En el mundo de la educación sucede algo parecido. Hay que manejar muy bien el equilibrio entre disciplina y libertad; una educación asfixiante puede anular a la persona; y una libertad sin límites puede convertir a una persona en un "bala perdida".
El problema de los equilibrios es que la vida tiende a los extremos, al caos, por eso la búsqueda del equilibrio es dinámica y permanente. En épocas pretéritas los padres abusaban del látigo, una educación muy escorada a la dictadura y la represión, en la que probablemente se pecaba de exceso de disciplina; ahora probablemente nos movemos en el otro extremo en el que los padres pecan de exceso de permisividad.Un día conversando con Juan Mateo, Presidente de Factoría de Cine Empresarial, me decía: “Creo que tenemos unas generaciones que nunca hubiésemos soñado que estuviesen en las condiciones en las que están, tan bien preparadas y formadas, pero hemos cometido errores que a ellos les van a costar muy caros. No porque ellos sean incapaces, sino porque los adultos no les hemos sabido educar con sentido. Los culpables somos nosotros, los mayores. No les hemos sabido transmitir valores como el sacrificio, el compromiso, la entrega... Nosotros fuimos una generación que vivimos en una época dominada, por un lado, por unos padres que habían vivido una guerra; y por otro, por la Revolución de Mayo del 68. Eran tiempos difíciles en los que hubo que “buscarse la vida”. Hoy día hemos pasado al extremo contrario. Es un péndulo que no hemos sabido equilibrar. Les hemos dado mucho a cambio de nada. No están acostumbrados a sufrir. Son gente que vive en una especie de burbuja. Eso les ha venido muy bien, porque la capacidad para ser felices es muy grande, pero creo que no están preparados para afrontar la adversidad, el fracaso y el error... El día que la vida les azote, y antes o después la vida acaba pasando factura a todo el mundo, no van a estar preparados para reaccionar. No sé si hemos creado generaciones de depresivos, pues cuando se enfrenten a la durísima realidad a lo mejor no pueden o no saben. Hace algún tiempo leí un estudio internacional sobre liderazgo con personalidades de referencia. Casi todos suelen ser personas que en su juventud (a partir de los 14 años) han tenido problemas muy graves de los que han tenido que salir adelante con mucho sacrificio. Desde jóvenes han tenido un entrenamiento terrible con la adversidad de tal forma que al llegar a la vida adulta ningún problema les descoloca. Los jóvenes de hoy son gente abierta, tolerante, con un espíritu constructivo, que domina la tecnología y los idiomas, pero cuando pongan los pies en la realidad pura y dura, ¿van a ser capaces de tolerar la adversidad? Además, son gente que la insatisfacción les viene muy rápido, porque como también han cubierto sus necesidades muy rápido, el deseo insatisfecho lo soportan muy mal”.Que cada uno saque sus propias conclusiones. Todo esto lo cuento porque hace un par de días publicaba un post titulado Prefiero pasarme de duro, en el que se abordaba sucintamente cómo Toni Nadal había educado a su sobrino Rafa, hoy número uno del mundo. Aquel post lo colgué en Facebook, dió lugar a diversas opiniones y Arantxa La Fuente hacía referencia a una intervención del Juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud, en el que habla sobre estos temas. Merece la pena verlo (vídeo 1 y vídeo 2). Tomás Moro en Utopía (1516) dice: "Si vos toleráis que vuestro pueblo esté mal educado y sus modales corruptos desde la infancia, y después los condenáis por los crímenes a los que su primitiva educación les ha abocado, se llega a la terrible conclusión de que primero les hacéis ladrones y los castigáis después". No digo más, que cada uno saque su lectura.
La experiencia enseña que en el mundo de la empresa hay que manejar muy bien el palo y la zanahoria; si te pasas con el palo, el amotinamiento tiene lugar (ver el excelente clásico del séptimo arte Rebelión a bordo (1935), oscar a la mejor película con Charles Laguhton y Clark Gable); y si te pasas con la zanahoria, todo el mundo se te sube a la chepa. De algún modo podríamos decir que un directivo tiene que tener con su gente la cercanía justa y la distancia precisa. Es fundamental manejar muy bien los límites, intentando no quedarse corto ni pasarse, algo que sólo suelen aportar los años y la experiencia después de haber pegado muchos tiros.