¿Qué fue del cruzado de la capa purpurina?: Ogon Batto, golosinas camp, fantaciencia y superhéroes en el Japón de los 60

Publicado el 01 agosto 2010 por Esbilla

Demente artefacto inconscientemente pop que emerge directamente desde los relocos años 60 para representar la corriente superheroica que medró en el ya de por si abigarrado y muy desprejuiciado seno de la ciencia-ficción japonesa durante su esplendor desde mediados de los 50 con la llegada directamente desde el subconsciente atómico de Godzilla en la memorable y clave Japón bajo el terror del monstruo, obra del fundamente Inoshiro (o Ishiro) Honda en 1954 u otras obras en paralelo como Tomei ningen (El hombre invisible, 1954) de Motoyoshi Oda y ya fronteriza con el thriller. Aunque lo cierto es que lo hace de manera ya algo tardía, en 1966, en relación al momento más fértil de este sub-género que conoció su esplendor productivo a finales de la década anterior con un conjunto de seriales que se comercializaría al extranjero, España incluida, como condensados que formaban películas y que, en origen, nacidos por la influencia que a su vez habían tenido las series americanas a cerca de Superman, cuyo enorme éxito popular provocó la idea de aclimatarlas a una óptica propia.Naciendo así personajes como Supergiant (en España directamente Superman en las tres entregas que se estrenaron y que daban cuanta, curiosamente de los capítulos dirigidos por el siempre sorprendente Teruo Ishii: Superman el invencible, Superman ataca a los platillos volantes y Superman contra la banda negra), que inauguraban una manera de hacer y de entender que abarca desde el popularísimo Ultraman, cuya serie de TV comenzó también en el año 1966, hasta aquellas otras que asaltaron a la muchachada desprevenida de mi generación como la entrañable Bioman (emitida por TVE) con su infecciosa cancioncilla de apretura o incluso el refrito americano de Super Sentai que supusieron los rdículos Power Rangers. Aunque esta variedad repleta de adolescentes que adquieren poderes, enemigos extraterrestres y robots gigantes sea, en puridad, una escuela aparte solo tangente con la superheroica.

En este caso la maravilla de turno es un personaje de cierta tradición en el imaginario nipón: Ogon Batto, Fantasmagórico en su adaptación española y Murciélago Dorado en su correcta traducción. Personaje con orígenes en los años 30, nada menos, dentro de los llamados kamishibai (algo así como “teatros de papel”) en los que un narrador iba dramatizando sobre una serie de tiras dibujadas que ilustraban la historia. Tras el declinar de esta manera tradicional de “cuentacuentos” con la derrota en la 2ªGM el personaje contaba con la suficiente popularidad para reciclarse al manga y, convertido en el primer superhéroe japonés, conocer ya una adaptación en esta onda en 1950 con el título de Ogon Batto. Matenro no kaijin, dirigida por Toshio Shimura y de la que nada más que su consignación puedo aportar. Nuevamente trasladado, ahora en 1966, por el simpático Hajime Sato (autor de la curiosa mixtura vampirismo/sci-fi Kyuketsuki Gokemidoro) apuntándose (no se si voluntaria o casualmente por acción de las corrientes subterráneas que mueven el cine popular) a la feliz y lamentablemente fugaz moda de los enmascarados nacida de las aproximaciones al fumetti del cine italiano (ya comentadas aquí) que tuvieron su cenit en la antológica Diabolik de Mario Bava en 1968, a la vez cumbre y destrucción del movimiento (no en vano esta cinta fue comercializada en Italia como Il Ritorno di Diavolik lo que, pese a no tener confirmación alguna, da a entender que se estrenó al rebufo de la de Bava con intenación de seguir exprimiendo el asunto). Como curiosidad, señalar que la risotada libertaria que puntea las acciones del John Phillip Law bajo el sexual disfraz de Diabolik está anticipadas aquí por un Ogon Batto -cuyo diseño anticipa y remite al del villano Máscara de Calavera en el serial televisivo de la misma Toei Gekko Kamen (también convertido en película: S.O.S Llega Máscara de Calavera (1958) sobre la aventuras de Máscara de Luz de Luna (bautizado en español como Capitán Centella) y a la vez al del Kriminal italiano- que se ríe, orgulloso, de cualquier peligro anunciando su aparición en escena, materializándose a la llamada de la encantadora niña a la que ha regalado su enseña del murciélago de oro, otro clásico parodiado con mucho acierto en el Ultrahéroe que no se pierde Shin Chan. Ese look mencionado resulta por completo impagable, simultáneamente insensato y sugestivo combina la mencionada máscara de plástico con forma de calavera -un detalle que simboliza la relación de la cultura japonesa con la muerte y que conectan estas ficciones y ese imaginario con la mexicana, como muy bien señalan Carlos y Daniel Aguilar en Cine fantástico y de terror japonés, 1899-2001 (Semana de Cine fantástico y de terror de San Sebastián, 2001)- con un modelito integral en purpurina dorada con pectorales de pega, capa a la moda con los cuellos altos y cetro multiuso. Por si fuera poco el buen funcionamiento de esta producción facilitó la creación, un año después, de una serie anime dirigida a la televisión que se prolongó durante 52 episodios bajo la supervisión de Takeo Nagamatsu, recreador del personaje en su forma manga y guionista de la primera película sobre el mismo.

