Durante la cena se estima una ingesta calórica entre un 25 y un 30% de las calorías totales del día. Tenemos que pensar que en reposo el metabolismo se ralentiza y por lo tanto, la digestión se enlentece. Si tomamos alimentos pesados, con muchas grasas y difíciles de digerir, nuestro sueño no va a resultar todo lo gratificante que debería. Los alimentos más ligeros harán nuestro descanso mucho más reparador. Una infusión relajante antes de acostarnos nos ayudará a digerir mejor los alimentos y a conciliar el sueño.
La cena debería ser un complemento al resto de las comidas e incluir aquellos grupos de alimentos que no hemos tomado a lo largo del día. Los alimentos con pocas grasas y ricos en proteínas como los lácteos desnatados, son una excelente elección. Los lácteos contienen triptófano, un aminoácido esencial, que produce serotonina, un neurotransmisor que nos ayuda a relajarnos y nos produce bienestar. Las verduras en forma de ensaladas o cremas, el pescado, los huevos y la fruta, son alimentos muy recomendables.
Debemos huir de las comidas precocinadas como la pizza, fritos (croquetas, empanadillas....) con un elevado contenido en grasas poco saludables; de los embutidos y fiambres grasos y de las legumbres y verduras indigestas (como las alcachofas, la coliflor.... ). Podemos comer pan con moderación y reducir los hidratos de carbono: consumir menos arroz, pasta, cereales. Es mejor reservar estos alimentos para el desayuno o la comida. No debemos cenar sólo fruta, la cena ha de ser equilibrada y para ello, variada. Tampoco debemos saltarnos la cena, incluso si queremos adelgazar; tras la cena hay período largo sin ingesta alguna y nuestro organismo, aunque sin actividad física, sigue utilizando nutrientes.
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