El Banco Central Europeo ha dado estos días su receta mágica para aumentar la competitividad: bajar los salarios de los españoles y, por extensión, “de los países en apuros”. Así no parece nada personal. No habla Draghi del queso, sino de todos los fabricantes de productos lácteos, como en la hilarante escena de La vida de Brian en que Jesús predicaba ante sus fieles y los más alejados apenas lograban oír sus palabras. Los apuros de un país son, en definitiva, los apuros de sus ciudadanos y aquí estamos pasando muchos, demasiados, la olla en punto de ebullición a punto de empezar a salpicar fuera. La prensa internacional se hace eco de la desesperación, de las medidas alocadas de gobiernos también desesperados aunque sea en este caso por desplegar bien sus tentáculos antes de que todo caiga como un castillo de naipes y recoger los pedazos ya en unidades fácilmente manipulables, privatizables, puestas en valor, que llaman. La subida del IVA de septiembre nos hará todavía más competitivos de lo que nunca habíamos pensado. Y es que una clase media deprimida que no deja de perder poder adquisitivo, un arma al fin y al cabo, también repercutirá en las empresas que luchan por vender su producto o servicio, sea cual sea. Las grandes podrán aguantar mejor el tifón, pero las pequeñas, con sus también cada vez más pequeños trabajadores, se verán abocadas al cierre y serán engullidas por la falta de liquidez, de crédito. Ni reduciendo los salarios, como recomienda el BCE, sobrevivirán. Con este panorama, y avanzando hacia este septiembre sin posibilidad de recuperar los suspensos pasados, mejor escuchar música, leer, pasear, salir a respirar y recordar que la ola de calor sólo es el principio. Música para hidratarse.