Hoy estaba hablando con una muy buena amiga mía. Me preguntó qué tal y le dije que muy agobiada y estresada pensando en que ya sólo me quedan unas semanas para volver a irme y tengo que organizar el viaje… y que bueno, tendré que enfrentarme a nuevas aventuras.
Su respuesta: “Noooo, tú eres muy ‘cool’. No te estresas”. Pues no es cierto. No soy de piedra aunque luego me guste perseguir algo que se me meta entre ceja y ceja. Prueba de ello, que son las 2 de la mañana y estoy totalmente desvelada. Me he pasado un par de horas en la cama pero no hacía más que dar vueltas porque hoy se me ocurrió mirar seriamente los posibles vuelos que puedo tomar camino de mi nueva aventura.
Me conozco. Y sé que eso de los billetes es algo que debo dejar para muy última hora, porque desde que compro un billete de avión para un largo viaje hasta que me voy, el insomnio se apodera de mí. Aunque sólo algunas noches. Porque me dan altibajos. Tengo días super motivada por lo que vendrá. Días tristes por despedirme de mi familia. Días de miedo por no saber qué me encontraré. Y así. Una montaña rusa dentro de un cuerpo que aparenta calma.
El tema está en gestionar ese miedo. Es pensar en positivo, siendo consciente de que tras la angustia por el cambio, lo que llegará merecerá la pena. Y si no es así, siempre se puede recular, pero al menos te queda saber que lo has intentado. Y ya tienes más nociones de lo que te gusta para tu vida y de lo que no.
Llevo años con este miedo. La primera vez fue hace 11 años, cuando me mudé a vivir a Madrid. Aunque desde hacía tiempo sabía que quería ser periodista y que Madrid era la opción. Incluso me recuerdo con 13 o 14 años pensando en los años que me quedaban por disfrutar de mi pueblo. Sin embargo, cuando llegó el momento, me daba tanto miedo y tanta tristeza irme lejos de mi familia, amigos y novio de aquel entonces que hasta me planteé hacer una diplomatura y luego, tres años más tarde, intentar acceder a periodismo. Mi madre me ayudó a comprender que no era buena opción. Yo siempre había querido ser periodista. Y, menos mal que rectifiqué, porque a día de hoy no me imagino luchando por otra profesión que no sea esta.
La siguiente mayor angustia fue cuando conseguí una beca para irme a estudiar a Suiza. El día que me enteré de que me habían dado la beca, estaba de viaje de estudios por Túnez. Todos mis amigos de la universidad celebraron mi cumpleaños menos yo, que me consumían los nervios y no pude ni cenar. Peor fue cuando me tocó irme. Llegar a un país nuevo, estudiar en francés (mi nivel de ese idioma era básico), una universidad nueva e iba a comenzar una relación con un chico que había conocido un año antes en un viaje con una beca por Estados Unidos y por el que había escogido Suiza como destino. Siempre había querido hacer un Erasmus. El primer día de facultad en 1º de carrera lo había comentado con unos colegas que había conocido. Y aquí tendría mi Erasmus y un nuevo novio, el chico con el que llevaba un año soñando. Sin embargo, en ese momento, las semanas previas a mi partida, no podía dormir, ni descansar, ni pensar en nada más que en la nueva experiencia y en las cosas malas que podrían pasarme una vez allí, y que nunca sucedieron.
Y lo mismo me sucedió cuando me mudé a Macedonia de voluntaria. Me imaginaba cosas terribles de ese país, que ahora es como un segundo hogar para mí. No lo conocía (¿quién ha escuchado algo de Macedonia?), me imaginaba un lugar antiguo, peligroso, me imaginaba que me iba a aburrir en casa porque la tradicional sociedad ‘makedonka’ estaría siempre en casa, con las mujeres al fogón o limpiando. Nada que ver. A estos les gusta más la fiesta que a los asturianos, son tranquilos, es un país muy seguro y la amabilidad de su gente te hace sentir en casa desde que aterrizas. También cuando fui a Bosnia y eso que yo escogí el destino por iniciativa propia y que ya tenía un par de contactos en la ciudad. Las peores semanas fueron las previas a irme a Marruecos. Por eso de que a los medios de comunicación y a la gente les guste tanto pensar mal de los musulmanes. Casi que me imaginaba a los ‘moros’ tendiéndome trampas raras y ese tipo de pensamientos me quitaba el sueño noche tras noche. La realidad es bien diferente. Marruecos es una maravilla de país y su gente la más hospitalaria que he visto en mi vida, sin comparación. Y hace dos años me pasó antes de llegar a Vietnam.
Incluso en menor medida, cada vez que me subo sola a un autobús para conocer otra ciudad, dentro de mis viajes, aunque sea un trayecto de apenas 3, 4 o 5 horas, tengo un cosquilleo en la barriga que no siempre es cómodo, me da cierto desasosiego, pero a la vez una gran motivación y mucha más inspiración para mis escritos personales ( ya veis ahora que no puedo dormir y tras meses sin actualizar el blog, esto ha sido lo único que me ha apetecido hacer). Y cuando llego a mi destino y veo que no hacía un dragón esperándome para comerme, me invade una sensación de que sería capaz de hacer cualquier cosa si me lo propusiera.
Hace casi un año escribía un post muy triste porque estaba a punto de irme. Iba a Colombia. Es cierto que tanto esa vez como ahora mismo, dejo mi casa un poco antes de lo que me apetecería, pero es por cuestiones de trabajo. Pero el año pasado viví experiencias increíbles. Y no dudo que este año no vaya a ser, incluso mejor. Mientras tanto, aunque en mi cabeza sé que lo pasaré bien, sólo me queda aguantar este mes de incertidumbre y agobios, estrés, insomnios …. hasta llegar a mi destino y sentir que todo irá muy bien.