trastámara, apodada la Beltraneja. Tras las últimas derrotas en Extremadura sufridas por los portugueses, aliados de Juana como esposa del rey luso Alfonso V, se afirma popularmente que ésta tomaría refugio en el castillo de La Codosera, dependiente del Ducado de Alburquerque. La reina triunfante la recluiría en tal fortaleza fronteriza hasta autorizar su destierro a Portugal.
Arriba y abajo: los primeros arcos del puente de Arenosas, enumerados desde el extremo septentrional del mismo, muestran similares características arquitectónicas que sus hermanos, de medio punto y constitución íntegra en sillares graníticos que se presentan como dovelas y en el intradós, siendo sin embargo la luz de éstos dos ojos muy inferior en comparación a la de los cinco arcos siguientes.
Arriba y abajo: el tercer arco norteño del puente, con el que se cumplimenta prácticamente y junto a sus dos hermanos contiguos e inferiores la mitad septentrional de la obra, descansa, como el resto de ojos, sobre la roca viva que sirve de sustento al monumento, no apreciándose pilas que sirvieran de base a los sillares graníticos que constituyen íntegramente los mismos.
Arriba y abajo: bajo el tercer ojo septentrional, visto aguas abajo, discurre la mayor parte del tiempo el cauce del río Albarragena, encajonado tras superar el puente entre berrocales y cantos graníticos que conforman, junto a rivera y puente, una bella estampa campestre.
El alzamiento de Alburquerque como relevante plaza fuerte fronteriza y bastión clave castellano no hubiera sido posible gracias únicamente a la situación y características geográficas del enclave. Durante el medievo y la Edad Moderna, la villa alburquerqueña sería dotada con un rico entramado viario que permitiese la comunicación de la población con otros enclaves y puntos estratégicos que compartiesen su relevancia poblacional, económica, militar e, inclusive y en algunos momentos de la historia ibérica, política. Según se describía a finales del siglo XVIII, a través del compendio de información regional que conformaría el Interrogatorio de la recién creada Real Audiencia de Extremadura, en 1.791, eran doce los caminos reales que partían de Alburquerque hacia otras partes del reino e, inclusive, fuera de él. Conducían éstos hacia Badajoz (del cual un desvío partiría atravesando la frontera hacia Ouguela y Campo Maior), dos provendrían de Villar del Rey continuando hasta Portugal tras atravesar Alburquerque, yendo los demás hacia la dehesa de Azagala, La Roca de la Sierra, Aliseda en dirección a Cáceres, la encomienda de Piedrabuena, San Vicente de Alcántara, la encomienda de Mayorga, La Codosera, y las villas lusas de Alegrete y Arronches, respectivamente. De todos ellos, destacarían por su importancia los que conducirían a Badajoz y Cáceres, siendo el resto caminos vecinales, tal y como señalaría Pascual Madoz en pleno siglo XIX a través de su Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, publicado en 1.848. Sendos estudios harían hincapié en relación con el cuestionable estado de estos senderos, en cuyo trazado deberían hacer frente los viajeros no sólo a las irregularidades del terreno o la naturaleza de los suelos, sino además al curso de las abundantes vegas que circundan la villa alburquerqueña, secas durante muchos meses, pero bastantes crecidas en otras fechas del año.
Arriba: arcos cuarto y quinto, contados desde el extremo norteño de la obra, vistos aguas arriba.
Abajo: arcos cuarto, quinto y sexto, vistos indivudualmente desde el flanco de poniente del viaducto.
Abajo: cuenta el puente de Arenosas con tajamares y contratajamares entre sus arcos, exceptuándose de ello los dos ojos norteños, constituidos por sillares graníticos asentados sobre un práctica base triangular que ayudase a cada pieza en su acometido fluvial.
