Hace años, yo tuve un jefe que era miembro egregio de la Cofradía de la Virgen del Puño ... ¡Cerrado!. Su frase preferida para justificar una no subida de sueldo era la siguiente: Cuando ya has cenado diez langostas, no te queda más hambre.
Imagen de la manifestación del 11-S en Barcelona.
(Fuente: miboina)
Pero también utilizaba con frecuencia otras frases ingeniosas, trascendentes y menos hirientes. Por ejemplo: No importa el tamaño del territorio que represente el mapa que cuelgues en la pared: siempre habrá un Norte y un Sur. Efectivamente, tenía razón. Si es un barrio, está la zona de los chalecitos y la de los pisos a barullo y muchas plantas. Si es una ciudad, están los barrios más acomodados (con más zonas verdes, mejores accesos,...) y los suburbios (eufemísticamente) llamados más populares. Si es una región, están los de la ciudad y los del campo. Si es un país, están los catalanes o vascos y los extremeños o andaluces. Si es un continente, están los hacendosos del Norte (Alemania, Holanda, Finlandia,...) y los vagos, perezosos y malgastadores del Sur (Grecia, Italia, Portugal, España). Y si es el Mundo, hay grandes diferencias también entre el Norte y el Sur.
La civilización moderna ha comercializado el concepto de la solidaridad. Este concepto reconoce tácitamente que los menos favorecidos lo son por pura fatalidad, muy a su pesar. Porque viven en lugares inhóspitos donde nada crece; porque guerras (sin dueño) les han sumido en la miseria; porque sequías sin fin les condenan a la hambruna; porque Gobiernos sin entrañas (muy habitualmente, nuestros amigos) no se preocupan de su población; porque exterminios étnicos o religiosos (con nuestras armas) les han dejado diezmados; porque volcanes, terremotos o tsunamis azotan su territorio con regularidad, y así por muchas otras causas de este tenor.
En los períodos de riqueza generalizada, la parte privilegiada del mundo (que está convencida de serlo porque el destino así lo marca) practica una solidaridad que linda de muy cerquita con la simple caridad. Se intentan paliar los efectos de la miseria, pero nadie le pone el cascabel al gato de sus causas. Se intenta alimentarles, pero sólo para que puedan seguir sobreviviendo y así tranquilizar nuestras conciencias. Las llamadas ONG (muchas de las cuales realizan una labor muy meritoria) intentan (con escasos éxitos) achicar el mar, y muchos sólo buscan en ellas poder vivir unos años de aventuras en escenarios exóticos y peligrosos, mientras algunos también persiguen fondos que derivar a los bolsillos privados.
Por cierto, ese mismo mecanismo es el que ha venido funcionando en la Zona Euro en los años de prosperidad y vacas gordas. Alimentar a los perezosos del Sur con riadas de liquidez permite convertirlos en clientes de las grandes maravillas que los hacendosos somos capaces de fabricar y producir. Sin tener en cuenta que un perezoso con abundancia de dinero es una bomba de relojería.
Cuando las tortas cambian y la situación económica se convierte en una pura depresión o recesión, cuando hay gente pasando hambre en nuestra misma calle, o incluso en nuestro mismo portal, el concepto de solidaridad se revisa a la baja y da la sensación de que alimentar a los perezosos ya no es tan buena idea.
Cuando la sociedad pasa por sus años de esplendor es cuando se dispone del ímpetu, el empuje y los medios necesarios para cambiar el mundo. Pero eso, en esos momentos, a nadie le interesa. Unos andan embotados por tanto champán; otros embrutecidos por los viajes de vacaciones tres veces al año; algunos andan distraídos con las maravillas de su nueva fortaleza rodante de ochenta mil euros; y todos, todos, gastan todo lo que pueden (y se endeudan) como si no hubiera un mañana y como si hubieran olvidado que la historia es cíclica y que no hay mal ni bien que cien años dure.
