Una palada más de estiércol, de las que dan cuenta los medios de comunicación, hace quedescubras que has caído en el interior de una letrina y que nada de lo que te rodea está limpio. Ni siquiera tú mismo. Por mucho que busques algún asidero no manchado para escapar, solo encuentras excrementos y residuos descompuestos de materia que hace tiempo dejó de ser salubre. Y te horrorizas que esta contaminación no haga más que crecer y extenderse por todo el horizonte al que alcanzan tus ojos.
Constantemente ves llenar con más porquería esta pocilga. Al principio creías que una escasa cantidad de basura apenas alteraría el equilibrio del entorno y serviría incluso de abono para nutrir el terreno. Pero el volumen ha ido incrementándose desmesuradamente hasta el extremo de invadirlo todo. Ya nada se libra de estar asquerosamente contaminado.
De granos aislados en la política, se ha pasado a una interminable lista de focos purulentos de corrupción cuyos nombres no hacen más que desvelar que ningún ámbito público queda indemne de este deterioro generalizado. Gürtel, pokémon, brugal, bárcenas, eres, malaya, fabra, palma arena, campeón, palau, etc., responden a denominaciones policiales que cuestan trabajo memorizar y contextualizar antes de que la actualidad añada otras más, como una epidemia, al vertedero.
Y es que si en la cumbre cuecen habas, en las laderas apesta a cocido de coliflores hasta lontananza. Así no hay manera de quitarse las mascarillas. Porque resulta que Hacienda, esa que escruta tus miserables ahorros en cualquier Caja de las que te pegan el timo de la estampita con las preferentes y otras estafas, no sólo es ciega, sorda, muda, manca y coja con los pudientes, sino que además es sumamente benevolente con los grandes acaudalados para que, previa amnistía hecha a medida, puedan retornar parte del dinero evadido de esos paraísos fiscales que ni dios investiga. Fortunas que se relacionan con poderosos e intocables de nobles apellidos, esos que figuran en la lista de los grandes defraudadores fiscales de la historia que se agenció el osado informático Hervé Falciani en el banco suizo HSBC, entre los que figuran 1.800 exquisitos compatriotas de la política, la economía, las finanzas, los negocios, las artes y de todo lo que huele a podrido en este país.
Sería interesante escuchar el diálogo que podrían entablar ese informático que desenmascara la identidad secreta de los ricos y los banqueros que, como el expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, acaban ¡por fin! con sus huesos en la cárcel por chorizos. Sería interesante ver cómo defienden uno y otros sus conductas enmarcadas entre el latrocinio y el saqueo de información mercantil: como un duelo entre pillos. Y es que la banca, como la política, está de caca hasta las cajas fuertes. Como a los jueces les dé por aplicar el código penal a los chanchullos de los que se lucra, no habrá prisiones para meter a tanto banquero apestoso. Ojalá llegue el día en que los desahucios sean en dirección opuesta, para desalojar a quienes nos han metido de lleno en una crisis con la que nos están negando la educación, la sanidad y las pensiones para que los “nadie” paguen los platos rotos.
Y para que no se nos ocurra exigir limpieza y justicia, la charca se convierte en un Estado policial, en el que las porras y las pelotas de goma te mantienen quietecito en tu sitio. El Gran Mojón te vigila, hermano, como otro ingenuo, harto de colaborar, se ha atrevido a denunciar. Movido por escrúpulos tardíos, como aquel informático de la banca, un exempleado de la CIA, Edward Snowden pone al descubierto la colosal maquinaria secreta de Estados Unidos para espiar todo lo que circula por Internet, incluidas las comunicaciones y los correos electrónicos en el mundo entero. Esa vigilancia de nuestra intimidad es la última palada de suciedad que faltaba para que rebosara el pozo inmundo en el que nos refocilamos entre desechos. Desechos de nuestros derechos, de nuestras libertades y de nuestra dignidad.
Otra vez los jueces, para acabar, son los que levantan la voz para criticar que la Casa Real, donde cuecen habas, goce de mayor protección que el honor. No sé de qué se extrañan porque siempre ha sido así en la historia. Los reyes, desde los egipcios hasta nuestros días, son los representantes directos de los dioses. Ellos enlazan la pocilga con el cielo. ¡Qué asco!