El extenso término municipal de Alburquerque, fronterizo con los de San Vicente de Alcántara, La Codosera , Badajoz y Villar del Rey, queda regado por las aguas de dos destacables afluentes del río Guadiana: los ríos Gévora y Zapatón. Otros tantos desembocan en ellos, que a su vez reciben caudal de múltiples riveras y arroyos, como los de Jola, Alcorneo, del Fraile, de las Aguas, del Cabril, o de San Juan, que nacen de entre las sierras que cierran Extremadura en estas estribaciones occidentales de los Montes de Toledo. Desembocan en el Gévora los ríos Abrilongo y Guadarranque, mientras que el Albarragena finalizaría en el río Zapatón. Muchos de estos arroyos permanecen secos en época de estío, y aún llevando agua eran, como señalan diversos autores, vadeables con facilidad. Sólo los ríos Gévora, su afluente el Guadarranque y la rivera de Albarragena serían difíciles de superar en épocas de lluvia y con el caudal en plena crecida. Sería éste el motivo que conduciría a la construcción, durante presuntamente la Baja Edad Media, de puentes que los franqueasen para facilitar el paso de transeúntes, caballerías, rebaños, carros e inclusive ejércitos, si el nivel de las aguas así lo hicieran necesario. Se eregirían así el puente de las Arenosas sobre el río Albarragena, en dirección a Aliseda, el puente del Notario en el camino hacia La Codosera, y un desaparecido puente sobre el río Gévora siguiendo el mismo sendero que atravesaría el anterior, del que las escasas noticias que se tienen apuntarían a una hipotética fábrica romana, que más bien pudiera haber sido medieval y coetánea a las anteriores, y que ya en el siglo XVIII se presentaría arruinado, no contando la población con una red de barcas que sorteasen el río internacional, a pesar de ser el único que mantiene su caudal, inclusive crecido en bastantes ocasiones, durante todo el año. Sería en 1.926 cuando, para salvar sus aguas, se inaugurase el conocido como Puente de Carrión, cercano a la ermita homónima, sustituido en su uso por una actual obra de ingeniería, de doble anchura que la anterior, inaugurada a comienzos de 2.015.
Arriba y abajo: el arco séptimo, así como su hermano octavo, de menor envergadura, cierran el puente en la orilla alburquerqueña, vistos respectivamente aguas arriba y abajo de manera conjunta, así como individualizados.
Abajo: detalle del flanco occidental del puente, en su unión final con la orilla derecha, donde se pueden apreciar detalles constructivos de la obra, como la mampostería que conforma gran parte de su estructura, restos del enlucido que sellaba petriles, así como la existencia de sencillos vierteaguas a lo largo de toda la calzada.
Tiene el río Albarragena, nacido en los límites de la provincia de Cáceres con su hermana pacense, en las cercanías de San Vicente de Alcántara, algo más treinta y siete kilómetros de longitud, corriendo desde las faldas sureñas de las sanpedreñas sierras del Colorado y Pajonales hasta su desembocadura en el Zapatón. Atravesando el término municipal alburquerqueño al noreste de la localidad, servía antaño como frontera entre los sitios de Azagala y Villar del Rey, actualmente fronterizo entre Alburquerque y San Vicente de Alcántara, al Norte de la primera, así como entre ésta y el municipio villarense a la altura del embalse de Peña del Águila, sobre el que asoma el castillo de Azagala, abandonado y en proceso de ruina, despoblada la que fuese su dehesa. Paralela a su rivera, en el margen izquierdo de la misma, deambula en sus primeros tramos el Cordel de San Vicente de Alcántara, atravesando la dehesa de Piedrabuena. Recogía este cordel los ganados que, bajando desde tierras cacereñas rayanas con Portugal, venían desde Carbajo, Santiago de Alcántara, Herrera de Alcántara y Cedillo para, a la altura de Azagala, unirse a la Cañada Real homónima a dehesa y castillo que, en Villar del Rey, enlazaba con la Cañada Real Soriana Occidental, comunicando esta ruta a través de unos setecientos kilómetros y final en Badajoz, los pastos nacidos en las dehesas cercanas a la capital pacense con las montañas de Burgos, Soria y La Rioja. También a este rincón de la región extremeña vendrían los ganados de Zamora y de León a través de la denominada Cañada Real de la Plata o Zamorana. Serían quinientos kilómetros los que esta vez, desde las montañas de Sanabria y siguiendo en parte el trazado de la Vía de la Plata, se acercasen a la frontera española con Portugal para terminar en tierras rayanas alburquerqueñas y oliventinas.
Arriba y abajo: la calzada del puente de Arenosas ofrece aún hoy en día su empedrado original compuesto con variada piedra menuda y abundante guijarro de río, que permitiesen no sólo un mejor viaje, sino además una más fácil impermeabilización y fluido de lluvia a través de los vierteaguas durante los chubascos y temporales.
Arriba y abajo: la calzada del puente de Arenosas conserva en su llegada a la orilla derecha los petriles que la protegen, aún en pie un hito en el punto de unión de la obra con el término alburquerqueño (arriba), mientras que en el extremo opuesto y por el contrario, la calzada ha perdido parte de su estructura dejando ver la cara interna de los sillares que conforman el intradós del primero de los arcos, restando un tramo de parapeto ya adentrada la obra de ingeniería en el margen izquierdo de la rivera (abajo).
