¿Cómo me presentaría ante la gente que me ha venido leyendo a lo largo de estos años si no me pronunciara sobre lo que pasó el jueves pasado en mi ciudad?Está claro que amo Barcelona. Sin que ello excluya otras ciudades, llevo toda la vida aquí y aunque sea un sitio caro y a veces desagradecido y a veces me sienta un extraño en muchos de sus rincones, aún soy de esas personas tan primarias que piensa que un origen geográfico puede ser un primer nexo para sentirse familiar con la gente. Lo del jueves era algo que tarde o temprano iba a producirse. Por situación, por celebridad, por vulnerabilidad, por mero azar o promedio estadístico, con importantes ciudades europeas atacadas, la mí era una ciudad que, puede que pronto salgan cosas a la luz, había ido esquivando situaciones potencialmente peligrosas, con tanta gente en calles y en lugares emblemáticos a los que es estúpido blindar. Quien quiera atacar y lograr un impacto en Barcelona tiene donde elegir. No es una afirmación frívola, es una circunstancia que nos acompaña.Por encima de cifras, de especulaciones, de motivos y de debates sobre la conveniencia de tal o cual control y tal o cual medida, hay una cuestión que ha llamado más mi atención, habida cuenta de que truculencia de imágenes, historias personales, cronología de los hechos, condiciones de víctimas y atacantes son aderezos comunes que no nos distinguen de lo sucedido en París o en Londres o en Niza, y de que he tenido cierta desagradable sensación al pasar por la zona, pocos días después, de que hemos corrido demasiado a delimitar nuestra Zona Cero. Y ha sido el espectacular decantamiento de los medios de comunicación hacia interpretaciones tendenciosas. A una velocidad récord todo lo relativo al ataque y a la transmisión de la información sobre él ha sido empujado hacia el territorio ideológico más conveniente a cada medio y pronto se ha faltado al respeto a las víctimas, se las ha relegado a un segundo plano.El gobierno español ha actuado tarde y cuando lo ha hecho ha usado su derecho de conquista y su status administrativo para situarse de forma ridícula en un primer plano. Pero han sido como ese abuelo ausente al que se sienta en un lugar preferente en la mesa mientras apenas se le deja intervenir en las conversaciones. Los líderes estatales parecen muñecos que irrumpen en una escena en la que ya no tienen misiones principales, son como el secundario que grita demasiado o se para sin ningún sentido ante la cámara. Por supuesto se han apresurado a reivindicar, ellos y sus medios títeres, la importancia de la unión y el tamaño (su unión, su tamaño), y han tardado apenas unos minutos en menospreciar, por muchos canales, la capacidad de Catalunya de afrontar una situación así por sus propios medios. Así hemos sido recriminados por que nuestros gobernantes se hayan expresado en nuestro idioma y hemos sido recriminados porque nuestros mandos policiales hayan copado la primera línea de las investigaciones y hemos sido recriminados porque, en una reacción lógica de continuación con la normalidad, la convocatoria del referéndum del día 1 de octubre no haya sido afectada en lo más mínimo. Parece que pensaban que todo era una broma que llevábamos adelante esperando que pasara algo grave para aparcarla en un rincón. La terminología que empleaban para definir lo que es un proyecto serio de constituir un nuevo estado europeo según nuestra voluntad e idiosincrasia era de lo más aviesa, combinando conceptos que se desplazaban desde lo grotesco hasta lo ilusorio. El proceso que debe acabar con la autodeterminación e independencia de una República ha merecido algunas de las siguientes definiciones o calificativos: veleidades, aventura, delirio, desafío, ínfulas, fantasías, sueño, devaneo, pretensiones, provocación, y algunos que me dejo y que añadiré a medida que me vengan a la cabeza. El estado español con su esperpéntico presidente, ministros y familia real al frente han demostrado no tener ni idea de cómo funcionamos los catalanes como sociedad. Y nos han hecho un regalo adicional: el máximo mando de los Mossos D'Esquadra, policía propia, se ha visto de la noche a la mañana convertido en una de esas especies de héroes locales (gracias a un potente carisma y una capacidad de comunicar envidiable, presentándose como el policía amable y paciente que en el fondo está esperando dejar de atender a los medios para regresar a su investigación) que hasta se ha permitido el lujo involuntario de acuñar una expresión propia que ha hecho estragos en las redes.