Cada hormiga sólo conoce el camino unidimensional que recorre; la cooperación de todas las hormigas de una colonia equivale a un mapa tridimensional, no sólo de su hormiguero, sino de toda su área de aprovisionamiento. Así somos los seres humanos; sabemos muy poco, pero al compartirlo sabemos un poco más.
El tarot es un producto de esta inteligencia colectiva que tenemos las especies sociales; en origen sólo era un juego de salón y taberna más, pero siglos de juego e imaginación de personas de baja y alta cuna fueron adhiriendo a estas colecciones de cartas una serie de saberes inestimables.
El tarot no se remonta como dicen algunos al Antiguo Egipto; Egipto tenía sus propios juegos y formas de adivinación e introspección, como el arcano senet o los textos sapienciales en los que se basa uno de los libros de la biblia. Sin embargo, sí fue en Egipto pero en tiempos de los bárbaros piratas mamelucos, cuando se pintaron y vendieron naipes orientales que resultaron muy apreciados por los reinos hispanos e italianos primero, y después el resto de la Cristiandad. La fabricación de versiones europeizadas de estos juegos de cartas y la multiplicación de oportunidades para su «experimentación y desarrollo», fueron favorecidas por la revolución de la Imprenta desde el siglo XV en adelante.
En la India existían muchos juegos y palos, basados todos en los juegos de la China pero enriquecidos por la imaginación hindú. Sin embargo, las cartas mamelucas sólo tenían cuatro palos: monedas, copas, palos (para jugar al polo, y que en su origen chino eran largas ristras de monedas) y espadas. En España e Italia no se conocía el deporte indio y persa del polo, y se cambiaron estos palos por bastones y porras. Quizá entendieron que los mamelucos, pueblo de piratas y saqueadores musulmanes, querían decir con sus cartas que usaban bastones y espadas para el pillaje de oro y objetos preciosos (los oros y cálices).
Como ocurre con todo lo que ocurre azarosamente, las gentes intentan ver en la suerte de los juegos señales de la suerte oculta, o destino, de las personas y naciones. El juego tarot jugado en Italia se prestaba especialmente a este juego, porque a los cuatro palos numerados de las barajas normales (en los que la jerarquía militar mameluca se sustituye por «personajes de corte» y se introduce la figura femenina de la reina junto al rey), se le sumaron los «triunfos». Los trionfi eran personajes o situaciones tomadas de la iconografía religiosa y mitológica, como la Justicia Divina o la Diosa Venus; servían para imaginar historias sujetas a los avatares de la vida de las personas. Entre estos personajes se cuela el tonto o loco, que representa al juglar, mendigo, o tonto del pueblo (no había mucha diferencia en la mente de los europeos del siglo XV) y que servía como comodín.
Cuando el tarot empieza a usarse como forma de adivinación y no mero juego (en el siglo XVIII) las cartas empiezan a adornarse de forma cada vez más premeditada de símbolos alquímicos, cabalísticos, astrológicos, herméticos, secretos e incluso subversivos. Aparecen así varios niveles de conocimiento en el tarot; el más inmediato para mentes analfabetas y supersticiosas, y sucesivos escalones para élites de iniciados.
Así, sin dejar de ser un juego de entretenimiento que aún entretiene a aficionados en Francia, Alemania e Italia, el tarot fue desarrollando un camino mágico que alcanzó cierto clímax al publicarse el Rider-Waite en 1910. Este mazo fue una síntesis muy inspirada de las ideas esotéricas de la edad victoriana; el siglo XIX fue el del esplendor científico, pero también de los saberes mágicos recuperados.
El Rider-Waite es importante porque acerca al pueblo llano como yo, ideas y símbolos que estaban confinados a sociedades secretas y eruditos. La inmensa mayoría de tarots que hay en el mercado se basan en la interpretación del Rider-Waite.
Tanto en el «canon Rider» como en otros tarots significados como el de Marsella o el de Alesteir Crowley, los cuatro palos de las cartas menores representan a los cuatro elementos Aire (espadas), Fuego (bastos), Tierra (oros) y Agua (copas). Esto significa que una persona no occidental puede fácilmente adaptar el tarot a su ideología, sabiendo que Aire-Fuego y Tierra-Agua equivalen al Yang y el Yin, o Dualidad creadora y formadora del universo.
Los taoístas que conocen el Yang y el Yin, también reconocerán la equivalencia entre sus propias ideas sobre el Origen y el significado cabalístico del Viaje del Loco a través del Tarot. Ya que se tratan de saberes realmente universales, que unen Occidente con Oriente, y la Ciencia de la Antigüedad con la del siglo XXI.
No es conveniente tomar el tarot demasiado en serio; después de todo, sólo es un juego, nada más. Sin embargo, por lo que hemos comentado arriba resulta muy útil como herramienta de introspección y predicción.
Este valor exploratorio deriva de su capacidad para excitar el Subconsciente y ayudarlo a expresarse.
