Qué bien, a la peluquería.

Por Negrevernis
Querida peluquera:
Le agradezco su interés por querer socializarme hoy con el resto de señoras, señoritas y púberes que estaban esta tarde en su establecimiento. Es posible que mi cara de hastío mal disimulado no haya sido lo suficientemente agradecido ante el esfuerzo que ha realizado; pero ya le he comentado en otras ocasiones que yo, sin gafas, no paso ni una hoja de la revista rosa que me ofrece, y que no puedo seguir las amenas conversaciones de sus clientas -no porque no tenga oídos, sino porque ignoro la vida más personal de papel cuché de sus protagonistas.
Sí, sé que lo ha intentado casi todo para convencerme de la bondad de un leve tinte y de lo mucho que mejoraría mi imagen si me dejara crecer de nuevo el pelo hasta la altura de los hombros. Y que tal vez, seguramente, sin duda -vaya- un nuevo corte de pelo desfilado en lateral sería impactante. Si lo sé, claro. Pero, mire, es que yo estoy muy cómoda con mi corte casi masculino, tal vez por costumbre, ¿sabe?, porque la última vez que tuve el pelo largo fue allá hace más de quince años, y yo soy mujer de ideas fijas, una vez que las tengo claras y bien definidas.
Pero no dude que lo podrá intentar con Niña Pequeña, tranquila, porque a ella le encanta eso de sentarse y verse en el espejo, hacerse muecas y responderse con la mirada lánguida que sólo pueden tener las princesas. Ella ha aguantado bien los tirones de pelo y no ha dejado de tocarse su nuevo corte casi a la altura de los hombros, atendiendo a su gran preocupación, como ha dejado claro:
- Mamá, aunque me corten el pelo, ¿mañana podré llevar coletas?