Después de examinar los albores de la Historia, la Edad Media y los siglos XVI y XVII, paso en este post a examinar las revoluciones racionalistas o liberales del siglo XVIII.
Las dos principales revoluciones dieciochescas son la de EEUU, que culminará con la Declaración de Independencia de las Trece Colonias inglesas y la de Francia, que culminará en el Imperio napoleónico. Sólo ya con eso, podemos ver que tanto los motivos como los principios que las inspiraron las diferencian profundamente.
Sin embargo, las ideas de base, las que dan origen a que los ciudadanos de uno y otro territorio se planteen una variación, una alteración en el régimen político provienen del mismo lugar. Hobbes, Locke, Hume, Descartes, etc. van estableciendo una serie de principios (igualdad ante la Ley, la universalidad de la misma, la consideración del hombre como ciudadano, etc.) que constituyen un desafío al Antiguo Régimen en toda su extensión.
A painting of Montesquieu (Photo credit: Wikipedia)
Pero si hay alguien cuyas ideas van a determinar un cambio drástico en la consideración de la organización estatal y administrativa y de la participación de los ciudadanos en la misma, ése es Montesquieu. Es cierto que algunas de ellas ya habían sido enunciadas, sino de forma expresa, sí de forma tácita (por ejemplo, el rechazo a lo que él llama “despotismo“, sistema político en el que los súbditos actúan por miedo al déspota había sido ya señalado, aunque no con esas palabras). Pero el autor francés tuvo el mérito de ser quien las reuniera y expresara en su libro L’esprit des lois (1748), que supuso la base doctrinal para las futuras revoluciones desde el punto de vista jurídico. El principio fundamental que en él se recogía era la separación de poderes, que defendía también se podía conseguir bajo una monarquía. Se alcanzaba así un equilibrio entre los distintos poderes del Estado que determinaban que el ejecutivo en ningún caso se iba a exceder de su poder. Es cierto que tanto el legislativo como el judicial también podían excederse en sus funciones, pero toda la teoría tenía por objeto principal la sumisión del poder ejecutivo a la Ley (derivada del Legislativo) y a las decisiones tomadas por el poder judicial.
Por supuesto, ni al rey de Francia (en ese momento Luis XV) ni a la Iglesia Católica les gustó la propuesta, porque tanto uno como la otra eran la base de un sistema en el que el Tercer Estado debía pagar altísimos impuestos, incluso en situaciones de escasez, al Rey o al noble que tuviera la jurisdicción sobre dicho territorio y además el diezmo a la Iglesia (el porcentaje llegó a ser del 80% de la cosecha para las autoridades civiles, a lo que había que añadir el 10% a la Iglesia). La separación de poderes y la representación en el legislativo de parte del Tercer Estado (fundamentalmente la burguesía rica, culta y formada) se consideraban incompatibles con el sistema anterior, además de que posibilitarían las críticas a su propia forma de vida y las protestas por las injusticias cometidas.
Madame de Pompadour por Boucher (Photo credit: Wikipedia)
El carácter del rey, en particular, un epicúreo hedonista en todos los órdenes, queda definido por la frase “Después de mí, el diluvio“, que se le atribuye. Se dice también que dijo “La Marquesa no va a tener buen tiempo en su viaje“, cuando vio el féretro que transportaba los restos mortales de la que fue su amante, compañera y confidente más famosa, Madame de Pompadour. Blum dice de él que era “un niño que debía hacer el trabajo de un hombre“, aunque otros historiadores consideran que las críticas sólo tienen por objeto justificar la Revolución Francesa. En todo caso, el hecho de que la Pompadour fuera de una familia de burgueses financieros y no de la alta nobleza, irritó sobremanera a los integrantes de esta última, que veían muy mal que una mujer del común, aunque culta, educada e inteligente, interfiriera en cuestiones políticas.
Es en esta Francia en la que es coronado rey su nieto, el desdichado Luis XVI. Y es esta misma Francia la que va a ayudar a las colonias americanas en su lucha contra Inglaterra y a través de los pactos de familia, también España. Desde los pasajeros del Mayflower, las colonias americanas se convirtieron en un sinónimo de paraíso para los perseguidos por sus ideas en la vieja Europa. Ello hizo que el caldo de cultivo ideológico en relación a la participación en los asuntos públicos de todos los ciudadanos, fuera particularmente intensa allí, porque precisamente los emigrados eran personas cultas, con formación, que había hecho que fueran “peligrosos” para las monarquías absolutas europeas. Simplemente se necesitaba un desencadenante para que estas se vieran enfrentadas a su peor pesadilla: la universalidad de la Ley y la separación de poderes.
Boston Tea Party. (Photo credit: Wikipedia)
Este hecho desencadenante es de todos conocido: se trata de la llamada “Boston Tea Party” o la Fiesta del Té de Boston. El parlamento inglés había decidido que necesitaba subir los impuestos y procedió a subírselos a las colonias americanas sobre el té, a pesar de que éstas no tenían un representante en el Parlamento británico. La negativa a aceptar lo que era precisamente un desafío a la consideración de que las leyes deben ser aprobadas por los representantes de los ciudadanos inició una guerra que culminó con la Declaración de Independencia de las Trece Colonias el 4 de julio de 1776. En ella, quedan plasmadas dos ideas: libertad individual e igualdad ante la Ley, así como los principios de la Ley natural, que debe influir en la Ley positiva, y la separación de poderes.
“Nosotros los representantes de los Estados Unidos de América, reunidos en Congreso general, acudimos al juez supremo del mundo para hacerle testigo de la rectitud de nuestras intenciones. En el nombre y con el poder pleno del buen pueblo de estas colonias damos a conocer solemnemente y declaramos que estas colonias unidas son y por derecho han de ser Estados libres e independientes; que están exentas de todo deber de súbditos para con la Corona británica y que queda completamente rota toda conexión política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña, y que, como Estados libres e independientes, poseen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, anudar relaciones comerciales y todos los demás actos y cosas que los Estados independientes pueden hacer por derecho. Y para robustecimiento de esta declaración, confiados a la protección de la Providencia divina, empeñamos unos a otros nuestra vida, nuestra fortuna y nuestro sagrado honor.
Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams
…
Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios,el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que los gobiernos establecidos hace mucho tiempo no se cambien por motivos leves y transitorios; y, de acuerdo con esto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia mediante la abolición de las formas a las que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objetivo, evidencia el designio de someterlos bajo un despotismo absoluto, es el derecho de ellos, es el deber de ellos, derrocar ese gobierno y proveer nuevas salvaguardas para su futura seguridad.”
Alexis de Tocqueville (Photo credit: Wikipedia)
Con ella quedaba constituida la primera República moderna, en la que su presidente, que no rey, era elegido por sufragio censitario (la igualdad era un principio importante pero por supuesto no todos los seres humanos eran iguales a la hora de votar), tal y como aclararía después la Constitución americana. Dicha República era federal porque estaba constituida por diversos Estados y en un primer momento, era débil, tal y como señala Alexis de Tocqueville en su libro “La democracia en América“, estableciéndose para ello ciertos mecanismos desde la aprobación de dicha Constitución que permitían obligar a los Estados a contribuir a las causas comunes encarnadas por el gobierno federal.