Cuando estuve en Tokio para dar unas conferencias sobre una investigación que acabábamos de realizar, me coloqué al pie de la estatua de Kusunoki Masashige en el exterior del Palacio Imperial de Tokio. La imagen muestra al Cid Campeador japonés, un samurái del siglo XIV que representa la tradición japonesa del bushidō. En el corazón del bushido está la aceptación del Samurái a la muerte, una vez el guerrero está preparado para el hecho de morir, vive su vida sin esa preocupación, y escoge sus acciones basado en un principio, no en el miedo.
Al volver a mis ocupaciones diarias, he seguido observando que en cualquier deporte, aparece el cazador recolector ancestral con todos sus genes y todas sus características. El deporte de alta competición está muy cerca de lo que debieron ser nuestros ancestros en la pelea diaria entre la vida y la muerte. Me imagino al mejor cazador de la tribu hace doscientos mil años como un fortísimo karateka, sin miedo a la muerte y pleno de bushidō. Lo veo en la imagen del corredor bosquimano que persigue a la presa hasta la muerte del animal. Y veo el “Chi” en el respeto y el ritual que siguen a la muerte del animal (“uno con el universo”).
Video de la caza por persistencia
Ahora explican las neurociencias que el puñetazo de una pulgada (popularizado por Bruce Lee) se basaba en la capacidad del cerebro de integrar la técnica de golpeo. Ed Roberts, neurocientífico del Imperial College de Londres, demostró hace un par de años que el músculo no es lo más importante a la hora de desatar la fuerza del golpe, sino la capacidad de su cerebro para interiorizar la técnica. Aquellos que eran capaces de sincronizar el golpe con una aceleración brusca- al estilo de Bruce Lee- eran los que asestaban más fuerza. Para lograrlo, se necesitaba reiteración y una capacidad genética especial, algo demostrado por la experiencia de miles de años. El golpe de una pulgada es una habilidad que utiliza fa jin (algo así como poder explosivo en la práctica del Taiji un arte marcial milenario) para generar enormes cantidades de fuerza de impacto a distancias muy cercanas.
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Al realizar este puñetazo de una pulgada el profesional está de pie con el puño muy cerca del objetivo. Un rápido movimiento de la muñeca produce la fuerza necesaria, la muñeca es sostenida con los nudillos mirando hacia fuera sobre un eje horizontal, la muñeca se mueve entonces hacia arriba y se produce un golpe con los dos nudillos inferiores. Pues bien, lo interesante es que Roberts analizó la actividad cerebral de voluntarios karatekas y observó que la fuerza y coordinación estaban relacionados con la actividad del área motora suplementaria, que coordina los movimientos musculares de nuestras extremidades y que había sustanciales diferencias en la materia blanca de algunas regiones del cerebelo.
Las neurociencias empiezan a explicar la fuerza interna como una habilidad generada tras miles de repeticiones e instalada en zonas profundas cerebrales que escapan al control consciente.
¿Qué caracteriza al jugador de fútbol brasileño surgido de las favelas o al jugador de NBA que se hizo viviendo en las calles y encestando día a día, hora a hora? Algo que los preparadores físicos llaman “fundamentos”. Algo que significa creación de “engramas” motores que hacen innecesario el control cortical. Nosotros hemos evolucionado durante cientos de miles de años para formar esas técnicas de caza que nos permitían sobrevivir en un ambiente hostil. Los deportistas actuales nos enseñan que esos “fundamentos” y la mentalidad bushidō, es lo que caracteriza al campeón. Cuanto más nos acercamos al esfuerzo máximo, más nos aparece el cazador que todos llevamos dentro y que en la actualidad permanece oculto detrás de cientos de discursos internos banales, reiterativos e inútiles. No debemos olvidar que nuestro cerebro está preparado para recompensarnos con el esfuerzo y el bushidō.