Hay gente que dice que no empieza la Navidad hasta que el Corte Inglésenciende sus luces o hasta que se celebra el Sorteo de Navidad. Para mí, empieza cuando veo ¡Qué bello es vivir! Soy incapaz de recordar cuantas veces he visto esta película porque la veo todas las Navidades desde hace ya muchos años. Primero la veía en la tele (sigo viéndola cada vez que la encuentro), luego en VHS, después en DVD y ahora en BD y aunque el formato va cambiando, lo que no cambia es el mensaje de esta maravillosa película de Frank Capra, mensaje que está tan de actualidad en estos tiempos que corren. ADVERTENCIA: SPOILERS, SPOILERS EVERYWHERE.
George Bailey (James Stewart) es un honesto ciudadano que lleva años peleando contrael millonario señor Potter (Lionel Barrymore), quien ve en el pequeño banco dirigido por Bailey el único escollo que le queda para ejercer un poder absoluto en el pueblo de Bedford Falls. Ahora, la pérdida de una importante cantidad de dinero puede provocar la desaparición de todo lo que George ha conseguido con su esfuerzo y, sin embargo, cuando todo parece estar perdido, algo sorprendente ocurrirá.
Los que seguís el blog desde hace tiempo a lo mejor os sorprendéis al ver que tengo esta película en un pedestal. Quizá es cierto que no me pega mucho este tipo de cine más tradicional, de corte familiar y tan optimista pero es que la lectura que yo saco de ¡Qué bello es vivir! va mucho más allá de una película navideña. Esta obra maestra de Frank Capra, que se estrenó en 1946, es tan actual que asusta. En líneas generales, George Bailey es un idealista que cree que todo el mundo tiene derecho a vivir dignamente y, para ayudar a los demás a conseguirlo, se enfrentará al cacique local que es, nada más y nada menos, un banquero. Por si no es suficiente, el arco temporal en el que se desarrolla la película abarca, en gran parte, una de las épocas de crisis más terribles y duras que ha conocido el mundo moderno, desde el crack del 29 hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Conclusión: seguimos teniendo las mismas luchas y los mismos problemas que hace 70 años con lo que el mensaje que transmite la película está prácticamente intacto.
Sí, vale, es cierto que el componente tierno e inocente de ¡Qué bello es vivir! a lo mejor está algo pasado de moda y su mensaje religioso no convencerá a muchos pero, repito, no os quedéis en la superficie, que hay mucho más debajo. Si por algo ha destacado la filmografía de Frank Capra, además de por la honestidad, bondad e integridad de sus protagonistas, es por la crítica social que hay en sus películas. No hace falta ser brutal como los Neorrealistas italianos, la crítica social se puede hacer sin necesidad de abofetear al espectador con la realidad, de manera amable y desde una posición optimista porque la manera de decirlo no le quita razón al mensaje. Y la realidad es que ¡Qué bello es vivir! hace un análisis de la sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX y nos ofrece una moraleja que, una vez más, nos remite a la actualidad: la solidaridad mueve montañas. Y es que, aunque el adorable Clarence (Henry Travers) al final consigue sus alas de ángel, el milagro no lo obra él, ya que los verdaderos causantes del milagro fueron los habitantes de Bedford Falls. Por un lado tenemos a George Bailey, un hombre bueno y concienciado que se empeña en dar a la gente la posibilidad de tener su casa propia sin vivir endeudados para siempre, pero, por otro, y aún más importante, tenemos a un puñado de gente de clase baja que saca el dinero de donde haga falta para echar una mano a uno de los suyos.
He visto muchas veces ¡Qué bello es vivir! y no es la primera vez que me he dado cuenta del retrato social que subyace en su historia. Sin embargo, esta ha sido la vez en la que su mensaje me ha calado más hondo. Quizá es que estamos viviendo un momento muy duro en el que hay muchos George Bailey luchando contra los poderes fácticos para evitar que otros lo pierdan todo, o quizá es que, día a día, vemos que las personas que ocupan los estratos sociales más bajos acaban siendo más solidarias que los que más tienen. O simplemente es que hoy elijo quedarme con su optimismo, con la esperanza de que las cosas van a cambiar y con la confianza de que a la gente buena, al final, les pasan cosas buenas. Será que es Navidad, que es una época que me encanta y he decidido dejarme llevar por los buenos deseos de estas fechas. La verdad es que no lo sé pero os puedo asegurar que hoy, viendo esta película, me he emocionado como pocas otras veces me ha pasado.
No he hablado de lo bien que está James Stewart, de que Donna Reed nunca estuvo tan encantadora o de que Lionel Barrymore es uno de mis actores favoritos de todos los tiempos. No lo he hecho porque lo que verdaderamente importa de ¡Qué bello es vivir! es la sensación que te queda tras verla. ¡Qué bello es vivir! es mágica, es positiva y te da esperanza, esperanza en que, luchando, se puede conseguir un mundo mejor y esperanza en que, cuando lo necesites, los que verdaderamente te quieren van a estar ahí. Este es el mensaje con el que me voy a quedar este año y este es el mensaje con el que quiero desearos a todos unas felices fiestas. No ha sido un año fácil y casi es mejor no pensar cómo va a ser el siguiente pero, si podemos sacar algo en claro de ¡Qué bello es vivir! es que otros antes que nosotros estuvieron en una situación muy similar a la que padecemos ahora y salieron de ella. No fue fácil para ellos ni lo está siendo para nosotros pero hay que seguir adelante, con ganas, con fuerza y con esperanza. Os deseo a todos y a todas Feliz Navidad.
Mi regalo para vosotros es la escena final de ¡Qué bello es vivir!. Coged un pañuelo, que seguro que lo váis a necesitar.