El caso es que nuestro cruzado de la capa será despertado involuntariamente de su letargo por unos héroes de la ciencia liderados por un ya incipientemente estelar Sonny Chiba, tras descubrir el mineral necesario para la fabricación de una lente que potencie un rayo dirigido a destruir un satélite en órbita hacia la tierra en una isla perdida que resulta ser, ahí es nada, un trozo emergido de una Atlántida medio egipcia, medio grecolatina, medio que se yo.  Después de alguna escorribanda que otra contra los desopilantes esbirros en esquijama integral negro (y que se generan a partir de los disparos de una armas multiuso) de un inenarrable archivillano dispuesto a destruir el mundo -un enorme peluche maligno con cuatro ojos lanzarrayos y una mano mecánica que posee una nave subterránea con forma (fálica) de tuneladora, un trío de ayudantes a cada cual más indescriptible y una máquina capaza de duplicar humanos- el Murciélago de Oro decidirá ayudar a los cientihéroes en tan capital misión

Cabe lamentar que las estrecheces presupuestarias impidieran que el film se rodase en color, como era la esperanza de Hajima Sato, porque ello hubiera colaborado decisivamente al acabado colorista ideal de este tipo de golosinas. Pese a todo, las arrobas de ingenio y descaro en los diseños y en la planificación de las secuencias más potencialmente ridículas (no hay temor a usar miniaturas o maquetas a lo Thunderbirds, por ejemplo) unidas al notable oficio de Sato para la puesta en escena o el manejo de un scope que hace parecer todo más de lo que realmente es (jugando con las posibilidades del encuadra, los planos en escorzo, etc….) o especialmente la consecución de un ritmo frenético que acelera la transición de una escena a otra sin solución de continuidad con el objetivo de no dar tregua al espectador, tanto que se asfixia en su tercio final y llega realmente justa al remate, dejando sus mejores ideas y sus mejores artes de delicia camp en todo el bloque inicial y central donde si se goza a pulmón libre de un cine que, en palabras de propio Hajime Sato (Op. Cita) “… es una invitación a que al gente vea mi jardín; un jardín sin lirios ni rosas, solo flores silvestres, pero que, creo, también cumplen su función en este mundo

Ogon Batto

Director: Hajime Sato

1966

Japón

73 min.

Fotografía: Yoshikazu Yamasawa

Música: Shunsuke Kikuchi

Guión: Susumu Takaku

Reparto: Osamu Kobayashi, Koji Sekiyama, Sonny Chiba, Hirohisa Nakata, Wataru Yamagawa, Emily Takami, Andrew Hughes, Chako van Leeuwen, Yôichi Numata, Keiichi Kitagawa, Keiko Kuni