Una vez pasada la crisis en la que despotricamos contra el mundo, la vida y su creador, nuestra alma queda en paz y comenzamos desde cero. Al menos eso pienso yo. Gritar, golpear, jalarme los pelos, sobarme la cara hasta dejarla hinchada, caminar en círculos en la sala por horas, hablar solo (discutir, blasfemar, maldecir, acusar, culpar, chillar...), salir a la calle y caminar sin un rumbo o destino... todo eso es fácil.
Basta con dejarme llevar, basta con no pensar en nada, basta con omitir la existencia de los demás (de sus pensamientos, intereses, sentimientos, prioridades, gustos, dolores y sufrimientos), basta con ignorar que el resto del mundo que me rodea también vive y que sus acciones inciden en mi vida, pero lo más imporante: basta con pasar por alto que mi acciones también determinan la vida de los demás.
Eso me está pasando. En mi intento por evitar a todo el mundo, trato de no incidir en sus vidas, de no entrometerme, en quedarme al margen de sus decisiones, de sus pensamientos, de sus prioridades. Así funciono. Trato de no mezclar mi vida con la de nadie más, excepto con mi esposa, y a veces ni siquiera con ella. Soy un monstruo.
Espero que el resto de la gente me deje en paz, como yo trato de dejarlos a ellos. Pero creo que no todos entienden el mensaje (pero en realidad creo que intentan reintegrarme a a normalidad). Pero yo no lo veo así de primera instancia. Me desespero. Me irrita que la gente se meta con lo que pienso, con mis planes, con lo que quiero hacer. Me molesta cuando un imprevisto aparece y me cambia la rutina o el camino que me había trazado, y me pone a pensar en cosas en las que no debería estar pensado. Siento que me quitan el tiempo, siento que me ocupan energías que me hacen falta para otras cosas.
Y cuando esos imprevistos saltan como liebres en el camino, o como ratas entre los sillones, me sorprenden, me irritan y en automático me encabrono. Creo, pienso, asumo que esta reacción es inmediata y que no tiene solución. Pero no sé. Quiero pensar también que hay alguna forma de parar el enojo, la ira, la frustración y el coraje antes de explotar y mandarlo todo al carajo.
Quiero pensar que hay una solución para poder tener empatía con el resto del mundo y comprender su situación sin tener que esperar dos horas o un día para que me caiga el veinte de lo que las personas quieren de mí, lo que buscan con sus intentos de verme, de hablar y estar conmigo.
Yo lo asumo como una intromisión, una vejación no sólo de mi espacio y mi tiempo, sino de mi mente. Mi mente, que siempre está divagando en estupideces, en cosas sin importancia, pero que tienen la virtud de sacarme de este mundo que no comprendo y al cual creo que no pertenezco.
Sí, creo que ser bipolar, o estar ligeramente loco es muy fácil, más fácil que hacerse conciente de los errores, más fácil que ponerse en los zapatos de las personas que nos rodean, y que se preguntan confundidas ¿qué carajos le pasa a este pendejo?