Para ir de un sitio a otro hacen falta sendas, puentes y deseos. Se necesitan construir puntos de unión cuando la lejanía nos aísla. En el otro lado habita el extrañamiento. Enfrente hay sombras de nuestra luz. Es aterrador saber que lo que ignoramos nos completa. La separación es frustrante, agotadora. Tardamos en comprender que el odio no viene del exterior. Cuando el camino se corta, quedamos igualmente amputados. Al llegar a ríos sin barca para cruzarlos, en vez de hacer puentes, hacemos enemigos en las otras orillas. Es más fácil separar que unir. Cuando las arcadas nos invaden, los vómitos son ajenos. Lo que nos disgusta nos repele y lo expulsamos al exterior, con más asco cuanto más nos pertenece. Si no tenemos capacidad de empatía, perecemos. Si no entendemos que lo que nos separa nos une, quedaremos disueltos en la soledad, empobrecidos y aislados. Los puentes se construyen para borrar las direcciones, para unir, para compartir. El otro lado es nuestro lado. No tener puntos de unión, ni puentes, nos deja al borde del abismo. Sin los demás no somos nada. Y sin los puentes, somos puntos finales.