Podemos decir que un activo es cualquier bien o derecho de cobro que posee una persona o empresa. El bien puede ser tangible (como una casa, un coche, un depósito bancario...) o intangible (patentes, conocimientos, experiencia,…). En cualquier caso, lo fundamental de un activo es que podemos convertirlo en dinero o utilizarlo para obtener ingresos. Por el contrario, los pasivos son las deudas y obligaciones de pago que tenemos, tanto a corto como a medio o largo plazo como, por ejemplo, préstamos, hipotecas, etc.
Como acabamos de apuntar, los activos pueden ser de muy diversa naturaleza: financieros (dinero en cuentas corrientes, depósitos, letras del tesoro, acciones,…), bienes inmobiliarios o de cualquier otro tipo o bienes intangibles. En el caso de estos últimos, suele resultar bastante difícil poder asignarles un valor en términos monetarios, lo cual no significa que sean menos importantes que los anteriores.
Los activos también se diferencian por su liquidez, es decir, por la facilidad en que pueden ser convertidos en dinero. Por ejemplo, las acciones de una empresa que cotiza en bolsa constituyen un activo más líquido que un bien inmobiliario, ya que pueden ser vendidas de forma casi inmediata. Lógicamente, el activo más líquido es el propio dinero.
Según lo que acabamos de ver, está claro que es mucho más interesante tener activos que pasivos. No hace falta ser un premio Nobel en Economía para comprender esto. Sin embargo, si no los gestionamos con un mínimo de sentido común, algunos activos pueden llegar a perjudicar nuestra situación económica y a complicarnos seriamente la vida, ya sea porque pierden valor a lo largo del tiempo, generan gran cantidad de gastos o son muy poco líquidos. Veamos algunos ejemplos…
Si tenemos un coche, podemos decir muy orgullosos que para nosotros es un activo, puesto que es un bien y tiene un precio. Podemos venderlo y convertirlo en dinero. Cuanto más caro sea el coche, más valor tendrá como activo… Pues bien, efectivamente es un activo, pero normalmente suele resultar muy poco rentable, ya que está perdiendo valor continuamente y generando gastos. Este ejemplo demuestra que algunos activos no representan necesariamente una inversión, sino un gasto.
Otros activos, como los inmuebles, no pierden valor de igual forma que los coches pero, si no los utilizamos como una inversión, es decir, de manera que obtengamos ingresos de ellos a través de un alquiler, por ejemplo, pueden suponernos una carga económica importante. Además, en algunos casos pueden resultar muy poco líquidos. Por eso, a la hora de invertir en este tipo de activos, conviene estudiar detenidamente la operación.
Como acabamos de ver, es bastante importante que pensemos sobre los activos con los que contamos y los gestionemos de manera que podamos sacarles el mejor provecho ya que, de lo contrario, podemos ver cómo nuestra economía empeora cada vez más. Seguro que todos hemos oído algún caso de alguien que, tras haberle tocado un premio en la lotería, ha acabado arruinado.