Puntos suspensivos

Por Eme
   A veces escribo para no olvidar ¿qué me queda después de haber leído una novela? el otro día me decía la jefa que leía para entretenerse y yo le dije que leía para pensar (¿para pensar?). No es el argumento en sí  lo que recuerdo sino las sensaciones, las conclusiones que van más allá de las palabras, lo que me inspiran ciertas escenas que sólo existen en mi cabeza, aquellas letras que me transportan a un universo paralelo, no necesariamente mejor. Recuerdo lo que no está escrito y a la larga no recuerdo nada..., claro que siempre tienes la opción de releer, pero las conclusiones cambian de una época a otra, incluso de un momento a otro. Qué pensaría yo ahora de las Inquietudes de Santi Andía de Pío Baroja, no lo sé,  pero en su época me pareció demasiado descriptivo ¿y de Edad prohibida de Torcuato Luca de Tena?
   El primero fue una lectura obligada con redacción incluida (terminé odiando los trabajos) pero el segundo lo leí un verano hace más de 15 años, era uno de los pocos libros que me llamaron la atención de los que había en las estanterías del lugar, donde verano tras verano mataba mi aburrimiento.  Al final los leí todos, hasta los de psicología que se compraban con el periódico del domingo. Bueno, todos no, Arlequín se quedó en las primeras páginas.
   Abro paréntesis, puntos suspensivos, cierro paréntesis.  Y después llegaron  los años de silencio, la ausencia, la nada, el vacío, el quedarse en la superficie de las cosas, olvidarse de la esencia y convertirse en un vegetal que apenas dormía y que sólo  pensaba en la carrera de obstáculos que tenía que saltar.  Y en el momento preciso la memoria te decía chaíto y la inspiración huía cual fugitivo de la ley.  Yqué puedes hacer si no recuerdas ni lo que has comprendido,  si las noches tienen demasiadas horas y el día se te hace eterno, si los apuntes se aburren de ver tu cara y tú sólo piensas en desaparecer,  en huir de esos razonamientos abstractos, de los números que no existen, de los no espacios y los no tiempos, así que aprendes y olvidas, aprendes y olvidas, tan fácil como el mecanismo de un yoyó, pero olvidas tanto que ya ni recuerdas que te gustaba hacer antes de entrar en ese bucle infinito de olvidos y recuerdos.  Hasta que se abre el telón, se enciende la luz y despiertas.