Dos niños al borde de la cuesta, donde la acera deja de serlo para recibir casi el nombre de precipicio, la valla de separación ligeramente rota, ligeramente ladeada, esta sí potencialmente preparada para hurtar la integridad física de cualquiera. Sus madres charlan cerca, con las mochilas escolares de los hijos a los pies.
- No lo entiendo, de verdad, es que no lo entiendo -le dice una a la otra, las manos al viento, el ceño fruncido-. Ha venido de vacaciones y sigue suspendiendo.
La otra la mira, incólume. Por la edad de los hijos, deben estar hablando de uno adolescente. No apuro el paso, para saber cómo acaba esto. Promete.
- Siete suspensas, siete. Y no ha recuperado. Y ya le he dicho... -respira ella. Casi puedo adivinar el resto. Suspiro-. Que qué mas quiere, que tiene un plato de comida y sus caprichos en la nevera, la cama hecha todos los días, la Play, el MP4, la Blackberry, el ordenador en su cuarto. Y ya ves, ya ves -la otra, veo al pasar, es una de mis vecinas-. Sigue suspendiendo.
Normal. Qué bien lo estás haciendo. Pienso. Apuro el paso, pensando si hacer o no una breve ensalada para acompañar el resto de pollo asado.