Abajo: D. Beltrán de la Cueva, favorito del rey Enrique IV de Castilla y presunto padre de Juana de Trastámara, conocida por ello como la Beltraneja, recibiría del rey "Impotente" el Ducado de Alburquerque, ejecutándose durante su gobierno en la villa las obras de construcción, o al menos una destacada reconstrucción, sobre el puente de Arenosas, sellada con dos escudos que reflejasen el blasón familiar del primer Duque, conservado in situ el que, en el flanco occidental del viaducto, muestra aún y a pesar de la erosión y el paso del tiempo las armas de uno de los personajes más relevantes tanto en la historia de la localidad pacense como en los capítulos políticos devenidos a finales del medievo español.
Bien para facilitar el paso de los viajeros que encaminasen sus pasos hacia Aliseda, o para permitir el traslado de rebaños a través del cordel de San Vicente de Alcántara y la villa de Alburquerque, se hacía necesario en pleno medievo la construcción de un puente que salvase las aguas del río Albarragena. Tomaría esta construcción el nombre de Arenosas, apareciendo como pétrea mole de 110 metros de longitud bajo la que se abren ocho arcos de medio punto. Uniendo en la actualidad los términos alburquerqueño y sanvicenteño, se presenta este inmueble presumiblemente invariable en cuanto a añadiduras desde la última actuación ejercida sobre el mismo en pleno siglo XV. Si bien algunos autores plantean la posibilidad de que el mismo fuese de origen romano, las características del mismo difieren de las ofrecidas por las obras de ingeniería similares erigidas bajo el mandato de Roma. Por el contrario, el bien muestra las particularidades propias de los puentes medievales rurales castellanos, barajándose así con mayor peso la posibilidad de que el monumento fuese iniciado en la Baja Edad Media o, como mucho, levantado en el mismo lugar donde un viaducto romano pudiera haber tenido existencia. Dos escudos de Beltrán de la Cueva, de los que sólo uno se conserva en el flanco occidental de la obra, nos permite fechar la construcción, o al menos la última intervención conocida sobre la misma, ejercida durante el ducado del favorito del rey Enrique IV, en la segunda mitad del último siglo medieval. Erosionado por el paso del tiempo, aún pueden apreciarse los tres campos de que se compone el blasón mantelado, atravesados los dos superiores por palos, de gules o rojo intenso en su versión policromada, mientras que un dragón asoma en el inferior.
Arriba: el puente del Notario o de la Notaria, nombrado así por la finca cercana, conocido igualmente como de Guadarranque, por superar antes de su derrumbe las aguas del homónimo afluente del río Gévora, serviría antaño como paso a los viajeros que discurrieran por el camino que comunicaba Alburquerque con La Codosera, cercana ésta con la frontera lusa, recibiendo igualmente a través de él las cargas de harina que, fabricada en los abundantes molinos que salpicaban la vega del Gévora, nutrían una destacada industria dentro de la villa alburquerqueña.
Arriba y abajo: vista del malogrado viaducto desde la orilla derecha de la rivera, aguas arriba y abajo respectivamente.
El escudo, enfundado en la fábrica del puente, marca el punto medio del mismo y el ligero ángulo que ofrece su calzada, aún pavimentada con menudas piedras y guijarros y conservada en buen estado, salvo en el último tramo norteño, sobre los dos arcos finales de la obra en esta zona. Se ha perdido igualmente en este punto el parapeto o petril que cierra sus laterales, de mampostería enlucida que conjuga con el resto del monumento, donde sólo los arcos, sus seis tajamares de planta triangular y similares contratajamares están elaborados con graníticos sillares, de tamaño medio. Difieren los arcos en cuanto a la luz de los mismos. Mientras que los extremos, así como el segundo a contar desde el margen izquierdo, son de poca envergadura, los cinco restantes son de gran tamaño, corriendo la mayor parte del tiempo el agua de la rivera bajo el tercero norteño, que compondría junto a su hermanos menores la mitad septentrional del puente. No faltan vierteaguas en ambos muros de la obra, destacando las que, sobre el menudo arco último sureño, asoman a levante y poniente respectivamente, no lejos de un hito que, constituido por una única pieza de granito, permanece alzado junto a los pies de la obra, en el término de Alburquerque.
Arriba y abajo: siguiendo unas pautas constructivas bastante similares a las ejecutadas sobre el puente de Arenosas, el puente del Notario muestra nuevamente una fábrica donde se alterna el granito de arcos, pilares y tajamares con la mampostería del resto de muros y petriles, apreciándose aún en el arco más sureño, visto aguas arriba y abajo respectivamente, la particularidad de no contar los cinco ojos de este puente con un completo intradós a base de sillares, ofreciéndose sólo las regulares piezas de granito como dovelas externas, colmándose con mampostería pizarrosa el resto del interior del arco.
