Amar es brindar lo mejor de nosotros y promover lo mismo en la otra persona; por ello es siempre incondicional porque si tiene condicionamientos estamos hablando de otra categoría de sentimiento como amistad, cariño, querer o simpatía; también importante por cierto pero con un menor grado de desarrollo.
La incondicionalidad se caracteriza porque uno se brinda por completo, que no significa entregarse a tiempo completo, sino a corazón abierto y con las manos extendidas, sin desvíos, mezquindades, limitaciones, mentiras ni especulación alguna.
El amor es de naturaleza permanente, consecuentemente se caracteriza por ser sereno, dulce, paciente, tolerante, equilibrado, armonioso. Al momento de nacer en el corazón, este lo hace al amparo de nuestros pensamientos, los cuales además de participar en la estrategia de la conquista, se encargan de perpetuarlo en el tiempo, o son los principales responsables en sembrarlo de dudas, vaivenes, inseguridades, desgastes y hasta rupturas.
Considero que el amor se vive en plenitud cuando compartimos, generamos y promovemos un proyecto de a dos, con el corazón abierto y las manos extendidas, brindándonos sin condicionamientos; plenitud de amor maduro y sereno sin apuro ni enredos, sin obsesiones ni pretensiones y mucho menos posesiones ni sumisiones.
Amor en el que nos recreamos y fluye lo mejor de nosotros, amor de inspiraciones, mimos y atenciones; de acompañamiento, ayuda, entendimiento y apoyo. Amor de verdad, profundo, sincero, sensible e inteligente; amor de corazón y con toda el alma.
Pretender conceptualizar el amor siempre va a resultar mezquino, porque es la vida misma.