Post Tags
Pretty Posts
- Horrores de la IIGM: internamiento de japoneses en EE. UU.
- Españoles en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial (I)
- El puente sobre el río Kwai
- Causas de la Segunda Guerra Mundial (II)
- La Kristallnacht o Noche de los Cristales Rotos
El 20 de noviembre de 1943 comienza una de las batallas más sangrientas de la historia de EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial, bajo el código en clave de Operación Galvanic. El objetivo: una diminuta isla llamada Tarawa (de 5 km de longitud por 700 metros de anchura) situada en medio de ninguna parte, en el Pacífico Central, con imponentes fortificaciones y presencia abundante de soldados de élite nipones que se jactaban de que ni un millón de soldados enemigos podrían conquistarla. El mando estadounidense ambicionaba la captura de su pista de aterrizaje, el primer paso para llegar saltando de isla en isla al corazón del imperio japonés.
Mapa de inteligencia estadounidense sobre los sectores de la isla de Tarawa. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikimedia Commons.
En Tarawa los marines afrontarían su prueba más dura hasta entonces: tendrían que tomar la isla metro a metro, fortificación a fortificación. Realmente durante los primeros días no estaba muy claro cuál sería el desenlace: cualquier resultado era posible para ambos bandos. Lo cierto es que la batalla de Tarawa no recibe a veces toda la atención que mereciera, ya que en tan solo 76 horas de produjo un importante punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones del Pacífico.
A la 2.ª Segunda División de Marines, que acaba de lograr una sangrienta victoria en Guadalcanal, se le encarga la conquista de la isla de Tarawa. Sus 500 fortines, nidos de ametralladoras, trincheras y búnkeres la convertían en la isla mejor defendida que los marines habían atacado hasta entonces en el teatro del Pacífico. En el centro de este cerco de acero se encontraba el deseado campo de aviación. Toda la isla estaba llena de artillería, llena de defensores. Parecía una auténtica fortaleza inexpugnable.
Lanchas de desembarco rumbo a las playas de Tarawa. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikipedia.
La primera línea de defensa de Tarawa era el arrecife que rodea la isla. Los expertos no eran capaces de calcular basándose en las fotografías aéreas la profundidad del agua sobre el arrecife. El cálculo correcto de la profundidad resultaba clave para el resultado satisfactorio del ataque, especialmente en su fase inicial y cuando la marea estuviese baja.
Antes de la batalla de Tarawa, los cerebros de la operación discutían sobre si la profundidad del agua permitiría no solo el paso de los novedosos vehículos anfibios, sino también el de las más tradicionales lanchas de desembarco, que necesitaban unos 120 cm de calado.
Pero lo cierto es que no se disponía de muchos vehículos anfibios y, de hecho, los marines solo pudieron recurrir a ellos para los tres primeras oleadas del ataque. A partir de entonces, los soldados tenían que desembarcar usando lanchas de desembaco. De no haber agua suficiente en el arrecife en el momento de la invasión, las lanchas encallarían y los marines se verían obligados a llegar a tierra de cualquier manera con el enemigo disparando con gran facilidad.
Pese a estos problemas técnicos, el Alto Mando decide dar luz verde al ataque y comienza la batalla de Tarawa. La primera fase empieza con un intenso bombardeo que trata de aniquilar a los japoneses incluso antes del desembarco de los marines. Es el mayor bombardeo en el Pacífico hasta la fecha. Durante los tres días previos al desembarco, se arrojan sobre la isla más de 2 millones de kilos de explosivos. Parecía imposible que alguien hubiese podido sobrevivir al bombardeo.
Sin embargo, el bombardeo naval terminaría siendo un completo fracaso. Dentro de los búnkeres, los japoneses sufrieron algunas magulladuras, pero seguían casi todos vivos. Al finalizar el bombardeo, se decidieron a desplazarse hacia el norte de la isla para hacer frente a la inminente invasión estadounidense. Los marines desembarcarían en tres playas al norte de la isla, con los siguientes nombres en clave: Rojo 1, Rojo 2 y Rojo 3.
Un vehículo anfibio LVT estadounidense y un tanque ligero japonés destrozados en la playa de Tarawa. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikipedia.
Las tres primeras oleadas de vehículos anfibios lograron superar el arrecife y se dirigieron hacia la orilla. Los japoneses que habían sobrevivido al bombardeo se prepararon para recibir a la fuerza de invasión con una mortal lluvia de fuego. El primer indicio de que el desembarco no iba a resultar sencillo fue el intenso tiroteo sufrido por los anfibios en cuanto se aproximaron a la playa.
Las bajas comenzaron a aumentar con la siguiente tanda de lanchas de desembarco. Tal y como temían los escépticos, la marea baja hizo que las lanchas encallasen en el arrecife, haciendo de los estadounidenses un blanco fácil para los soldados japoneses.