Arriba y abajo: a pesar de ser defendida por algunos autores la teoría que apunta a una presunta obra romana como base original del monumento, levantado el actual sobre la misma o construyéndose en pleno medievo uno de nueva fábrica con reaprovechamiento de las piezas talladas durante la dominación de Roma, no hay datos que confirmen estas interpretaciones y sí detalles, como la falta de almohadillado (arriba) o la sí presencia de firmas de cantero (abajo), que nos hablarían de una construcción puramente medieval cuya vinculación con el pasado romano podría responder más bien, y como era habitual durante la Edad Moderna, a los deseos de esconder orígenes musulmanes de una población, vinculando nombres, fundaciones o monumentos con la edad clásica.
No es fronterizo, por su parte, el río Guadarranque. El que nutre al internacional río Gévora se alimenta de arroyos nacidos en muchos casos dentro del término municipal valenciano, como la Rivera de Jola. Sin embargo este cauce, que discurre a los pies de las sierras de la Caraba y de los Castaños, bien podría decirse que es auténticamente alburquerqueño, pudiendo atisbarse desde su vega la imponente mole del Castillo de Luna durante gran parte de su tramo. Justamente desde los pies de esta fortaleza en su vertiente sureña partiría el camino que llevaría al viajero hasta la cercana villa de La Codosera, fronteriza con Portugal. Encontrándose el sendero con las vegas del Guadarranque y del Gévora, sendos puentes ayudarían a su cruce en épocas de crecidas, denominándose al primero como del Notario, a veces de la Notaria, por ubicarse cercano a la dehesa bautizada con tal nombre, nomobrándose en otras ocasiones también y sencillamente como el puente del Guadarranque.
Arriba y abajo: vista aguas arriba y abajo de los vestigios de los arcos segundo y tercero del puente del Notario, enumerados desde el extremo sureño de la obra.
Abajo: un cuarto arco, en pie como el primero, seguido de un quinto de menor luz y un aliviadero en el extremo más septentrional del bien, complementan el inmueble, ofreciendo sus petriles en este tramo de unión con la orilla izquierda del río aperturas que bien pudieran servir como vierteaguas de la obra.
Enclavado a unos cinco kilómetros de la localidad alburquerqueña, el puente del Notario comparte con el de las Arenosas no sólo unas características constructivas bastante similares, sino además posiblemente las mismas razones constructivas y pautas históricas. Si bien el del Notario, de 85 metros de longitud y siete de altura máxima, cuenta con tres ojos menos, equiparado con cinco arcos a los que se suma un aliviadero en su extremo más norteño, podía apreciarse antes de su parcial derrumbe un similar y propiamente medieval ligero ángulo en su calzada, también empedrada y parapetada con petriles de mampostería enlucida, que haría dudar de su presunto origen romano, y sí asegurar si no la fabricación inicial, al menos una reconstrucción ejecutada durante la Baja Edad Media, siguiendo las directrices constructivas propias del momento, lejanas en muchos aspectos con las dictadas por la arquitectura romana. El granito, en sillares de tamaño medio, vuelven a ser el material de constitución de arcos de medio punto, y arranque de los pilares, así como de sus cuatro tajamares, nuevamente de planta triangular los tres norteños. La mampostería, mayoritariamente pizarrosa, cerraría la fábrica que no cuenta, por el contrario, con contratajamares. Difiere también del de las Arenosas en cuanto a la conformación del intradós de los arcos, al ofrecer éstos en el monumento del Albarragena una obra íntegramente compuesta por sillares de granito, mientras que en el inmueble del Guadarranque el interior de los ojos, donde el más septentrional muestra una luz mucho más menuda que los otro cuatro arcos restantes, es una simbiosis entre el granito de las dovelas y pilares, y el conglomerado pizarroso que sirve de base a la calzada y muros. Curiosamente en algunas de las dovelas pueden apreciarse símbolos que muy posiblemente fuesen marcas de cantero, asegurando en este caso así su datación a partir del medievo y no en épocas previas. Defiende la teoría del reaprovechamiento de original material romano el Doctor en Historia del Arte D. Alberto González Rodríguez, que atribuiría la existencia de mechinales en el intradós de los arcos no a su época de construcción y como ayuda de andamiajes, sino como sustento de las vigas de un posible entramado que, antes de la reconstrucción del mismo, permitiese cruzar el río.
