La sala que utiliza La Perla para sus representaciones. Del siglo XIV.
El teatro se ve de otra manera allí.
Escuchar tu sinfonía favorita en un CD está muy bien, pero el día que la oyes en vivo, tocada por una buena orquesta, el goce es supremo. Ver teatro en televisión está bien, verlo en vivo, aún mejor, pero si se alían una buena obra, buenos actores y un espacio teatral con encanto, es una experiencia inolvidable (estoy recordando la última obra de la compañía La Perla que vi en la Biblioteca de Catalunya,
Cyrano de Bergerac: no se pierdan esta compañía, vayan rápido a conocer el espacio -no creo que dure, está muriendo de éxito- y ¿qué les voy a decir de la obra si es una de mis clásicos teatrales favoritos?). También es verdad que cuando ocurre todo lo contrario -es decir, cuando los actores son flojos y la obra aún más-, dan ganas de salir corriendo y no acercarse más por una sala de comedias. Por eso, porque no quiero que mi amor por el teatro resulte pisoteado por ocasionales malas experiencias, suelo leer fielmente
los artículos de Marcos Ordóñez, uno de los pocos críticos de quienes me fío. A veces no lo hago ni siquiera porque me interese la obra que reseña, sino por lo bien que escribe: hay en ellos literatura, humor y mucha pasión teatral. La clave está en que Ordóñez no es sólo un crítico teatral, es un hombre de letras en todo el sentido de la palabra. Artículos, ensayos, biografías, novelas... todo lo que produce tiene un nivel de calidad e inteligencia poco común por estos pagos. No lo he leído todo, ni mucho menos -es increíblemente prolífico-, pero lo que he leído me ha gustado siempre mucho. Creo que nunca he entendido tan bien el mundo de los cómicos (bueno, si exceptuamos la película de Fernán Gómez
El viaje a ninguna parte) como a través de
Comedia con fantasma, una divertida novela que recorre la historia de España de los años veinte a los ochenta a través de sus hombres y mujeres de teatro. Y en su reciente incursión en la autobiografía,
Un jardín abandonado por los pájaros vuelve a dar muestra de esa sensibilidad literaria que tan poco abunda.
Bueno, pero en realidad yo no quería hablar de eso (aunque si les gusta el teatro, lean a Marcos Ordóñez, sentirán que han dado con un alma gemela), sino de un artículo en el que Ordóñez disecciona un libro (inglés, por supuesto ¿les he dicho que es también anglófilo, un punto más a su favor?) que recoge las peores críticas teatrales. Las peores no en el sentido de mal escritas, sino de las más crueles, las más sangrantes. Y de ingenio afilado. Porque lo malo no es el insulto, que descalifica a quien lo emite, sino el dardo inteligente, que da en la diana. El libro en cuestión se llama
No turn unstoned (juego de palabras intraducible, pero realmente gracioso) y Ordóñez nos deleita con algunas de estas perlas críticas. La verdad, cuesta decidir cuál es mejor (o peor, según se mire). Creo que me quedo con la primera, que creo que ni siquiera está recogida en el libro. Se atribuye al gran
ensayista William Hazlitt, a propósito de un Falstaff representado por Stephen Kemble, hermano del famoso John Kemble -como dice Ordóñez, "menor en edad y en talento"- en 1816. La opinión de Hazlitt, tajante, era que:
"Las razones para que el señor Kemble interprete a Falstaff parecen ser las mismas que autorizan a Luis XVIII a ocupar plenamente el trono de Francia: está gordo y pertenece a una determinada familia." Está todo dicho, sin duda. Si quieren leer más muestras,
les dejo el artículo. Ya sabía yo que la vida de los actores es muy dura, pero ser el blanco de algunas de estas críticas parece más de lo humanamente soportable. En cualquier caso, lean a Ordóñez. Y, sobre todo, vayan al teatro.