Hablemos de tele-basura y de todo lo que conlleva el hecho de seleccionar un determinado canal de televisión frente a la inminente posibilidad de pulsar cualquier otro botón desde el sillón de nuestro hogar. Botón que, por ejemplo, nos traslade a la vida de un insecto cualquiera, en un día cualquiera, de un verano cualquiera.
En un contexto de crisis económica y financiera, que está despojando de bienestar a los que creían poseerlo no mucho tiempo atrás, es lógico que la tan criticada tele-basura de nuestros días esté en boca de todos para bien o para mal. Es decir, por un lado está el problema de la falta de información relevante y el exceso de sensacionalismo en los medios de comunicación que coronan las pantallas de nuestras vidas. Por otro lado, el de una sociedad, en su gran mayoría hundida, abatida y cansada que, si fuese sincera, reconocería que quizás no le apetece estar informada al cien por cien de todo lo que ocurre a su alrededor, aunque eso no sea lo “políticamente” correcto. Ambos problemas desembocan en uno: la frustración de una sociedad completamente perdida y, voluntaria o involuntariamente, desinformada. Y es que en la voluntad radica el verdadero problema. Voluntad que termina traduciéndose en conformismo. Conformismo que refleja la cara social.
Es cierto que de los medios, ya hablemos de prensa, televisión o radio, no emana una información fiable, crítica, auto-crítica objetiva, libre de ideologías políticas, religiosas o económicas, contrastada, argumentada…Es cierto que es necesario mantener a los más afectados al tanto de todo lo que manejan los que mueven los tan conocidos y detestados hilos. Del mismo modo, también podríamos casi afirmar que por tele-basura se entiende todo aquello que no es reconocido por la gran masa como información de calidad; que la función de la misma, desde su creación, es la de entretener a toda costa, la de conseguir que el ocio sea el valor más preciado, independientemente del contexto en el que la sociedad se vea inmerso. Aunque debemos considerar, bajo todo tipo de detalles, que los acontecimientos sociales dictaminan en gran medida las críticas a determinadas emisiones o a determinados contenidos en un periódico. Un periódico que, sin embargo, es muy demandado en según qué sectores social
En cualquier caso, lo que aquí se pretende es analizar la situación desde varias perspectivas posibles: ¿existe homogeneidad entre las voces que atacan la existencia de programas televisivos concretos?… ¿podemos situar a los mismos dentro del marco que define al periodismo?…¿Realmente estas voces pueden presumir de sinceridad a la hora de ejecutar su verdadero punto de vista?…Con todo lo que está aconteciendo en el terreno de la política, que sin lugar a dudas repercute (y de qué manera) a la población, ¿acertamos enterrando este tipo de programación?… ¿Verdaderamente no sirven para nada?…¿Por qué, pese a que en cualquier conversación se trate de hundirla, siguen con la cabeza bien alta?… ¿Quiénes son los responsables de que sobrevivan al linchamiento?…¿Una acción conjunta no terminaría por eliminar lo que, supuestamente, no queremos ver, escuchar y leer?…¿No es el dinero el que da de comer?…¿No es la audiencia la que da dinero?…¿No son, precisamente, los televidentes, los lectores y los oyentes los que tienen la posibilidad de acercar el gato al agua?
Hablemos de por qué se lleva tantísimo cuestionar qué es y qué no información verídica y, por tanto, gozosa de fiabilidad, a pesar de que la gran mayoría de los que critican no quieran ser informados sobre la grandiosa inmensidad de los problemas que atañen a una población que, aún definiéndose por ella misma como la más desinformada entre las desinformadas, se encuentra muy a gusto sin ver la vida pasar.
Hablemos también de la privacidad de nuestros hogares, de si nuestras opiniones en público son acordes a nuestros actos en privado, de si realmente nunca nos ha apetecido evadirnos de un mundo espantoso viendo a dos tontos haciéndose los tontos detrás de la pequeña pantalla. Hablemos de cuándo una cosa y cuándo la otra, de si los extremos se pueden compaginar, logrando así una convivencia sin conveniencia. Al igual que podríamos hablar de si esta necesidad de información real está condicionada dentro de un contexto bastante nefasto para unos ciudadanos que ya se ven con la mierda al cuello.
Hablemos de cómo se podría alcanzar un cambio que todo lo cambie; de sí verdaderamente queremos que las cosas se conviertan en otras cosas que nada tengan que ver con el origen de donde nacen todos los fallos de un sistema que, aún autodefiniéndose como perfecto, se ahoga en su larga carrera intelectual. Hablemos por hablar como, desde un principio, hacen todos. Hablemos de si existe o no una homogeneidad dentro del pluralismo, que tanto hace falta en los tiempos que vivimos; de si, precisamente, por esa falta de pluralismo, los que dedican sus vidas a mandar hacen con las de los de abajo lo que quieren.
Y ahora hablemos poniéndonos en el supuesto caso de que existiese ese pluralismo: ¿existiría una tolerancia capaz de derrumbar tanto a las barreras verticales como a las horizontales? Es más, cabría también el que nos preguntásemos si es indispensable dentro de una pluralidad el que se de esa tolerancia en unas voces más que sinceras, en unas voces que no compren al por mayor las voces de otros. Hablemos de si es importante el hecho de que existan personas con un título bajo el brazo que les acredite como informadores, de si actualmente informar informa quien sea, de si se debería precisar de una formación académica para poder ejercer las labores de una profesión que ya suma bastantes años desde que le dio por nacer. Hablemos de si le toca morir o de si ya va siendo hora de que se manifieste de otro modo. Hablemos de la evolución de la información, y de todo lo que deriva de ella, en función de la imparable evolución de las nuevas tecnologías; de si la investigación es necesaria en un contexto en el que la inmediatez es lo que prima, independientemente de la fiabilidad que pueda o no ofrecer una buena fuente informativa. Hablemos de todo, por qué no.
Hablemos como si no estuviésemos de acuerdo con nada de lo que aquí se señala, como si no nos afectase en la menor medida el que una parte de una sociedad, tan aparentemente avanzada como la nuestra, sienta que se le cierran puertas muy relevantes al conocimiento de acontecimientos que, a la largo o corto plazo, terminarán repercutiendo, si no en la nuestra, en generaciones posteriores. Hablemos por no gritar. Intentemos posicionarnos en todos los ángulos habidos con tal de poder mirar para otro lado sin que suene del todo mal. Miremos para otro lado a sabiendas de que podemos encontrar respuestas a los problemas de nuestro bando. Critiquémoslo todo. Critiquemos a todos. Defendamos la auto-crítica.