Arriba y abajo: estaba la calzada del puente del Notario, como en el de Arenosas, pavimentada con menudas piedras, cantos pequeños y guijarros de río, cercados sus laterales con petriles de mampostería pizarrosa, lucido a manera de parapeto y pasamanos.
Bien fuera por ser su fábrica más endeble que la del viaducto de las Arenosas, o por haber sido lesionado a través de una serie de circunstancias relacionadas con las continuas avenidas vividas por el río a lo largo de varias temporadas, el puente del Notario ha perdido parte de su fábrica, viniéndose abajo los dos arcos centrales de entre los cuatro de mayor envergadura, peligrando el resto del bien y haciendo ya imposible su cruce, despidiéndose el monumento definitivamente del uso para el que fue ideado, tras haber visto cómo poco a poco dejaba de utilizarse el camino real que lo atravesaba, cómo iban desapareciendo uno a uno los numerosos molinos harineros cuyo producto, generado en la rivera del Gévora, era a través de él acercado a la villa alburquerqueña, y finalmente cómo él mismo, víctima más que del paso del tiempo de la iniquidad de los humanos, ha quedado en estado de ruina. Si bien el hombre no lo ha dañado activamente, sí ha sido la pasividad de las autoridades las que, habiendo sido como guardeses del patrimonio de todos advertidas en innumerables ocasiones y a lo largo de los años sobre el estado de la obra, comenzando a darse la voz de alarma a raíz de unas iniciales grietas en su fábrica durante los años 90 del pasado siglo, no han llevado a cabo arreglo alguno sobre el mismo, condenándole así al derrumbe progresivo pero también a la población en genera,l y al pueblo extremeño en particular, a soportar la desaparición de un bien, de un tesoro histórico-artístico, de una herencia cultural de la cual nosotros mismos, y especialmente las generaciones venideras, vamos a quedar privados.
Arriba y abajo: sería durante los años 90 del pasado siglo cuando diversas voces, alarmadas por la presencia de algunas grietas en la mole del puente, avisaran sobre las mismas a las autoridades competentes de su salvaguarda, cuando aún la obra se mantenía íntegra, en uso y siendo fácil su restauración y consolidación (arriba: imagen cedida por Mario Carnerero Pizarro); la caída de varios sillares, la fuerza de varias crecidas, y sobre todo la pasividad de los responsables permitieron que varias partes del monumento se derrumbaran trayendo con ello la ruina de la obra, desaparecidos ya varios de sus arcos y peligrando los restantes, en una lenta agonía que conducirá al histórico viaducto a una silenciosa muerte de cuya condena es ya difícil rescatarle.
- Cómo llegar:
La carretera autonómica EX-303 parte desde Aliseda hacia Alburquerque, alcanzando la villa alburquerqueña tras unirse mencionada vía con la EX-324, procedente de Brozas y Herreruela. Viniendo desde el municipio aliseño, y tras superar el cauce del río Zapatón, nos encontraremos con la rivera del Albarragena, debiendo desviarnos justo antes de sobrepasar el curso de tal afluente a nuestra derecha, introduciéndonos en el cordel de San Vicente. El camino, de titularidad pública y no mal acondicionado para el devenir de vehículos a motor, nos acercará hasta el puente de las Arenosas, conduciendo en todo momento paralelos a la vega y en el margen izquierdo del río.
Desde el propio Alburquerque, partiendo de un camino que nace a los pies del Castillo de Luna y de la carretera EX-110 que lo bordea en su flanco sur, podemos dirigirnos hacia el puente del Notario. Sin embargo, podría considerarse más sencillo alcanzar el monumento desde la carretera BA-008, que poco antes de alcanzar la localidad alburquerqueña a través de la vía autonómica indicada y llegando desde Badajoz, parte hacia La Codosera transcurriendo junto a la Ermita de Carrión. Dejando atrás el puente sobre el río Gévora, tendremos de nuevo que alcanzar sus orillas desviándonos desde la carretera provincial hacia nuestra derecha, tomando un camino que alcanza el río justo antes de llegar al cruce que une esta calzada con la BA-007, en dirección a la frontera portuguesa y Campo Maior. Sobrepasado el río Gévora, nos adentraremos en una finca de propiedad particular donde tomaremos de los dos caminos que se nos presentan el izquierdo. Mirando siempre hacia la Sierra de la Caraba, al Oeste de Alburquerque, nos orientaremos hacia el poniente hasta llegar a una encrucijada en cruz. Tomando el brazo norteño, no tardaremos en ver la rivera del Guadarranque y, sobre ella y al final del sendero, los restos del malogrado puente del Notario muriendo en una silenciosa agonía de la que, posible y desgraciadamente, nunca despertará.