Entre las muchas deficiencias identificadas hay que destacar los problemas de corrosión que obligó a sustituir todo el sistema de accionamiento de las barras de control de la vasija del reactor, los reiterados fallos en la apertura de las válvulas de alivio del sistema primario, el aumento de las dosis recibidas por los trabajadores en el mantenimiento, el desafío a los márgenes de seguridad en los sistemas de refrigeración de emergencia, las deficiencias relacionadas con los sistemas de lucha contra incendios y el acceso a la Sala de Control, o la tardanza en los análisis de sucesos o incidentes.
En el 2017 hubo un total de diez incidentes. El más grave, fue una avería que le costó en diciembre la clasificación de nivel 1 (”anomalía”) en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares y Radiológicos (INES) del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN). El 23 de septiembre la central nuclear tuvo su “parada programada” anual para hacer una recarga de combustible. Era la número 21 desde su construcción, que este año cumple 35 años (su diseño garantiza una vida útil de 40 años). Para ello, su propietaria Iberdrola anunció una inversión de 21 millones y que se pondría en marcha de nuevo en 35 días. Sin embargo, la pausa se prolongó hasta los 75 días porque detectaron una avería que primero se clasificó como nivel 0 en la INES, y días después, como nivel 1 (“anomalía”). Estos graves problemas de seguridad evidencian, por un lado, el envejecimiento y el agotamiento de la vida útil de la central nuclear de Cofrentes y, por otro, la pérdida de Cultura de Seguridad y, en suma, demuestran que existe un riesgo cada vez más alto de que se produzca un accidente. El 2018 empezó con una nueva parada y ha continuado dando problemas de seguridad.