Me gustaría formular una alegoría. Vlad Tepes III de Valaquia fue un noble, militar y político rumano del siglo XV. Lo conocemos también con el nombre de Drăculea (hijo del dragón), miembro de la casa de Drăculești, conocido como el "empalador" por su afición de empalar a sus enemigos. En tanto señor feudal, poseía un castillo, hoy en ruinas, ubicado a orillas del río Argeș y conocido como la fortaleza de Poenari. Alrededor de ese castillo vivían campesinos y campesinas, súbditos de Vlad, a quien estxs denominaban "dracul", que en rumano quiere decir "el diablo" o "el demonio", por aplicar ingentes impuestos.
De la historia, Vlad, pasó a la literatura con la novela Drácula del escritor irlandés Bram Stoker y al cine, con múltiples películas, entre ellas, la de Francis Ford Coppola. Allí aparece como un vampiro. En esas ficciones el conde Drácula es retratado como un ser muerto pero que vemos vivo porque cada noche sale del castillo para identificar a una víctima que reconvierte en un ser inerme. Le clava los colmillos en la yugular, le chupa la sangre -"la sangre es la vida", es una de las grandes consignas del señor feudal- y la deja exangüe. De ese modo, Drácula gana veinticuatro horas más de vida: se sobrepone a la muerte. Puesto que ese diablo mata a un ser humano cada noche a lo largo de siglos, en un momento sus súbditos se organizan, insurgen e instituyen lo que en la Argentina llamamos "piquete". O más bien un asedio, un antigua práctica político-militar para que Drácula no pueda salir del castillo. El piquete es un freno a la industria de la muerte organizada y expandida por el señor. En el momento piquetero, Drácula le encomienda a un enano -un siervo suyo- que salga del castillo, cruce el piquete -puede hacerlo porque pasa desapercibido, pues es un campesino más- y que identifique a una nueva víctima. Cuando el enano la encuentra, le chupa la sangre, la deja exangüe, toma un poco de ese líquido denso y rojo -el rojo es un símbolo de lo popular- y vuelve al castillo para que el señor pueda vivir un poco más bebiendo otra vez sangre.
Drácula es el capitalismo, los colmillos, la mafia, y el enano, el fascismo. ¿Qué es el fascismo? Un poder de destrucción tanática absoluto, inherente a la condición humana y anterior a la experiencia histórica del fascismo arqueológico del siglo XX. Podemos considerarlo como una latencia siempre presente en la historia de los pueblos, que oportunamente estimulada puede volver a magnificarse.
Cuando en septiembre la Vicepresidenta de la República Bolivariana de Venezuela Delcy Rodríguez, inauguró el Congreso mundial contra el fascismo, neofascismo y expresiones similares dijo una oración breve, una especie de navajita precisa y certera parecida un estilete. Dijo que la humanidad confronta "una de las amenazas más crueles, como es la red mundial fascista [...] y lo llamo el cartel internacional del fascismo". Delcy sugirió la idea de una mafia fascista, que es el poder que confrontamos y que está gobernando y disputando una parte conspicua del mundo que nos es contemporáneo. Hay mucha agudeza en esa oración de Delcy, pues en ella reverbera una gran historia emancipadora. Clara Zetkin -una militante revolucionaria bolchevique feminista- en 1923, en Moscú, en el corazón de la COMINTERN, presentó un informe y una resolución sobre el entonces poder fascista emergente en Italia. Y dijo que cuando la burguesía "no puede confiar en los medios de fuerza regulares de su Estado para asegurar su dominio de clase", o esos medios le parecen demasiado ineficaces o lentos, recurre a "un instrumento de fuerza extralegal y no estatal. Eso se lo ha ofrecido el variopinto ensamblaje que conforma la mafia fascista". Este pasaje puede ubicarse en Combatiendo el fascismo. Cómo luchar y cómo vencer de Zetkin.
¿Qué es el fascismo? Una herramienta del capitalismo en crisis que opera bajo el precepto cognitivo y político de una permanente contradicción. Esto aparece nítidamente si pensamos en el gobierno del presidente Milei, un aparato de Estado ubicado en el corazón de la estatalidad para destruir el Estado social, el Estado de lo común. El fascismo es entonces una herramienta para asegurar y perpetuar el dominio de clase de la burguesía -local y global- ante la crisis orgánica e histórica del capitalismo en su vertiente productiva, financiera-digital y narco. Esa herramienta cuida el capitalismo -es el enano de Drácula-, pauperiza las clases trabajadoras y tiene el propósito de reconvertirnos en grandes mayorías esclavizadas e inermes (exangües).
Cuando decimos bolivarianismo, chavismo, nombramos una identidad popular organizada alrededor de la clase trabajadora y que instituye un entramado plurisectorial, multi-identitario, pluricivilizatorio. Se trata de un poder resistente. Resistir no quiere decir sólo soportar situaciones adversas o difíciles sino resistirse a fetichizar el pensamiento con el propósito de convertirlo en pensamiento único. Que es el pensamiento del globalismo, que indica un universo político cerrado. Pues bien, el chavismo ubica en ese universo político cerrado un sueño díscolo, una utopía, un modo de vida: socialismo.
Para resistir ante el fascismo creo que debemos ser capaces de unirnos. La unidad nombra un poder. Unirnos sin distinciones partidarias y sindicales -por un instante- en la lucha de la clase trabajadora contra ese universo cerrado de la explotación sin restricciones que pretende reconvertirnos en esclavos. Afirmar la emancipación, palabra que se adhiere a la propia humanidad.
Rocco Carbone