“Pero mortal, el hombre nunca puede
nunca logra ascender a donde el cielo
la torre esbelta del anhelo excede”
Sabemos, pues, efectivamente, que nos falta algo… pero no sabemos el qué. A veces, dejamos reposar el deseo imaginariamente sobre algo que tuvimos, y hasta llegamos a pensar que eso que sentimos que nos falta es lo que el recuerdo nos señala; creemos que el deseo es, finalmente, nostalgia de algo que tuvimos… Pero no es así; los recuerdos, la nostalgia son sólo una racionalización de eso que no sabemos qué es y que nunca tuvimos, pero que perseguimos toda la vida infructuosamente. Bueno, no tan infructuosamente: todo lo que vamos consiguiendo en la vida es un sucedáneo de aquello que buscamos sin saber lo que es. Podríamos, en fin, decir que sentimos nostalgia de algo que nunca hemos tenido. Decía Cioran también en este sentido: “El devenir es un deseo inmanente del ser, una dimensión ontológica de la nostalgia”. Unamuno era aún más explícito (o más fácil de entender): “Se vive en el recuerdo y por el recuerdo –decía–, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir”. O dicho en verso (por el mismo Unamuno):
“Vuelve hacia atrás la vista, caminante,
verás lo que te queda de camino;
desde el oriente de tu cuna el sino
ilumina tu marcha hacia delante.
Es del pasado el porvenir semblante,
como se irá la vida así se vino;
cabe volver las riendas del destino
como se vuelve del revés un guante.”
Y redondeando la idea, de nuevo Cioran: “El hombre no está satisfecho de ser hombre. Pero no sabe hacia qué regresar ni cómo volver a un estado del que ha perdido todo recuerdo claro. La nostalgia que tiene de él constituye el fondo de su ser, y a través de ella comunica con lo más antiguo que subsiste en él”. Lo más antiguo que, de alguna forma, aún subsiste en nosotros es… la nada que nos precedió y acompañó hasta el umbral de la vida. Lo cual nos permite entender a María Zambrano cuando dice: “En la promesa de ser, se esconde la atracción del no-ser”. ¡O sea que se trataba de eso: lo que buscamos es la nada, la tranquilidad que perdimos al salir de ella! Pero ya no es posible volver; tenemos que conformarnos con un sucedáneo de esa nada que nunca acabamos de conseguir: el todo.
Y así es como nació Dios: para dar razón de ese sucedáneo de la nada. Por eso decía Unamuno: “En cuanto tratamos de definirlo (a Dios), nos surge la nada”. Y Cioran se preguntaba: “¿No será Dios mi propio estado de la nada?”. Dios es eso que buscamos y que nunca encontraremos; es, por definición, el Inencontrable, como sabía Job, que clamaba desesperado:
“Mas voy a oriente y no está allí,
a occidente, y no doy con Él.
Lo busco en el norte y no lo encuentro,
en el sur, y no alcanzo a verlo”
Pero ¿no resulta absurdo buscar algo que nunca vamos a encontrar, algo que… no existe, algo que es nada? El mismo Job se rebelaba contra una vida que se mostraba tan remisa a procurarle lo que buscaba, y por eso gemía de esta manera: “¿Por qué no quedé muerto desde el seno? ¿Por qué no expiré recién nacido? (...) Ahora dormiría tranquilo, y descansaría en paz”. También Cioran nos evoca a Job cuando escribe: “Sólo me seduce lo que me precede, lo que me aleja de aquí, los innúmeros instantes en que yo no fui: lo no-nato, en suma”. Personajes estos que están de vuelta, que han entendido que vivir es regresar, regresar a lo que les precede. Viven, pues… para nada. Absurdo.
¡Ah, el absurdo…! Él es la causa de nuestros desánimos más profundos… y el nutriente más fecundo de la vida humana, el que, mientras estamos en el viaje de ida, nos hace persistir en pos de eso que nunca hallaremos. Si llegáramos a encontrar lo que buscamos, ya no quedaría nada por hacer. La vida es una búsqueda. Y vivimos porque no llegamos a encontrar. Vivimos gracias a Dios. Vivimos gracias a la nada.