Confía uno en que algo de lo bueno de lo que había antes del crack se restituya cuando el crack acabe, si no íntegra, sí al menos copiosamente. En ese confianza, en la peregrina idea de que el crack no va a ser eterno, contemplo las noticias en la televisión, las escucho en la radio y las leo en prensa. Lo de ayer (creo) fue la idea de vaciado. Algunos en una emisora, encantados de conocerse y de escucharse, agotaron el concepto de vaciado aplicado a España. La política la está esquilmando, decían. Los políticos la están vaciando, añadían otros, en un coro griego de los que Woody Allen deconstruye para sus gracietas modernas. Más tarde, en televisión, Elena Valenciano, la del PSOE, acude a otra imagen de pura extracción orgánica, primordialmente líquida ésta: a España la están desangrando. Son de verdad gente curiosa, los políticos, los contertulios. Es una teatro curioso el de las opiniones en materia política. Con qué pompa las escenifican. Qué exquisito esmero procuran en su recitado. De esta nueva raza, a poco que se mancomunen y redacten unos buenos estatutos de filiación, saldrá un país igual de perdido, pero maravillosamente narrado. Al narrar un país, su ocaso o su izado, se le abastece de un épica, se le confiere una dimensión mágica. Como si el objeto narrado (el país mismo) se devaluara como territorio tangible, sujeto a leyes, evaluado en los foros internacionales y unido en ocasiones en las botas de Iniesta, y se convirtiera en un territorio mítico, de naturaleza etérea, libre de sufrir padecimientos reales, únicamente vulnerable en la ficción.
Agradezco al azar, que me hizo un sencillo maestro de primaria y no un estudioso de la economía, mi absoluta capacidad de fascinación. Me entusiasmo con poco. He aprendido a sacar de donde no hay, a encontrar placeres en donde no pareciera que los hubiera. Viene este permanente asombro mío de perlas en la observación de la realidad, pero sobre todo en la de la realidad que proporcionan los medios. Estoy narcoconforme. Vivo en una anuencia permanente. No me tambaleo si veo la sangre de mi patria verterse costado abajo. No me hundo si observo cómo la vacían. No es que ande yo insensible. Es más bien un cierto estado de aturdimiento. Aturdido, se vive mejor. La trama que sigo (los bancos, los corruptos, las estadísticas, los escraches, la crispación en general con la que todo se conduce) ofrece la dosis exacta de ficción para que yo no la sienta como algo real y preocupable. No hay didáctico en esto que cuento. Es triste, bien mirado. Tal vez es éste el fin que persiguen: el de situarnos en la butaca, amarrarnos convincentemente a ella y proyectarnos la rutinario relato de los desastres; el vértigo lógico de los daños, los directos y los laterales, y la sensación ya completamente dulce y asumida de que el crack, sea lo que sea eso, no hará un destrozo irreparable y volverán los buenos tiempos. De lo que no tengo duda alguna es de que todos estos que narran la debacle no se irán de sus púlpitos. El políticos no reelegido se hará contertulio. El contertulio no renovado se hará político. En ese plan viscoso, visceral, viscoso... Mientras tanto, a pie de escenario, aquí el público, sufriendo, sintiendo en carnes propias cada mandoble que se hunde en el pecho del protagonista, comprendiendo que todo es una representación y que la función echará el telón y abandonaremos morosamente el teatro. Luego está el lado contrario: el que no acepta el rol de público, el que no consiente que lo narcoticen, el que desoye la admonición del augur y sale a las calles y pide a gritos que pare el vaciado, el desangrado. No tiene por qué ser un hijo de la patria, pero seguro que será un padre de sus hijos, caso de que los haya. Seguro que estará inmunizado a la retórica y no habrá caído en manos del show business. El mercado es el ogro, por supuesto. Esa es otra argucia de los que mandan: dar nombre al mal, desviar la atención, orientar el foco a otro lado, hacer ver que la historia sucede en otra parte, que nosotros somos también espectadores, que la trama no nos incumbe, aunque nos esté vaciando, desangrando, convirtiendo el país en un parque temático. Lo que importa es que todo esté bien narrado.