EE. UU. a la espera de un nuevo debate presidencial
Este martes 10 de septiembre, los candidatos presidenciales estadounidenses, Kamala Harris y Donald Trump, se presentarán a un debate televisado, cumpliendo así con el tradicional paso electoral y comunicacional dentro de la política del país, en el que “confrontan” las ideas y propuestas de cada uno de los partidos participantes, que son, como recordamos, siempre los mismos: el Partido Demócrata y el Partido Republicano. Los debates ocupan un lugar preponderante en la cultura política norteamericana, puesto que a partir de sus resultados pueden definirse no solo votos, sino hasta las mismas candidaturas, como ocurrió en el más reciente de ellos, protagonizado por Trump y el demócrata Joe Biden, quien luego de su desastrosa participación fue obligado a dar un paso al costado como representante para las elecciones del próximo 5 de noviembre.
La posta del Partido Demócrata recayó sobre su vicepresidenta Kamala Harris, quien se encargará de convencer a un electorado indeciso de confiarles la reelección, tambaleante luego de un período de profunda crisis económica interna y fuertes cuestionamientos de abandono de la política local a favor de un enfoque en asuntos extranjeros, cuyos beneficios no han sido suficientes como para que los estadounidenses estén dispuestos a obviar el hecho de que financian y auspician el conflicto en Ucrania o el genocidio en Palestina. Tal y como lo ha referido en varias ocasiones Donald Trump, las incursiones en otros territorios solo sirven si reportan masivos ingresos y/o recursos a los EE. UU. y, en este sentido, acusa a los demócratas de ser muy malos negociantes.
Siendo él mismo un magnate de los negocios, su propuesta de hacer a EEUU “grande de nuevo”, es la de volver a las raíces, a lo “básico”, si se quiere. Medidas imperialistas estratégicas, conservadurismo social y supremacismo absoluto, con una lógica de “el fin justifica los medios” que ha tenido gran aceptación entre el ciudadano promedio que enfrenta dificultades para encontrar trabajo y que se siente que el país ha perdido el respeto internacional, al perder poder económico global, por ejemplo, ante China. Trump ya obtuvo en las elecciones pasadas la mayoría del voto y pierde las elecciones gracias al sistema de colegios electorales que impera en la nación del norte. En ese escenario, Harris nada tiene que hacer buscando migrar algo del voto duro republicano, sin embargo, los sectores de indecisos parecen ser el lomito del asunto y a ellos apuntará –según los analistas– en el debate del martes.
Según reportes de diversos medios, Harris se prepara intensamente contratando, incluso, a un actor que personifica a Trump, para estar lista ante cualquier charada, insulto o tópico serio que lance Trump, fiel a su estilo directo, grosero y abiertamente presto al uso de la falacia. En el equipo del expresidente, intentan controlar que se le note demasiado su misoginia y el poco respeto que siente por su contrincante. De lo que se habla poco es de la discusión sustantiva, siendo que los preparativos parecen enfocarse en la confrontación y los ataques directos, más que en un debate de ideas, a pesar de que en el encuentro Trump-Biden, fue lo que más echó en falta la ciudadanía.
El pueblo de Estados Unidos no tiene una elección fácil, con dos opciones claramente devaluadas para afrontar la crisis sistémica que viven. Un modelo agotado, de un imperialismo decadente que se ha dedicado a dar volantazos, mientras mira la manera en que China se apodera del puesto uno del ranking mundial. Trump propone aferrarse a los éxitos del pasado, con todo el peligro de su anacronismo, mientras Harris pretende extender la farsa del imperialismo “progresista”. En el mundo se ve claro, falta ver qué deciden ellos. Pase lo que pase, para nosotros, no será bueno.
Mariel Carrillo García