Puntas de una misma lanza

Publicado el 04 noviembre 2013 por Dcarril
Que siempre existirá una cierta diferencia entre el hombre o mujer de aparato, de partido, el apparatchik, y el pensador político, es decir, el sujeto que, aún en la conservación de su compromiso con la estructura organizativa a la que pertenece o con la que colabora- estructura siempre histórica y contingente- adopta por sistema una postura condicionada, evaluativa y critica, incluso deconstructiva, es algo evidente y hasta cierto punto necesario, cuando menos inevitable, al menos en el interior del juego de la política basada en la representación, que es el escenario en el que los partidos han de moverse, en el día de hoy, como marco apriorístico de toda política institucional posible.

La existencia del apparatchikes necesaria para la conservación de la estructura de toda organización política que se precie: él es lo permanente en lo contingente y cambiante, el actor político que ha de lidiar con las miserias de la existencia política cotidiana, el revolucionario permanente de Brecht; pero su actitud ha de centrarse no obstante en el otro polo de esa materia no configurada que es la vida social misma, a saber, su necesaria -aunque siempre incompleta- expresión política; y, al contrario, el intelectual crítico se fija en la relación esencial entre el azar caprichoso de la coyuntura, de la vida social y las estructuras que quieren representar la respuesta correcta a las necesidades e interrogantes que plantea esa vida; para el pensador crítico hoy eso no puede consistir sino en un problema. El peligro que corre aquí la izquierda es otorgar la prioridad a determinados conceptos tradicionales vaciados de su cualidad crítica cuya contrastación con las urgencias de la realidad inmediata y sus imposiciones obligaría a sopesar y analizar de nuevo la cobertura representativa que pudieran ofrecer esos conceptos a la vida social real y sus problemas y necesidades; en otras palabras, mientras el apparatchik puede y debe trabajar el optimismo de la voluntad en la conservación y perfeccionamiento del aparato político representativo, el pensador político tiene motivos más que suficientes para, desde la distancia teórica imprescindible, sentirse insatisfecho con la relación existente entre el aparato y las bases, y entre el partido u organización como tal y la masa social que reclama una representación justa para ella.Nuevamente el peligro para la izquierda parece consistir aquí en abandonar el materialismo histórico como análisis de la realidad material- fundamento de la legitimidad del propio marxismo en tanto corpus teórico o herramienta analítica de toda izquierda seria- para refugiarse en la metafísica de los conceptos 'humanistas' abstractos, en el idealismo de los nombres universales y vacíos como 'libertad', 'emancipación', 'socialismo' o 'comunismo'- lo que significa invertir o malograr las categorías analíticas y transmutarlas en conceptos filosóficos abstractos o, peor aún, en eslóganes de marketing político- cuyo correlato práctico significa el abandono de la idea de partido como fruto maduro y producto legítimo de la lucha social y, por otra parte, la adopción de un discurso propagandístico que ha renunciado a la cosa real en su dificultad- como observamos en los discursos de los partidos socialdemócratas- que ha retrocedido ante la dificultad misma y que incluso ha desertado de establecer una relación íntima con el tejido social para refugiarse en las cavernas del aparato de partido. 

El intelectual crítico puede hacer aquí, sin embargo, una tarea esencial de vigilancia: él puede velar porque esa transformación perniciosa, nefasta, no llegue a realizarse; mientras tanto, el apparatchik, en cuanto profesional de la política, puede y debe velar por la continuidad de la empresa política en el tiempo, pues no es posible la existencia de ninguna estructura temporal sin el paciente y lento trabajo de lo negativo.Pero parece intuitivo que la tarea del intelectual crítico debería ser otra; él es quien será el encargado de escuchar la melodía que produce ese instrumento que es la vida social misma; mientras no sea posible, como quisiera acaso Gramsci, convertir en intelectual al militante político, la izquierda necesitará oidores profesionalesde este tipo- figura que no siempre habrá de coincidir con el erudito, el politólogo o el especialista-. Y, sin embargo, el intelectual crítico y el hombre de partido deberían ser siempre puntas de una misma lanza, partícipes uno de la actividad del otro en la medida de lo posible. De otro modo incluso la unidad de la actividad de la izquierda también estará en peligro.La 'división' intelectual del trabajo en este aspecto no debería sobredeterminar la dialéctica imprescindible que debe fundar la actividad del intelectual y el hombre de partido, posiciones al fin y al cabo contingentes cuya idea regulativa no es, en el fondo, otra que alcanzar el mutuo encuentro.



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