Dejando de lado enfoques morales que atañen a la injusticia en el reparto de la riqueza mundial, el lujo en sí sigue teniendo un alto componente subjetivo, además de estar íntimamente relacionado con una parte cultural y social de nuestras vidas.
En la mayoría de casos podemos clasificar el lujo en dos vertientes: Lujo accesible y Lujo inalcanzable. En el primer caso entrarían todos aquellos productos o servicios a los que podemos llegar a acceder, con más o menos esfuerzo, aunque tengan un precio más alto de lo habitual. En la segunda vertiente encontraríamos aquel conjunto al que no podríamos acceder a menos que nuestro estatus socio-económico mejorase sustancialmente en mayor o menor medida.
Por lujo accesible entenderíamos, por ejemplo, una botella de Moët Chadon de 50 euros, precio más alto que la media de la competencia, pero sin embargo es algo que podríamos asumir cualquiera de nosotros llegado el momento. En el caso del lujo inalcanzable tendríamos, por ejemplo, un reloj Richard Mille de 500.000 euros, un valor no fácilmente asumible por la mayoría.
Hasta ahora no os he contado nada que no sepamos, o que sea fácilmente deducible por cualquiera de nosotros. Pero el objeto de este artículo es otro. Me gustaría haceros reflexionar sobre qué podemos considerar lujo -y que no-.
A veces, asociamos -erróneamente- con lujo todo aquello que tiene un alto precio, y para bien o para mal no tiene porqué ser así. Además, parece estar de moda en los últimos años tratar de imprimir un estatus a un producto o servicio en base a su precio. Nada tiene que ver que un producto tenga un algo coste a que tenga un alto beneficio. No siempre es algo que tenga que ir de la mano. Pero parece obvio que para que sepamos la diferencia entre uno y otro cocepto debemos conocer bien el producto/servicio que pretendemos adquirir, de ahí cuando os decía antes que un factor importante en esto es nivel cultural y social de cada uno. Y con esto no pretendo juzgar a nadie. Me voy a explicar mejor, porque realmente, y aunque parezca curioso, nada tiene que ver con el nivel económico.
Para entender esto debemos saber que, a mi juicio, existen dos tipos de consumidores del concepto lujo: Los que saben lo que adquieren y los que no saben lo que adquieren.
Los del primer grupo son personas que de verdad valoran lo que estan adquiriendo, generalmente porque tras ello hay un interés previo en documentarse, comparar, sopesar la compra y finalmente lanzarse a por ella.
Los del segundo grupo adquieren dichos bienes o servicios simplemente por una razón: Por que pueden permitírselo.
Como podéis deducir, esto nada tiene que ver con el nivel económico y cultural de cada uno (aunque en realidad un poco si). La posibilidad de saber lo que se adquieren está disponible para los dos perfiles de usuario, y más hoy que vivimos en la Era de la información, con toda ella al alcance de nuestra mano. Decantarnos por saber de verdad lo que compramos o no es algo de cada individuo.
En los últimos tiempos, supongo que animados por ese sector que nada le importa más que el estatus que le otorga comprar algo caro, se han sucedido cantidad de empresas, marcas y servicios que ofrecen, desde mi punto de vista, un falso lujo amparado y únicamente justificado por sus altos precios.
Podría poner muchos ejemplos, pero no me gustaría particularizar en nadie este artículo. Hagamos una cosa mejor, tratemos de averiguar en qué debemos fijarnos para saber diferenciar el verdadero lujo y de esta forma también podremos indentificar el contrario.
La clave de todo esto está en el ANÁLISIS.
Debemos analizar todo aquello que nos ofrece una marca o empresa en su producto/servicio, de forma independiente a su precio. Y finalmente valorarlo junto a su precio.
¿Qué nos pueden ofrecer?
Una empresa de lujo nos puede ofrecer muchas cosas, pero… ¿Cuáles serán las verdaderamente importantes?
Nos puede ofrecer exclusividad, atención personalizada, servicios adicionales, comodidad, garantías, calidad. Y estos serían ofertas muy a tener en cuenta en nuestra valoración.
También nos puede ofrecer un estatus determinado, una identificación con cierto sector, unos valores… Yo personalmente huiría de estos aspectos a la hora de hacer la valoración.
La idea es que todo aquello que nos ofrezcan -y que merezca la pena valorar- sea lo más tangible posible. Ya que todo lo demás será generalmente accesorio y tendencioso.
¿Y el precio?
El precio debería ser la última variable a analizar. Previamente deberías tratar de conocer en qué consiste el producto, cuáles son las alternativas existentes, cuál es su presentación, cómo está fabricado, qué es lo que lo hace diferente…
Y por último, deberíamos preguntarnos ¿Porqué vale lo que cuesta?
Parece lógico que, por mucho dinero que tengamos, comprar con cabeza un producto/servicio de lujo no parece una tarea baladí, en ninguno de los sentidos.
Sólo si hacemos esto descubriremos si de verdad merece la pena comprarlo (podamos pagarlo o no) o se trata de un producto de falso lujo.
Para mi el verdadero lujo es…
Poder disponer de unas vistas increíbles en un hotel apartado del mundanal ruído.
Crear a base de charlas, fotos y dibujos una chaqueta a medida con ayuda de tu nuevo sastre -y disfrutar con el proceso-.
Sentir la satisfación de haber conseguido justo la moto que querías con paciencia y esfuerzo -no sólo económico-.
El lujo está realmente, y siempre, en los detalles.
¿Y para tí? ¿Qué es el lujo?