Una película donde podemos ver resucitado a John Travolta, inconmensurable Samuel L. Jackson, peligrosa Uma Thurman, solucionador Harvey Keitel, asustado Tim Roth, dolorido Ving Rhames, enfadado Bruce Willis, monologuista Christopher Walken y compañía, dirigidos por el verborreico Quentin Tarantino, ganadores de la Palma de Oro en Cannes, del Oscar y el BAFTA al mejor guión, del National Society of Film Critics a mejor película, director y guión y así sin parar, y sobretodo por el impacto social y cinematográfico que supuso Pulp Fiction, está claro que hay que verla.
Empieza con un diálogo interminable sobre hamburguesas, sobre la televisión y sobre un masaje en los pies. Haciendo tiempo y hablando de banalidades, que luego no lo son tanto, antes de entrar en un piso de mala muerte para recuperar un maletín con un MacGuffin dentro. A punto de decir “vaya coñazo de película” hasta que atraviesan esa puerta y vemos una obra maestra de secuencia.
Vincent Vega y Jules Winnfield se mueven como tiburones en una minipecera de pececitos de colores, asustados e inmóviles. Uno de estos minúsculos vertebrados acuáticos intenta usar un discurso fácil y vacío para amortiguar el golpe pero el estruendo de la pistola de Jules le hace volver a su lugar.
Este se disculpa por haber roto su concentración, relajado, casi cómico, mientras el pececillo suda y sabe que como no se ande con ojo no va a salir vivo de allí.
Una sencilla pregunta de Mr Jackson hace avanzar el diálogo: ¿Qué aspecto tiene Marsellus Wallace? -¿Qué? Y frenético diálogo en el que el abusón del colegio arrincona al niño enclenque a base de golpes con el pecho mirándole desde arriba. Parece mentira que hace unos segundos fuera el mismo tipo que comía de la hamburguesa y bebía del refresco que estaba desayunando el listillo de poca monta. “¿Acaso parece una puta?” ¡Bam!