Punto y seguimos | ¿Vuelve Trump?

Publicado el 25 enero 2024 por Jmartoranoster

El posible regreso de Trump y su relación con Venezuela

Donald Trump podría volver a ser presidente de los EE. UU. Asimismo, a pesar de los varios procesos judiciales que enfrenta, por delitos que van desde la insurrección —por la toma del Capitolio en enero de 2021— hasta la remoción de documentos clasificados después de culminado su período presidencial, el republicano parece estar cerca de reinstalarse en la Casa Blanca o, al menos, de participar en la contienda electoral prevista para noviembre de este año.

El sistema judicial norteamericano, con su federalización y el peso de las enmiendas constitucionales, amén de otra multitud de complejidades, no garantiza que Trump pueda ser descartado o inhabilitado como candidato, aun cuando sea juzgado y encontrado culpable de alguno de los cargos que se le imputan. En especial, si dicha culpabilidad es declarada por una corte estatal, como, por ejemplo, la corte de Colorado, que es el estado que lleva el juicio por insurrección. En este caso, Trump no podría ser candidato en Colorado, pero para que tuviera efecto nacional, la sentencia debería ser ratificada por la Corte Suprema. La misma se enfrentaría así a validar la justicia de un estado e imponerla al resto del país, punto discutido con bastante fervor en los foros de medios del norte, que defienden el derecho de la «unión» por sobre la federación.

Como punto adicional, en la opinión pública estadounidense, Trump se encuentra fortalecido. El ciudadano republicano promedio ha sido consistentemente fiel a Trump y a su eslogan de «Hacer a América grande de nuevo» y a su política de ejercicio del poder de forma «tradicional», es decir, sin hacer eco de las agendas consideradas progresistas (tanto de los demócratas como de cierta ala republicana). Apela a una «grandeza» basada en valores cristianos, la familia tradicional, el trabajo duro, el esfuerzo individual y el destino manifiesto de cara al resto del mundo. La supremacía de los mejores, los más fuertes, los más aptos que guían a las ovejas descarriadas tanto en lo interno como en lo externo, o, lo que es lo mismo, mano dura contra lo diferente o disidente.

La administración Biden —que ha ejercido en esencia esta misma premisa, pero bajo una máscara de defensa hipócrita de las luchas de avanzada— ha llevado al país a una crisis económica importante. A ojos de Trump y sus seguidores —mucho más pragmáticos y directos—, dicha crisis representa una amenaza al poderío mundial estadounidense, un poderío que indican querer recuperar, cueste lo que cueste. Con el retiro del penúltimo contrincante en la carrera por la candidatura del Partido Republicano (el gobernador de Florida, Ron DeSantis), el último obstáculo de Trump en esta meta es Nikki Haley, exgobernadora de Carolina del Sur, quien no pareciera tener el favoritismo de las bases más duras del partido. Así las cosas, sin una firme inhabilitación de la justicia y con una contendora débil en las primarias, Trump parece encaminarse sin escalas a la carrera por la presidencia.

De lograr ser el candidato, el asunto no estaría fácil para los demócratas, debilitados por un gobierno Biden-Harris que no termina de cuajar en la Norteamérica pobre y profunda que ve en Trump a un ídolo, una esperanza y una solución. En ese escenario, a Venezuela bien le viene recordar que —aunque la administración Obama fue la diseñadora de la orden ejecutiva 13.692, que inició el camino de medidas coercitivas contra el país— fue la administración Trump la ejecutora de 765 de más de 900 sanciones, más el armado de la del gobierno paralelo, el robo de los activos nacionales y las incursiones con mercenarios. No por nada admitió en junio del año pasado sus acciones e intenciones: «[Venezuela] estaba a punto de colapsar. Nos hubiéramos quedado con todo ese petróleo». Si vuelve el Peluca, el futuro es de desprecio y despojo, pero más descarado que con cualquier administración demócrata. El sin nariz para el chingo actual.

Mariel Carrillo García