Jyrki Katainen, Primer Ministro de finlandia
(Fuente: cincodias)
Pero la realidad es tozuda, y siempre llega el momento en que alguien empieza a pensar que la inundación de dinero y los torrentes de liquidez donde los perezosos quizá no es tan buena idea. Y todos los que pueden se refugian en sus Cuarteles de Invierno, para dejar pasar las tormentas de nieve. Y el que no pueda, que se congele en el páramo.
El montaje de la Europa socialdemócrata del Estado del Bienestar de después de la Segunda Guerra Mundial, la maquinaria del Euro, o la mayoría de los Estados, si vamos a ello, se montaron con una economía en expansión en la cabeza. Y, por cierto, con la deliberada ignorancia de que siempre habrá un Norte y un Sur, unas zonas, unas regiones, unas clases, unas poblaciones, con más recursos que otras. Y la maquinaria debe saber funcionar conviviendo con ese hecho básico.
Por eso es radicalmente injusto que los alemanes acusen a los griegos, italianos o españoles de no ser alemanes, porque nunca lo hemos sido y, muy probablemente, nunca lo seremos. Como es injusto que los catalanes acusen a los andaluces o extremeños de no ser catalanes, porque nunca lo han sido y, muy probablemente, nunca lo serán. Pero la maquinaria debe poder funcionar partiendo de ese hecho, de que hay zonas más calientes y otras más frías.
En los campos de trigo no todas las espigas crecen a la misma altura. Sospecho que desconocemos los mecanismos por los que hay espigas más rezagadas, incapaces de alcanzar la altura de las más aventajadas. Y, en estas condiciones, la única igualación posible es la de la hoz. En estos tiempos convulsos, muchos dan la sensación de perseguir la igualación por la hoz, que todos seamos pobres, en lugar de luchar para que cada vez haya más ricos (más espigas aventajadas) y que los pobres lo sean menos. La realidad es que cada vez hay menos ricos, pero cada vez lo son más, y hay un mayor número de pobres, que también lo son más.
Otra alternativa para las espigas aventajadas, para hurtarse a la hoz, es manifestar que nosotras no somos trigo y que, por lo tanto, inútil es que las espigas rezagadas se empeñen en igualar nuestra grácil altura, porque son de otra especie condenada a crecer menos.
En este contexto, el 11 de Septiembre invadieron las calles de Barcelona muchas personas, muchas. Igual hasta más de un millón. Se sumaron a una manifestación que, formalmente, perseguía la independencia de Catalunya de España (que Catalunya sea un nuevo estado en Europa). Convencidos de que así les irá mejor. El sentimiento con que se sumaron a esa manifestación es difícil de juzgar sin equivocarse demasiado. Por eso no me gusta la calle como foro de la política, porque en la calle todos son peatones, tanto los que caminan porque ya no les da ni para coger el autobús, como los que lo hacen por mejorar su salud, dejando hoy el coche en casa. Con seguridad hubo en la calle una demanda de cambio, con razones mixtas en algún lugar entre la Indignación y la Independencia. Quien ya nada tiene que perder, está convencido de que es imposible que cualquier cambio sea a peor.
Cada vez más todo este movimiento apesta a Guerra de las Malvinas, a maniobra de diversión. A idear un enemigo común, contra el que todos estamos unidos.
El llamado problema catalán se ha venido agudizando en los últimos tiempos, azuzado por diversos hechos, a los que la profunda crisis económica, no es, desde luego, ajena. Ya no hay líneas rojas, por mucho que los políticos se empeñen en visualizarlas. Se han cruzado ya muchas veces, descalificando unos a los catalanes por insolidarios; otros a los andaluces o extremeños por vagos; otros a los de Madrid por expoliadores.
En la dinámica ciega y torpe habitual en todos los nacionalismos, se recurre a la historia como fuente de legitimidad, ignorando deliberadamente que en la historia se pueden encontrar justificaciones para verde, azul o rojo, dependiendo de hacia dónde y hacia cuándo mires. Unos pueden invocar a los Reyes Católicos y otros a los Reyes de Aragón o a los Condes de Barcelona. Todo ello es un fuego de artificio perfectamente inútil.
