¿qué fue de los mitos?

Publicado el 14 julio 2011 por Alfonso

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que salir a la calle y enarbolar la bandera de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad, fuese o no 14 de julio galo, era señal de que las cosas no andaban bien. Y los Estados, las oligarquías, los poderosos con ahorros en las faldas de los Alpes, se aflojaban el nudo de las corbatas mientras se ajustaban los tirantes con algo de miedo y bastante preocupación, o mucho de ambos pesares. Hubo ese tiempo, no muy lejano, sí, aunque parezca mentira -hoy la historia dice: Cuando despertó, la izquierda ya no estaba allí-, porque hoy a nadie asusta que un puñado de egipcios se siente en la plaza hasta ver como surca el aire el avión que se lleva al exilio al enemigo y familia: pasados los meses otro cordero mostrará el instinto carnívoro del lobo que se escondía bajo su lana, y el reclamante de la justicia social se encontrará cansado, sin voz, confundido y desarmado.
Ahora todos sabemos que la cuestión para salir de la Crisis ya no es que los tipos de interés empiecen a dispararse y que cuando unos muchos no puedan hacer frente a sus hipotecas y las calculadoras de la banca proclamen en los carteles publicitarios que adornan sus cristales que, ¡aleluya! estamos salvados, lo estaremos y brincaremos de alegría y lo celebraremos todos juntos: no habrá fiesta sin pase VIP, ni ganas de baile al otro lado de la tapia que rodee el jardín de la música. Tampoco ayuda o alivia el creer que los falsificadores chinos no saben en qué almacén del extrarradio de qué población extranjera guardaron las copias de las llaves de cajas de seguridad alpinas, ni que sus vecinos del otro lado del Himalaya le hayan dado más vueltas de las convenientes a la manivela de la ciclostil de imprimir billetes verdes, pero que les ayudaremos en sus tareas. Menos aún sirve de consuelo a un español decirle que hoy son 4 millones de parados de 18,5 de potenciales trabajadores cuando un par de décadas atrás eran 3 millones de 12, más entonces aunque puedan parecernos menos; que es hora de volver a las aulas, de reformarse, de aparcar el coche tuneado que conducía cuando se subía cinco días seguidos al andamio o se dedicaba en el pueblo al monocultivo de las ventanas de aluminio. Al final, se haga lo que se haga, y se originase el fuego donde se originase, mientras las tres hermanas (a saber: Moody's, de la que Berkshire Hathaway, un conglomerado económico presidido por el multimillonario Warren Buffet, es su principal accionista; Standard & Poors, controlada por la editorial McGraw-Hill, y Fitch, la más pequeña, vinculada al grupo francés Fimalac) juegen en el mismo equipo, la partida está perdida.
Como Andrómeda, nos hallamos desnudos y encadenados a una roca marina esperando a que Kētō nos encuentre y devore. Y mientras aguardamos la llegada del monstruo, a que nos aviste y se lance al ataque, permanecemos esperanzados y, ciegos como nos dejó tanto progreso, agudizamos el oído a ver si alcanzamos a percibir el rápido aleteo de las sandalias de Perseo, aunque en algunos momentos nuestros miedos se obstinen en comunicarnos que nunca vendrá. Y nos duele, tan listos como nos creíamos, que todo nuestros males vengan, no por no quedarnos en nuestras habitaciones, desoyendo a Pascal, a quien juzgamos demasiado antiguo para ser tenido en cuenta en un mundo tan moderno, sino por no crecer y alejarnos deprisa del hogar materno, por emocionarnos cuando nuestros progenitores gritaban a los cuatro vientos nuestra belleza, comparándonos a unas nereidas protegidas por un dios de tridente y celos, sabiéndonos como nos sabíamos más humanos que inmortales. Una historia tan clásica y griega que se repite, y repetirá, por los siglos de los siglos, para bien de menos de cuatro.

Andrómeda, Doré