Qué difícil es ser Dios, de Arkadi y Boris Strugatski

Publicado el 22 septiembre 2015 por Creeloquequieras
A veces, cuando pienso en los hermanos Arkadi y Boris Strugatski (autores de Picnic extraterrestre), se me va la cabeza sin quererlo a nuestro Luis García Berlanga. No tienen nada que ver ni en temática, ni en estilo, ni siquiera en el arte que cultivaban, sin embargo en ambos casos llevaron a buen puerto obras maravillosas que criticaban arduamente un régimen represor delante de las narices de ese mismo régimen. Probablemente Berlanga fuera mejor cineasta que los Strugatski literatos (ahí queda El verdugo, sutil obra maestra contra el franquismo durante el franquismo que ilustra lo que digo), pero los hermanos no quedan a la zaga en cuanto a temeridad contra el totalitarismo soviético post Segunda Guerra Mundial, y para ello solo tenemos que pensar en Qué difícil es ser Dios (1964).

En esta novela nos encontramos con una serie de individuos escondidos a plena vista, sobre el terreno en una sociedad medieval, destinados a observarla para que otros compatriotas con vocación historiadora saquen sus propias conclusiones mientras que ellos se limitan a contemplar sin casi intervenir. Estos observadores, estos dioses mucho más avanzados e ilustrados, descubrirán lo frustrante y difícil de su labor a medida que la desempeñen y nosotros, como lectores, nos adentremos en una estupenda historia de ciencia ficción social y aventuras (entre otras cosas), descubriendo su origen y los vericuetos de la sociedad en la que se hallan inmersos.
Por otro lado también iremos desentramando con el paso de las páginas cómo los asesinatos y desapariciones organizados desde un ministerio de esta sociedad hacia miembros de la élite intelectual y científica de la misma (y provocando por tanto su retraso y estancamiento) con los que tras la Segunda Guerra Mundial sufrieron los escritores soviéticos por parte de ese gobierno represor, que les decía sobre qué debían escribir y cómo, hasta el punto de poder identificar al hediondo ministro (un personaje escrito para ser detestado) con el líder del KGB en aquel momento. Y es que los mismos Strugatski recibieron “recomendaciones” de “debéis escribir más como en este libro que en como aquel, o dejar de escribir”. Su respuesta fue, desde luego, como la de Berlanga, muy inteligente.
También queda patente el considerable desprecio de los Strugatski por ese vulgo al que, una vez que sus gobernantes les decían cómo pensar, se convertían en peligrosa jauría casi orwelliana, sin cuestionarse sus actos, pues estos iban a favor de su patria/partido/camaradas. Estas deducciones de los escritores para con sus compatriotas y líderes resultan doblemente tristes por su lamentable vigencia hoy, en la que un gobierno ruso que reprime a su élite intelectual (recordemos sus asesinatos con isótopos radiactivos), emplea el terrorismo de estado sin que le tiemble el pulso, tiene a Putin, ex KGB, con unos índices de popularidad mayúsculos. La misma historia repetida, en resumidas cuentas.
Así, con Qué difícil es ser Dios, nos encontramos con una estupenda historia de ciencia ficción per se entretejida con una contundente crítica cuyo único problema es que, debido a su corta extensión, deja con ganas de más. Y es que los personajes están muy bien construidos, no resultan planos y tienen sus motivaciones y vericuetos, con el buen desarrollo psicológico característico de estos escritores. Y por otro lado están los paralelismos soviéticos. Dos por el precio de uno.
Ahora, algún estupendo extracto de la novela, para pensar:
“Ah, lo suponía… ¡La lucha contra el mal! Pero ¿qué es el mal? Cada cual lo entiende a su manera. Para los eruditos, el mal es la ignorancia, pero la Iglesia enseña que la ignorancia es un bien y que el mal proviene del conocimiento. Para el que cultiva la tierra, el mal son los tributos y la sequía; en cambio para el comerciante de grano la sequía es un bien. Para el esclavo, el mal es un amo borracho y cruel, y para el artesano es el usurero. Por lo tanto, ¿cuál es el mal que hay que combatir, don Rumata? –Miró con tristeza a los presentes-. El mal es inextinguible; nadie es capaz de reducir la cantidad de mal que hay en el mundo. Un hombre puede mejorar ligeramente su destino, pero siempre a costa de perjudicar a los demás. Siempre habrá reyes más o menos crueles y barones más o menos despiadados, así como siempre habrá un pueblo ignorante que sienta admiración por sus opresores y odio hacia su liberador. El motivo de esto es que el esclavo comprende mucho mejor a su opresor, por cruel que sea, que a su libertador, puesto que es fácil para el esclavo imaginarse en lugar de su amo, pero son pocos los que se imaginan en lugar de un libertador desinteresado. Así son las personas, don Rumata, y así es nuestro mundo.”
“Por un lado, si el hombre no tuviera esa paciencia ni esa resistencia, las personas buenas habrían muerto hace mucho, y en el mundo tan solo quedarían malvados y desalmados. Por otro lado, el hábito de soportar y adaptarse convierte a los grupos en rebaños mudos, que se distinguen de los animales solo en la anatomía, e incluso están más indefensos que ellos. Y cada día que pasa engendra una nueva maldad y violencia…”
“Es desesperante –pensó-. No existe fuerza capaz de arrancarlos de su círculo cotidiano de preocupaciones y creencias. Aunque se lo diéramos todo, aunque los instaláramos en las casas de espectroglás más modernas y los enseñáramos a hacerse tratamientos iónicos, por las noches seguirían reuniéndose en la cocina para jugarse la paga a las cartas y burlarse del viejo zurrado por su mujer, pues para ellos no habría pasado el tiempo.”
“Sin arte y, en general, sin cultura, el estado perdía su capacidad autocrítica, se dedicaba a estimular tendencias erróneas, engendraba sin cesar hipócritas y deshechos, promovía en los ciudadanos en consumismo y la presunción y, en definitiva, se convertía en víctima propiciatoria de vecinos más sensatos. Se podía perseguir a los eruditos cuanto se quisiera, prohibir la ciencia o erradicar el arte, pero más tarde o más temprano había que abrir los ojos y, a regañadientes, permitir la circulación de todo aquello que tanto odian los cretinos e ignorantes ávidos de poder. Y por mucho que esa gente gris instalada en el poder despreciara el conocimiento, no podría hacer nada en contra.”