Punto de no retorno de la Revolución Francesa

Publicado el 14 enero 2016 por Vigilis @vigilis
Siempre se regresa a los puntos críticos de nuestra historia porque nunca estará todo dicho de ellos. Es amplísima la bibliografía disponible acerca de la discusión de estos momentos cruciales y la producción de teorías, explicaciones y debates no hace más que aumentar. Me gustaría tratar de destilar estos complejos procesos de transformación histórica en sus puntos de no retorno.

La línea recta es la civilización.

Diversos autores tienen sus momentos favoritos de la Revolución Francesa, los momentos matriciales, los del punto de no retorno. Los instantes universales que marcan el antes y el después. En la Revolución Francesa tenemos para elegir: el momento en que el Tercer Estado se encierra en el Juego de la Pelota y jura no salir de ahí hasta dotar a Francia de una Constitución. El momento en que la Guardia Nacional que protegía al rey se pone de parte de los insurrectos y gira los cañones hacia el palacio de las Tullerias. Y por supuesto el momento del 18 de Brumario.
Para los cínicos y en general la gente de buen diente, el momento que distingue el antes y el después entre el mundo previo a 1789 y el posterior a 1804 tiene que ser la batalla de Valmy.

La batalla de Valmy, pintada por Juan Bautista Mauzaisse en 1835.

La batalla de Valmy es la primera batalla que enfrenta a la Francia revolucionaria con la llamada Primera Coalición. El cuñado de Luis XVI ya había avisado que no se asaltara el palacio de las Tullerías —como acabó pasando— y que al rey se le restituyera su poder legal (su poder legal en aquel momento, constitucional). Entre la excursión a Varennes, la quiebra del estado y las presiones de clérigos contumaces —quienes se negaban a jurar la Constitución Civil del Clero, también había otros clérigos que eran revolucionarios, claro—, el choque (militar) era inevitable.
Viendo la negativa imperial a aceptar el dinero que la Asamblea ofrecía a Austria para evitar la guerra —eran revolucionarios, no tontos—, la Asamblea decide declarar la guerra a Austria y avanzar hacia los Países Bajos Austríacos. Los gañanes holandeses que ven pasar al ejército revolucionario no se animan a juntarse a la muchedumbre armada —como esperaban los franceses— que cuando llega a la vista de los ejércitos de Austria y Prusia se bate en una desorganizada retirada durante la cual llega a asesinar a varios de sus generales.

Danton en el Club de los Cordeliers (Fred Zeller).

Por su parte, el ejército de la coalición bajo las órdenes del duque de Brunswick entra en Francia y ocupa algunas plazas en su camino a París —notablemente Verdún, que os sonará porque se cumplen 100 años de una célebre carnicería que tuvo lugar allí—. Austria, Prusia, Brunswick y otros emiten una proclamación en la que piden a la Asamblea Nacional que protejan al rey Luis, que restauren trono y altar y que si alguien trata de asaltar el palacio de las Tullerías destruirán París. Los aliados esperaban que con esta proclamación el sector moderado tuviera buenos argumentos para hacerse con el control de la Asamblea y de las principales ciudades.
La proclama tiene justo el efecto contrario al que se buscaba, pues en cuanto comienza a circular por París, una multitud de gañanes —principalmente gañanas, llamadas las Furias— pone rumbo a las Tullerías. La turba asalta el palacio con ayuda de la Guardia Nacional que protegía el palacio y solamente La Fayette —a la sazón general de la Guardia Nacional— evita que hagan albóndigas con la carne de la familia real. Llevan a esa familia al Temple de París y los escoltas del rey que se quedan en las Tullerías —guardias suízos— son comidos, creo, por la turba. Aquella noche en París debió de ser digna de ver.

Robespierre, algo pachucho, la noche del 9 de termidor.

Cruzado pues el Rubicón, aparece una mayoría clara en la Asamblea que llega a la conclusión de que a partir de ahora será el todo o la nada. La turba armada espoleada por los cordeleros y los jacobinos se dedica a partir de entonces a matar a sus conciudadanos y el ejército francés queda libre de la chusma para poder actuar como un ejército de verdad. En Valmy el ejército francés no es destruído y los prusianos además deciden retirarse. En otro puntos los generales franceses avanzan —Niza, Worms, Maguncia...—, la supervivencia y los tempranos éxitos militares son una importante inyección de moral para los revolucionarios que deciden abolir la monarquía y juzgar al ciudadano "Luis Capeto" (una de las acusaciones es la matanza del Campo de Marte, que fue ordenada por la propia Asamblea).
Coincidentemente la batalla de Valmy y la conversión de la Asamblea en Convención —proclamación de la república, del nuevo calendario y abolición de la monarquía— tienen lugar el mismo día.
Mi punto es que todo dependió del resultado de Valmy.
Antes de Valmy el gobierno francés seguía siendo una monarquía. Una monarquía con problemones y con un legislativo en el que era dificil ser moderado, pero en Europa existían precedentes de monarquías parlamentarias —notablemente el Reino Unido—, así que de continuar el régimen de la Asamblea no se hubiera producido el cisma político fundamental que supuso el funeral del Antiguo Régimen.

Monumento en recuerdo a la batalla en Valmy.

Por otra parte, una victoria prusiana en Valmy habría abierto el camino a París. Si un ejército monarquista entra en París, los partidarios del Rey —incluyendo a los revolucionarios moderados— no tendrían demasiadas dificultades para tomar la capital. Es tentador comparar esta ucrónica situación con la reacción termidoriana que pone fin al Régimen del Terror. Sin embargo la contrarrevolución del verano del 94 sólo se pudo dar después de un año de represión jacobina.
Otra razón por la que Valmy "lo cambia todo" es que al estar hablando de política, hablamos de la relación de los estados con los ciudadanos y de los estados entre sí. Tras Valmy, a las monarquías europeas no les queda más remedio que tratar con la República Francesa. Solamente un año después se produce el tratado de paz entre Carlos IV de España y la república (tratado que entre otras cosas provocará la revolución en Haití así como la única liberación del último familiar directo de Luís XVI, su hija María Teresa). Pasando la Convención, Directorio, Imperio y Monarquía Parlamentaria de Luís XVIII, Francia ya existirá de forma independiente de su forma de gobierno y de su gobernante. El Estado que surge de las cenizas del Antiguo Régimen no es una ficción sino una realidad presente. Como todos los Estados a partir de entonces.
Mi punto es que al final dan igual las proclamas, las poses y las declaraciones. Casi siempre en todos los grandes cambios humanos que dan forma a nuestra realidad existe un momento pivotal que suele ser protagonizado por tipos armados. Por lo menos a mí me cuesta encontrar contraejemplos, pero estoy abierto a sugerencias.