Las unidades que sobrevivieron lograron llegar a la playa Rojo 1, tras susfrir un espantoso número de bajas. En la playa Rojo 2 las cosas no estaban mucho mejor: algunas unidades habían perdido a la mitad de sus hombres. Mientras los destructores seguían bombardeando la isla desde la marisma, más soldados intentaban llegar a tierra a la playa Rojo 3, al norte. Un embarcadero protegía allí a los marines mínimamente frente al fuego japonés.
A media mañana del día D, los supervivientes estaban atrapados tras un rompeolas junto a las playas del norte. Había muchos marines escondidos tras aquel muro. La escalada de dicho muro suponía una muerte casi segura, pero permanecer allí tampoco era una opción válida.
Marines cubriéndose tras un rompeolas en la playa Rojo 3. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikipedia.
Por si fuera poco, surgió un nuevo problema. El agua del mar había empapado los equipos portátiles de radio por completo, haciéndolos inservibles. Estos aparatos les servían a los marines para poder comunicarse entre ellos y coordinar los ataques. Problemas logísticos que lo único que hacían era agravar una situación ya de por sí complicada.
Asimismo, los fortines de los japoneses habían sido disimulados con tanta habilidad que algunos de los marines que estaban junto al rompeolas recibían disparos de japoneses que estaban a tan solo dos metros… ¡y no los veían!
El coronel David Shoup logró llegar hasta la playa Rojo 2 y trató de controlar la situación. Reunió a las unidades desorientadas y se puso al mando. Tomó decisiones clave en mitad del caos que contribuyeron a aliviar la terrible situación de los marines. Sin duda un militar extraordinario que merece todo nuestro reconocimiento.
Puesto de control del coronel David Shoup en la playa Rojo 2. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikipedia.
Pese a los esfuerzos de oficiales como Shoup, los desastres se acumulaban. Se procedió entonces al envío de refuerzos. Nuevos marines se quedaron de nuevo varados en el arrecife y los japoneses volvieron a tener una ocasión de oro para diezmar a los estadounidenses. La matanza se recrudecía por momentos: las ametralladoras hacían que el agua se tornase roja.
Por parte estadounidense, este había sido el desembarco más sangriento en el teatro de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico. De los 5.000 hombres que componían la fuerza de ataque, 1.500 habían muerto, habían sido heridos o habían desaparecido.
Al atardecer del primer día era evidente que el desembarco había sido un desastre y la del 20 de noviembre de 1943 prometía ser una noche realmente larga y sombría para los marines. Pasaron las horas y amaneció sobre Tarawa. La isla paradisíaca se había convertido en un sangriento campo de batalla. La orilla estaba sembrada de cadáveres. Al menos los marines había sobrevivido a la noche.
El contraataque nocturno que podría haber devuelto a los marines al mar, en cambio, jamás se produjo, por suerte para los marines. Los estadounidenses desconocían en aquellos momentos que el día anterior el almirante japonés Shibasaki y sus oficiales habían sido sorprendidos en campo abierto. Durante la primera jornada, un grupo de oficiales, entre los que se encontraba el almirante Shibasaki, abandonaron su refugio en la zona de la marisma para acercarse al océano, a un lugar en el que habían establecido otro puesto de mando.
Alguien vio al grupo de oficiales y pidió una salva a un destructor. El destructor soltó una potente carga y los mató a todos, sin que nadie supiese que se trataba del comandante general del ejército japonés.
Los marines no tenían idea de que con una sola andanada acababan de matar al almirante Shibasaki, el principal oficial japonés. En las trincheras, los escasos oficiales que permanecían al lado de sus tropas no sabían a qué atenerse, debido a la falta de comunicaciones con los centros de mando. Al final, tanto japoneses como estadounidenses estaban en un situación igual de precaria a nivel de comunicaciones, así que no podían llevar a cabo un contraataque eficaz.
Tropas de refuerzo recién desembarcadas en la playa de la isla de Tarawa. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikimedia Commons.
Los marines de refuerzo comenzaron finalmente a llegar al infierno de Tarawa. Sin embargo, las ametralladoras japonesas hicieron que el desembarco fuera, una vez más, lento y sangriento. Tras la llegada de los refuerzos, los marines se reagruparon por fin y se prepararon para el avance. El objetivo durante la segunda jornada consistiría en reunir a las unidades dispersas, hacerse con el campo de aviación del centro de la isla e intentar avanzar sobre Tarawa.
Había una gran incertidumbre entre los estadounidenses, dado que los japoneses estaban tan bien escondidos que, que aunque se creyese que una zona estaba asegurada, alguien podía aparecer de repente por la espalda y atacar a cualquiera.
En esta ocasión, la precisión de los cañones de los destructores cercanos sirvió para eliminar a parte de los defensores japoneses. Los marines, junto al apoyo de los dos primeros tanques Sherman que entraron en combate en el Pacífico, avanzaban por la costa oeste. Sin duda fue una buena combinación de infantería y apoyo por parte de los tanques y destructores.