Nuestro Yo Consciente es como una playa, a la que las olas y mareas arrastran objetos del océano. Este océano es nuestro yo subconsciente, que es de donde provienen todas nuestras ideas, emociones y recuerdos antes de aparecer sobre la orilla. Nuestra consciencia sólo puede ver y sentir lo que hay expuesto sobre la arena en cada momento; pero bajo el agua hay muchísimo más. Incluso hay objetos que cayeron en el mar y nunca han vuelto a ver la luz, pero cuya influencia se hace notar en el fondo.
Debido a que el subconsciente está en contacto con muchas cosas que no recordamos conscientemente,; y experimenta deseos y miedos que no sentimos, es capaz de analizar nuestro pasado, presente y el panorama de futuros posibles de forma mucho más clarividente -en sentido natural- que nuestro yo consciente. En este sentido, el marco consciente es sólo el portavoz de nuestros afanes diarios; como si naciera por primera vez cada mañana. Cuando despertamos olvidamos nuestros sueños y desconectamos del saber subconsciente. En muchos sentidos, son nuestras horas de vigilia, en la playa, las que nos ausentan de nosotros mismos; y las de sueño aquellas que nos permiten abrir los ojos.
El tarot, con sus personajes arquetípicos, colores llamativos e imágenes inusuales, intenta comunicar con el Subconsciente. Cada carta es por tanto como las teclas de un piano, que hacen vibrar cuerdas ocultas y permitir que el piano cante sus melodías.
A la mesa del tarotista hay convocados (al menos) dos subconscientes: es del querente, que es el verdadero lector de las cartas, y el del tarotista, o asesor que le ayuda a interpretarlas. La alquimia del procedimiento requiere el concurso de ambas mentes; pero de la predominancia de una u otra emergen dos estilos generales de usar el tarot como medio oracular.
En primer lugar, tenemos la lectura centrada en el subconsciente del querente; a veces llamada técnica porque se basa en los conocimientos y destrezas del tarotista como asesor o asesora. Esta aproximación se basa en ayudar al yo subconsciente del cliente a expresarse, reaccionar a las preguntas con palabras, gestos y emociones que puedan ayudar a iluminar posibles respuestas. El tarotista experto ayuda a que los naipes tengan el efecto deseado (que muevan las olas de la psique de forma que arrojen «objetos a la playa») y ayuda así mismo a que el cliente no interprete este input de forma literal, sino como pistas para que la razón encuentre a través de ellas la información que necesita.
La otra aproximación posible usa el subconsciente del propio tarotista. Este método, llamado intuitivo, se basa en la capacidad del o la profesional para, primero, percibir subconscientemente y empatizar con lo que el cliente transmite de forma verbal y no verbal; segundo, permitir que su propio subconsciente reaccione y exprese esta empatización en forma de comentarios ilustrados con ayuda de las cartas.
La vía intuitiva requiere que el tarotista tenga esta capacidad de «absorción» e identificación con los pensamientos, emociones y circunstancias del cliente; y que además su cuerpo-mente sea capaz de exteriorizarlas de forma significativa para el querente. Si bien todo se puede entrenar y afinar, nótese que estas habilidades requieren un talento innato que no es frecuente. Muy poca gente es así (más mujeres que hombres por razones naturales), y de las personas que tienen esta predisposición en la sociedad, muy pocas aprenden a usar el tarot. Por tanto, sospeche el lector que la mayoría de tarotistas intuitivos no lo son en realidad, y sólo son expertos en lectura fría.
Tanto (los auténticos) intuitivos como los que recurren a la vía técnica que trabaja sobre el subconsciente del invitado, necesitan efecturar un profundo (nunca completo del todo) estudio del tarot y sus significados. Las dotes naturales no evitan este trabajo teórico; porque conocer la simbología, geometría sagrada, filosofía, arte etc que puede vincularse a las cartas permite sacar mucho más de ellas, ayudar mejor al cliente, y sobre todo interpretar con mejor fundamento lo que el subconsciente nos trata de decir. Además, un conocimiento suficiente de psicología, semiótica, antropología cultural y otras ciencias no entorpece sino que sirve mucho al genuino tarotista. La ciencia y el saber no son enemigos del tarot, al contrario, como prueba la propia historia de estos naipes.
Al final sin embargo, hay que dejar que las imágenes nos hablen e interpelen; y que nuestra psique profunda sea capaz de interactuar con ellas más allá de nuestros filtros lógicos. Para nuestro subconsciente, los seres y diseños de los naipes del tarot no son meros dibujos; están vivos. El subconsciente sabe algo que el yo consciente no sabe: que esos iconos de papel son manifestaciones de las mismas realidades ocultas que hacen vibrar los iconos que tocamos y sentimos y creemos reales. El subconsciente puede ver esta dimensión simbólica del mundo porque su análisis es mucho más holístico y comprensivo, mientras que el yo consciente es como un cuchillo que hace escisiones a la realidad manifiesta para analizar propiedades separadas, y poner nombre a ciertas relaciones-preguntas. La lectura del tarot es el encuentro feliz de estas dos formas de conocer, trabajando en equipo.