Rajoy y Mas, a las puertas de La Moncloa, este jueves.
(Fuente: elmundo)
Si tuviéramos estadistas de nivel, y no políticos cortos de vista y torticeros, es el momento de tomar a ese toro por los cuernos. Ya está bien de diatribas, descalificaciones y victimismos. De la manifestación de ese martes se desprende que hay una muy fuerte demanda de cambio entre los catalanes. Es el momento de enfrentarles con claridad a su futuro y no el de regodearse (por uno y otro lado) en el pasado y en presuntas realidades identitarias confrontadas. O de esgrimir ciegamente la Ley y la Constitución, obviando el hecho de que todo eso lo hemos hecho nosotros, y nosotros lo podríamos cambiar, si llegara el caso y fuera la voluntad de la mayoría.
Lo primero sería convocar de modo inmediato elecciones generales en Catalunya, donde todos los partidos deberían plantear con claridad cuál es su propuesta de cambio. Si en las urnas se viera la misma voluntad de independencia que pareció verse en las calles (si no fuera así, se habría desenmascarado a los políticos, y a otra cosa), lo más conveniente sería convocar un referéndum en Catalunya por la independencia, donde estuvieran muy claros los efectos de una u otra respuesta. Si la respuesta fuera mayoritariamente afirmativa por la independencia, sería el momento de iniciar las negociaciones para la separación, para el divorcio amistoso. No sería fácil atinar en un justiprecio para los bienes gananciales. El tema de quién se queda con los amigos sería, posiblemente, más claro. Una Catalunya independiente debería tomar la decisión de cómo llamar a su nueva moneda nacional, porque su posible integración en la Unión Europea y en la Zona Euro sería objeto de un tedioso y largo expediente, con resultados inciertos.
Mientras tanto, reaparecerían las fronteras externas de la UE (de Catalunya con el resto de España y con Francia) y los aranceles, y no faltarían catalanes voluntarios para intentar construir lo mejor de una Catalunya española en algún lugar de la Mancha (un decir). Desaparecido el enemigo común (Madrid, la Constitución, los nacionalistas españoles,...) aparecerían las disensiones sobre qué bases construir la nueva Catalunya Estado.
Si todo discurriera por los mejores caminos, muchos años después Catalunya podría integrarse, por fin, en la Unión Europea y en la zona Euro, y firmaría el Tratado de Schengen, con lo que desaparecerían (de nuevo) las fronteras y los AVEs dejarían de ser trenes internacionales. Para los alemanes, Catalunya sería uno más de los países perezosos del Sur. Los que hoy insultan a Madrid, pasarían a insultar a Bruselas o a Frankfurt y caerían de nuevo en la melancolía identitaria. Hasta que consiguieran su sueño dorado en forma de una Balsa de Piedra (cito a Saramago) agonizando en el mar a los acordes del Desperta, Ferro.
Todo eso podría ser así si no fuera que la verdadera voluntad política de los políticos nacionalistas es utilizar la amenaza de la independencia para que el Pacto Fiscal sea visto como un mal menor. Para utilizar esa amenaza como un as en la manga del jugador de ventaja, para negociar mejoras económicas en la financiación y otras perlas del género, frente a políticos del Estado timoratos y miedosos, sin ninguna talla de estadistas, a mayor gloria (y riqueza) de sí mismos y de sus amigos. Y al pueblo catalán, con su sentimiento nacionalista un poco ingenuo, exacerbado e instrumentalizado por los políticos para su propio beneficio, que le vayan dando. Como siempre.
Luego este jueves se reunieron Rajoy y Mas en La Moncloa, con unas formas aparentemente algo tirantes. Rajoy intentó ventilar el tema con la indolencia que ya viene resultando habitual. A Mas no le quedará más remedio que convocar Elecciones Generales en Catalunya, y veremos qué nuevas falacias se inventan unos y otros en campaña para que nada se aclare nunca. A río revuelto, ganancia de pescadores.
De verdad, qué cansino es todo en este país. Qué fatiga.
JMBA