Hacia el mediodía del segundo día de desembarco, los marines saborearon por fin su primera victoria en Tarawa. Con soldados y equipos nuevos en tierra, los marines estaban listos para dirigirse al este de la isla. A las cuatro de la mañana de ese mismo día llegaron a la pista de aterrizaje y una pequeña unidad se dirigió rápidamente a la costa sur, donde se atrincheraban grupos de japoneses. Lo cierto es que antes del anochecer de la segunda jornada, los marines comenzaron por fin a avanzar a mayor ritmo.
Vista área del aeródromo de Tarawa en 1944, un año después de la batalla. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikipedia.
Durante el anochecer del segundo día, los japoneses sí se reagruparon esta vez para lanzar un contraataque a la mañana siguiente. Pensaban hacer pagar caro a los marines cada centímetro de tierra en Tarawa.
Seis de la mañana del día 22 de noviembre de 1943, tercer día de la batalla de Tarawa. Una sombría certeza se apoderaba por momentos de la guarnición japonesa: un desenlace victorioso era cada vez más improbable.
Los marines tenían por delante una tarea abrumadora: debían avanzar a paso firme hacia el este de la isla y para lograrlo tendrían que limpiar cada fortín y escondite que se cruzarse en su camino. Un trabajo sucio y peligroso: había que liquidar a varias concentraciones de tropas japonesas en el extremo este de la pista de aterrizaje.
Marine estadounidense en acción en la batalla de Tarawa. Como puede apreciarse en la foto, la desolación del combate fue total. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikimedia Commons.
En Tarawa las dificultades planteadas por un enemigo terrible fueron responsables del desarrollo de nuevas formas de combate. Dichos métodos protagonizarían la campaña del Pacífico. La batalla se libraría en pequeños grupos, liderados por los hombres con mayor autoridad, en algunos casos tenientes o capitanes, aunque en la mayoría de los casos serían cabos y sargentos. Tomaban la iniciativa porque estaba muy claro lo que había que hacer: limpiar la zona sin contemplaciones. Eran combates encarnizados e intensos. Los marines tuvieron que hacer uso de todas las armas a su disposición para sacar a los japoneses de sus trincheras (morteros, lanzallamas, etc.).
Dos marines se emplean a fondo para limpiar con sus lanzallamas un escondite japonés. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikipedia.
Durante la tarde de la tercera jornada, los marines que se dirigían hacia el este ya habían atravesado la mitad de la isla. Sin embargo, un nuevo peligro les aguardaba en tierra de nadie. Era un combate que no conocía de primeras líneas: la isla estaba plagada de francotiradores suicidas. Los francotiradores hicieron estragos, pero la muerte también acechaba bajo tierra, al estilo de la futura guerra de Vietnam.
En este tercer día de la batalla de Tarawa, las bombas y los explosivos habían arrasado por completo la pequeña isla. El sofocante calor del Pacífico convirtió a la isla en un cementerio maloliente en el que los muertos yacían junto a los vivos: el olor era insoportable.
Imagen muy gráfica de la playa de Tarawa tras los combates, con una impactante mezcla de heridos, cadáveres y supervivientes. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikimedia Commons.
Hubo que pagar un alto precio, pero al final del tercer día los marines controlaban ya 2/3 de la isla. Los japoneses estaban decididos a resistir hasta la muerte: los marines tendrían que enfrentarse a temibles ataques banzai (suicidas) en mitad de la noche, en total oscuridad.
Al amanecer del cuarto día una cosa estaba clara: no habría rendición nipona. La conquista de Tarawa se había convertido en una guerra de exterminio.
Un grupo de marines procedió a atacar los fortines de la costa norte mientras que otras unidades se enfrentaron a los baluartes japoneses al este de Tarawa. Los japoneses se veían superados en número y armamento, pero lucharon ferozmente para tratar de contener el avance estadounidense.
La desesperación comenzaba a adueñarse de los japoneses asediados. Los marines comenzaron a encontrarse con cadáveres de soldados nipones que se habían suicidado, ya que la rendición no era en ningún momento una opción para ellos, al significar automáticamente la deshonra tanto para sus familias como para ellos mismos.
Foto muy, pero que muy infrecuente: prisioneros de guerra japoneses capturados en Tarawa. Resultaba muy difícil capturar con vida a soldados nipones durante los combates de la Segunda Guerra Mundial, debido a su adhesión al código de honor Bushido. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikimedia Commons.
A media mañana, los marines comenzaban a dominar finalmente la situación y la resistencia comenzaba a perder fuelle. A la hora de comer del cuarto día cayeron las últimas posiciones niponas. El combate en Tarawa había terminado por fin para los marines de la 2.ª División. Había sido una batalla corta pero tremendamente despiadada.
Cementerio estadounidense en la isla de Tarawa. Fuente y autoría: United States Marine Corps [dominio público según la legislación de EE. UU.], vía Wikimedia Commons.
El campo de aviación capturado y la nueva base de Tarawa en el Pacífico Central permitiría a los marines avanzar hacia Japón. El Pacífico Central ofrecía una ruta mucho más corta hacia Tokio y Japón. Los japoneses lo sabían y lucharon ferozmente para defenderla (sufrieron casi 5000 bajas).
Autor: Segunda Guerra Mundial